Gisela Ortega: Baile-ballet

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Juan Tabourot, en su Orquesografía publicada en Langres, el año 1588, bajo el seudónimo de Thoinot Arbeau, escribe: «Las danzas se practican para saber si los enamorados son sanos y dispuestos; después de los bailes se les permite besar a sus novias para que, respectivamente, comprueben su mal o buen aliento, de modo que por este aspecto y diversas otras comodidades que surgen de la danza, es necesaria para el buen orden de la sociedad».

Juan Bautista Lulli (1633-1687), músico francés, creador de la ópera en Francia, fue el primer director que permitió que en sus ballets, bailasen señoras. Hasta entonces todos esos papeles, habían sido desempeñados por músicos jóvenes. Pero en Versalles las damas ambiciosas de la nobleza ofrecieron sus servicios y no era posible negarles el placer de atraer de este modo sobre sus lindas figuras la atención de las curiosas miradas de Su Majestad. Por consiguiente las mujeres, se incorporaron al ballet.

El escritor español y crítico de arte, Sebastián Gasch (1897-1980), en su Diccionario del ballet y la danza, señala lo siguiente: «El ballet de la ópera de París fue fundado por Luis XIV. Es la única institución de esta índole que existe en Europa, es decir, con un gran teatro propio y una escuela de baile. El director es siempre el Administrador General de la Réunion des Théatres Lyriques Nationaux tiene bajo su mando ochenta bailarines y bailarinas».

La esposa del famoso bailarín italiano Gaetano Apollino Vestris (1729-1808), bailarina también, llamada Anne Heinel, de nacionalidad alemana, gozo asimismo de celebridad, pero más todavía por su escandalosa vida privada, que era del dominio público. Se retiró a un convento de donde salía una vez por semana para bailar ante la corte», señala Sebastián Gasch, expresando:

Tal fue la fama que alcanzara el bailarín alemán Enrique Kroller (1830-1930), que para que pudiera seguir bailando durante su servicio militar obtuvo un permiso ilimitado.

La primera obra del famoso bailarín Vaslav Nijinsdky fue L’aprés midi d’un faune, poema coreográfico en un acto, música de Claudio Debussy, inspirada en el poema del mismo nombre de Mallarmé y adaptado todo ello para ballet por el propio Nijinsky. Se estrenó en Chàtelet, de París, el 29 de mayo de 1912. Obtuvo un extraordinario éxito, pero no fue menor el escándalo que provocó, por cuanto la obra era totalmente diferente de lo que el público estaba acostumbrado a ver. El traje de Nijinsky, que apenas cubría su cuerpo, fue considerado como una verdadera provocación.

La escuela que en Nueva York, fundara el bailarín italiano Luigi Albertieri (1860-1930), fue la primera en llevar a los Estados Unidos la tradición italiana del baile clásico.

Sebastián Gasch, al hablar de un Cuadro Flamenco, presentado en Barcelona, España, por el empresario ruso Sergio Diaghilev (1872-1929) —creador de los ballets rusos que revolucionarían toda la estética coreográfica—, en  el año 1921 cita a un bailador apodado «Mate sin pies», debido a tener amputadas las dos piernas hasta la rodilla, a pesar de lo cual bailaba de una forma asombrosa.

Cuadros, grabados y fotografías han divulgado la existencia en todas las academias de bailes clásicos, de esa barra sobre la cual ponen su piececito las bailarinas, de forma tal que las dos piernas dibujan un ángulo de 90 grados, por lo menos. A esto se le domina «estudio en la barra» y, al parecer da óptimos resultados. El inventor de tan refinado tormento fue el bailarín y maestro de ballet italiano Carlos Blasis (1803-1878), director   de la Academia de Milán  durante muchos años y de la que salieron numerosos y notables bailarines.

La más famosa bailarina de su tiempo (del último cuarto del siglo XIX) fue Rosita Mauri, una española, nacida en Reus, Tarragona, en 1855. Durante muchos años se mantuvo como primera bailarina de la Ópera de París. El Gobierno francés la nombró profesora de la clase de «perfeccionamiento del baile del Teatro de la Ópera». Jamás se dejó retratar con los vestidos que llevaba en escena. En España, actuó un par de veces y solo interesó a sus paisanos. En cambio, triunfó por toda Europa e incluso el emperador de Alemania le propuso que se incorporara de manera permanente a la Ópera de Berlín.

El baile ha servido para muchas cosas y aún sigue prestando sus servicios a la humanidad danzante, aunque pocas veces pueden calificarse esos servicios de honorables. En España, el año de 1856, sirvió a la Reina Isabel II, para deshacerse de un Presidente del Consejo de Ministros, del que no sabía cómo librarse. Se trataba del general O’ Donnell. Disueltas las Cortes Constituyentes y restablecida la Constitución de 1854, considerándose doña Isabel segura en su trono y no hallando razón ni pretexto para prescindir de los servicios de aquel leal servidor, recurrió al baile. En una fiesta palatina, preparada más o menos al efecto, bailó el cotillón de honor con Narváez, en vez de hacerlo, según exigencias protocolarias, con el Presidente, originando lo que se conoció con el nombre de «crisis del cotillón».

Fred Lazarus, Jr., fundador de F. And R. Lazarus and Company, los famosos bazares de Ohio, doctor honoris causa en Leyes de la Universidad de dicho Estado, primera medalla de oro de la Conferencia Nacional de Cristianos u Judíos, y un premio Tobé del comercio detallista, a los 62 años aprendió a bailar la samba, según relata Tom Mahoney en su libro The great merchants, 1956.

En 1840 funcionaban en Madrid varias academias de baile. Se titulaban academias de danza higiénica y anunciaban que en ocho días podían aprenderse los bailes de sociedad y en 16 los de salón. Los anuncios destacaban: «Están contratadas honestas bailadoras para la práctica». El pueblo a estas bailadoras, las llamaba «los trompos».

El férvido entusiasmo, rayano en el fanatismo, que algunas personas llegan a sentir por el ballet, dio lugar a que Arnold I. Jaskell, crítico de The Daily Telegraph, y uno de los más competentes del mundo en materia coreográfica, lanzase el neologismo «balletomanía», que el público inglés aceptó de buen grado.  Sin embargo, los rusos se habían adelantado en esto a Occidente. Los rusos venían empleando con anterioridad al neologismo de Haskell la palabra «balletómano» para expresar lo mismo.

De acuerdo a lo escrito por José A. Sánchez Pérez, en 1948 en su libro Superticiones españolas: «El que sueña que baila, ve o asiste a un baile recibirá muy pronto una alegría o dinero».

Periodista – giselaoo@gmail.com

 

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