Comenzamos ahora una etapa de persuasión preelectoral. Durante este período los políticos hacen todo tipo de artimañas para convencer a los votantes y provocar un cambio de actitud. Nos toca tragar grueso y comenzar a tamizar las mentiras, que elección tras elección, repiten sin pudor. Todo su interés se centra en convencer a la mayor cantidad de votantes posible. Las mentiras políticas tienen que ser compartidas. Se oirán las ofertas, las mejoras que prometen, el país de fantasía que dibujan para los demás. Pero hay un nuevo e importante factor que a lo mejor ignoran, que la adicción a la credibilidad ya caducó, no está vigente. Sabemos a estas alturas de nuestra maltratada experiencia que son discursos vacíos, que no tienen el menor interés de honrar sus promesas, o bien porque no pueden o porque su interés era solo la obtención del poder.
El discurso político tiene sus peculiaridades de dirigirse a un conglomerado con el fin de llegar a acuerdos sociales. Con tal fin se argumenta si estamos en una democracia o se imponen esos paradigmas en el caso del autoritarismo. La imposición también se disfraza, también se miente y al final se obedece. Una vez abierto el boquete ya poco importan los acuerdos. Queda al final una sola voz que vocifera y ordena. La debilidad que deben enfrentar cada cierto tiempo es el simulacro de las elecciones. Las controlan y preparan todo tipo de trampas, pero se les puede escapar la liebre y salir brincando por los campos de verdades. La sociedad ya nos los quiere, y se levantan exigiendo su huida mientras se organiza la justicia. Una sociedad maltratada, ultrajada exige su reparo.
Hannah Arendt pone de relieve la capacidad de falsear realidades conocidas y tener la mentira como principio político. Una verdad factual es avala por una comunidad, por la mirada diversas de los testigos que comparten la misma época. No es igual que una verdad a la que se llega con cálculos lógicos y experimentos de laboratorio. Es por esa misma razón que son verdades más vulnerables y de fácil refutación. Basta que una mayoría afirme que eso no ocurrió, aunque tal opinión sea causada por prejuicios colectivos, caerá en el saco de los desperdicios y será despreciada. De allí la importancia de la persuasión porque de todas formas la realidad continuará su marcha de barbarie y destrucción. Fijémonos ahora lo que están haciendo los gobiernos latinoamericanos de izquierda con Ucrania. Apoyan a un genocida por estar en contra de un fantasma, Norte América.
Una mentira política se genera en el campo de los hombres de acción y con poder y se dirige a asuntos de interés público. Toda la comunidad quedará afectada por las decisiones que sean resultado de acuerdos tomados en el ceno de la sociedad. De las decisiones que tomen nuestros políticos todos, unos más que otros, quedaremos afectados. Por esto mismo son tiempos angustiantes porque la mayoría está pidiendo un cambio sin confiar en las promesas políticas de hombres desprestigiados. Porque estamos exasperados y saciados de tantos engaños porque algunos todavía tenemos muy fresco aquellas elecciones en que los ciudadanos le entregaron el poder a Chávez. Las mentiras modernas son violentas y para protegernos de esta violencia y manipulación necesitamos organización y no, no estamos organizados.
Es que el hombre de acción miente sobre todo lo importante. Nuestra dominación se caracteriza por una gran mentira, a estas alturas es muy difícil ponerse de acuerdo si esto es una dictadura militar, incluso si es una dictadura o no, pero la realidad es que tenemos miedo porque hay muertos, desaparecidos, componendas compradas con el dinero público, ya no se sabe quien es quien. Pero se ofrecen coartadas morales para mitigar u oscurecer estas verdades.
Una comunidad también puede volcarse a sostener un régimen autoritario o totalitario. Nos advirtió Derrida.