Una enorme lápida de silencio se ha desplomado sobre Tareck El Aissami, ha sellado su actuación pública y lo sacado de la caótica escena revolucionaria sin que nadie atine a saber a ciencia cierta su destino ni paradero.
Se imagina, al menos para sus familiares, seguro y localizable a quien fue, para los suyos, el gerente estrella de una joven generación, antes «dorada» y ahora anaranjada, lanzada al primer plano de la vida nacional por Hugo Chávez Frías. De otra forma ya hubieran solicitado una fe de vida.
Que no lo veamos figurar ahora como uno de los más altos jerarcas del régimen no quiere decir que nadie se acuerde de él. Todavía las redes sociales trepidan con el destape de la nueva olla de corrupción petrolera, iniciada esta casi desde el mismo día que el verbo guerrerista de Chávez la señaló como «una colina que hay que tomar». Y la tomó y transformó en su caja chica.
A tres semanas de haber estallado el nuevo escándalo, todavía circulan noticias, opiniones, vituperios, memes y una amplia gama de epítetos escatológicos en lo que son expertos, entre otros, los insaciables guerreros del teclado. Y por supuesto que allí no faltan las alusiones al exjefe de la estatal petrolera, cabeza de la pirámide desde donde se desprendió una extensa red que estaba terminando de desplumar a aquella generosa gallinita de oro que fue Pdvsa.
Pero de Tareck, el espigado y versátil burócrata que igual podía ser vicepresidente o gobernador que jefe de policía o ministro petrolero, nada. Ni de flux y corbata ni de mono tricolor. Permanecen, sí, como especie de último respingo, los dos postreros tuits con los que nos dijo adiós a las 3 de la tarde del 23 de marzo: «En virtud de las investigaciones que se han iniciado sobre graves hechos de corrupción… etc, etc, bla, bla, bla..».
En la alta cúpula revolucionaria nadie lo nombra, nadie lo cita, nadie lo acusa ni lo defiende. Tampoco lo han presentado, como acostumbran, en video para que dé la versión de los hechos. Ya ni lo ignoran. Simplemente no existe. Como si quisieran editar con photoshop la memoria colectiva y borrar ese mal recuerdo llamado Tareck Zaidan El Aissami Maddah.
Sacarlo del país no hubiera sido difícil. Con una túnica hasta los tobillos y el kufiyya calado hasta las cejas no hubiera llamado la atención en Maiquetía ni en otra parte del país donde tanto socio venido del mundo árabe circula como Alí por su casa. O, más seguro todavía, forrado en una burka donde el oprobioso (para las mujeres) rectángulo abierto a nivel del rostro sólo dejaría ver unos ojos desconfiados e inquietos.
Muy fácil en verdad. De Caracas a Estambul y de allí a Teherán, Damasco o Beirut, a cualquier sitio donde tantos habibis, dicen, les deben desde pasaporte hasta un tráfago enorme de mercaderías de toda índole. Pero, pensándolo bien, ¿acaso eso es seguro? ¿Qué garantiza? ¿Y si el día menos pensado aterrizara en una corte gringa teniendo que negociar información por días a la sombra como tantos otros: Andrade, Claudia Díaz, Isea, Aponte Aponte y una larga fila de exfuncionarios cuyos testimonios ocupan miles de folios con sórdidas entretelas de dos décadas de saqueo y torcimiento impune de la justicia.
Pero antes que eso, hay algo mucho más importante. Ha dicho claramente Maduro que es el próximo objetivo sin nombrar al santo: la caleta. ¿Y dónde está la megacaleta, ministro? Sépalo, Tareck, pájaro que no cante tampoco vuela.
Insistamos. ¿Cuántos de los que hemos visto desfilar con vestimenta naranja —ya van 51— no envidian el silencio oficial que rodea a Tareck? Todos. ¿Roa, Maldonado, Hugo Cabezas, Joselit Ramírez o Jackeline Perico, quien hasta hace poco retuiteaba la consigna #CaigaQuienCaiga, no quisieran estar en ese limbo privilegiado?
Si alguien ha aprendido de este nuevo avorazado asalto al tesoro nacional es el sufrido pueblo chavista, que a lo mejor algunos quedan todavía imbuidos de buena fe, romanticismo y compromiso revolucionario. Sorprendidos de la vida y milagros de los implicados más prominentes, legiones de chavistas al fin se habrán dado cuenta de que es posible gimotear abrazado a la lápida mortuoria del comandante en el Museo Militar, jurar en vano lealtad al pueblo y, al mismo tiempo, robar a manos llenas y llevar una vida de las Mil y una noches, de lujos, derroche y francachelas, mientras a ellos les arrojan los mendrugos intragables del CLAP. Pues, en verdad, nunca ha colidido. Ni con Chávez, punto de arranque de la corrupción más desbordada ni sin él.
Periodista – Exsecretario general del SNTP – @goyosalazar