Alicia García Herrero: Lula busca El Dorado para acabar dependiendo de China

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El presidente brasileño Lula da Silva ha ido de Pekín a lo grande, no solo por la enorme delegación que lo ha acompañado y los más de 15 acuerdos de cooperación firmados con China, sino por la osadía de sus declaraciones, al menos desde la perspectiva de Occidente, declaraciones que, por otro lado, parecieran salir de la boca del presidente Xi Jinping. Si el objetivo del presidente Lula en este viaje era el poner a Brasil en la mira de la comunidad internacional, sin duda lo ha conseguido. Pero si el objetivo era colocar a Brasil como potencia neutral, como ha hecho Narendra Modi con la India, el viaje no ha salido tan bien porque ha dejado muy claro quién es el amo de la relación bilateral entre ambos países: Xi Jinping.

Los objetivos de Lula con su visita estaban muy claros: ante todo, traer oportunidades de crecimiento a Brasil, cuya economía se vio fuertemente golpeada por la pandemia. De hecho, las exportaciones de materias primas brasileñas a China se han disparado desde 2008 por lo que China es, muy de lejos, el primer socio comercial de Brasil. Aunque dichas exportaciones sufrieron un bache, se han vuelto a recuperar gracias a la abundancia de litio de Brasil, junto con otros materiales críticos para la transición energética. Tanto es así que la balanza comercial brasileña con China es positiva, uno de los pocos casos el mundo. Más allá de las exportaciones, China es uno de los mayores inversores en Brasil, especialmente en el sector energético. La compañía de distribución china State Grid ha invertido unos 3.000 millones de dólares en la transmisión de energía en Brasil y Cofco, el mayor comerciante de alimentos de China, ha invertido más de 1.100 millones en la agroindustria brasileña. Por otro lado, los elevados tipos de interés, no solo en Brasil, sino también sobre el dólar, están creando dificultades de financiación al gigante sudamericano por lo que las empresas chinas son más bienvenidas que nunca, aunque lo sean en sectores estratégicos en los que Brasil está perdiendo el control.

Pero el crecimiento y el desarrollo no son los únicos objetivos que han llevado a Lula a Pekín. Las horas bajas por la que pasó Lula tras su primera presidencia, empañadas por su detención y condena en 2017, parecen haber creado un ansia de liderazgo internacional ausentes en su primera presidencia (2003-2010). No cabe duda de que Brasil tiene el tamaño suficiente, como economía y por población, para jugar un papel como potencia regional en América Latina y también global si la rivalidad entre las dos grandes potencias, China y Estados Unidos, lo permite. En esa lucha están también otros actores, como la Unión Europea y la India, pero Lula parece haber tomado otra vía, que es la de romper la baraja y colocarse del lado de China. La realidad es que las instituciones internacionales tradicionales no están funcionando para Brasil, con un G-20 bastante disfuncional, y más aún desde la invasión de Ucrania, la ausencia de acuerdos comerciales con EE UU y los 20 años de espera que acumula el acuerdo entre Mercosur y la Unión Europea. Quizás sea justamente esto lo que haya llevado a Lula al convencimiento de que solo China puede ofrecer resultados rápidos. De hecho, la iniciativa impulsada por Xi, especialmente desde el inicio de la pandemia y con mayor ahínco desde la invasión de Ucrania, del Sur Global dejan espacio, al menos sobre el papel, para un país como Brasil como copromotor de esta iniciativa. Qué mejor prueba que tener de presidenta del banco de los BRICS, rebautizado como Nuevo Banco de Desarrollo, a la expresidenta brasileña, Dilma Rousseff, siempre a la sombra de Lula.

El problema es que el límite al liderazgo brasileño que busca Lula es justamente su origen, la propia China, ya que solo se puede ejercer en oposición a EE UU y con un apoyo incondicional a Pekín. Un liderazgo de estas características se vuelve tan sesgado que deja de serlo y justo eso es lo que ha pasado con la visita de Lula a China. Si Lula pretendía mostrar al mundo, y sin duda a Estados Unidos, su “autonomía estratégica”, por utilizar una expresión que los europeos conocemos bien, desde luego no lo ha conseguido. De hecho, los dos mensajes clave de Lula en Pekín —el fin del uso del dólar en las transacciones comerciales y su posición ante la guerra en Ucrania—, bien podrían haber sido lanzados por Xi Jinping. Esta realidad no es una señal de fuerza de Brasil como potencia regional sino más bien de su enorme dependencia económica de China hasta el punto de determinar su política exterior y, más grave aún, sobre el uso de la moneda de reserva global para un país con una deuda externa tan elevada como la de Brasil.

En lo que se refiere a Ucrania, desde el pasado mes de febrero Lula ha intensificado los esfuerzos diplomáticos para poner fin a la guerra mediante la creación de un denominado “club de la paz”. De esta iniciativa, a priori autónoma, Lula ha pasado a una mucho más agresiva en la que acusa a Estados Unidos de fomentar la guerra y a Ucrania de ser su responsable, junto con Rusia. Con ello Lula ha pasado de lanzar grandes ideas como posible urdidor de una solución concertada, a tener un papel de marioneta adoptando una posición mucho más parecida a la de China con la diferencia de que Pekín puede mantener una posición oficial menos agresiva y esconderse detrás de Lula y otros que le sigan.

En lo que se refiere al uso internacional del dólar, Lula ha defendido el uso de las monedas locales para el comercio internacional, pero a nadie se le escapa que no será el real brasileño el que asuma ese rol sino el yuan chino, como ha quedado patente en el anuncio realizado hace un par de semanas de la creación de una infraestructura de pagos en yuanes en Brasil, con el objetivo principal de saldar los pagos del comercio bilateral entre China y Brasil en la divisa china.

Lo que sí que parece claro es que Xi ha conseguido sus objetivos con la visita de Lula de inclinar la balanza a favor de un Sur Global más unido y listo para seguir la estela del gigante asiático. Lula, en cambio, ha pasado de dar muestras de autonomía estrategia y liderazgo global a utilizar el lenguaje de Xi Jinping en temas de gran calado. Eso sí, al menos se ha llevado una serie de acuerdos de cooperación en el bolsillo que ojalá traigan nuevas oportunidades de crecimiento para Brasil. Más vale que así sea porque el desplante de Lula a Washington puede no ser gratuito en el mundo bipolar en el que aún nos encontramos.

Alicia García-Herrero es economista jefe para Asia en Natixis e investigador senior en Bruegel.

 

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