Comala, el pueblo, es en realidad un cementerio. Comala es el anti-paraíso. Es la metáfora regionalista con ribetes universales de una humanidad adolorida tanto por sus contradicciones inherentes a una genética imperfecta así como por las agresiones sociales. “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo”.
“Pedro Páramo” es básicamente la historia de América Latina en sus rasgos más negativos. A diferencia de Alonso Quijano en el Quijote (1605) de Cervantes que es un loco heroico muy noble y hasta simpático, Pedro Páramo, es el rencor vivo de un cacique rural al que todos temen y desprecian.
Juan Rulfo publicó “Pedro Páramo” en el año 1955 y como toda obra escrita es un testimonio autobiográfico. Las circunstancias históricas que inspiran a la novela fueron la Revolución Méjicana del año 2010 y la Guerra Cristera entre los años 1926 y 1929. Nuestras revoluciones son intentos fallidos por avanzar en la Historia. Implican tragedias y retrocesos. Lo que queda de las mismas es la utilización demagógica de los asaltantes y custodios del Poder. Mitos traicioneros como encubrimientos de lo innombrable. 250.000 fallecidos tuvo ésta guerra civil que enfrentó efectivos de las fuerzas cristeras y del Ejército Mexicano.
Los protagonistas de “Pedro Páramo” son los muertos. Esto que es lo más sorpresivo se puede explicar por el sincretismo que existe en Méjico entre los rituales religiosos paganos o pre-colombinos junto al culto católico traído por los misioneros españoles a partir del siglo XVI. La Santa Muerte y el Día de los Muertos son manifestaciones de esto que decimos. La finitud o el aniquilamiento físico de nuestro cuerpo carecen de la dramatización que usualmente le damos. Para Rulfo el más allá forma parte de una cotidianidad metafísica amable ya que sus fantasmas no asustan ni generan escalofríos. Son ánimas en pena cansadas de un reposo inmortal no tan plácido como se nos ha hecho creer bíblicamente.
En Comala se instaló el olvido y los espectros. La más dura metáfora poética del continente latinoamericano como proyecto histórico atrapado por la miseria, el atraso cultural, la violencia social y la superstición. Comala es una recurrencia de Ortiz: de las “Casas Muertas” (1955) de nuestro Miguel Otero Silva. Si nosotros borráramos las imaginarias fronteras nacionales nos reconoceríamos todos en los mismos dolores y en las mismas aspiraciones como resultado de una cultura primigenia común. La talla de nuestros pasados son los mismos. “Salió afuera y miró el cielo. Llovía estrellas. Lamentó aquello porque hubiera querido ver un cielo quieto. Oyó el canto de los gallos. Sintió la envoltura de la noche cubriendo la tierra. La tierra, “este valle de lágrimas”.
Rulfo no se puede permitir que los vivos existan dentro de unas existencias anuladas por el infortunio y por ello devienen en fantasmas. Su radicalidad es absoluta y solo hay vitalidad en la textura de los ambientes de la naturaleza. Metáforas preciosas y lacónicas de los cuatro elementos: aire, agua, tierra y fuego compensan el horror de la pobreza y de universos interiores acosados por la culpa, el desamor, la huida y la desesperanza. “Por el techo abierto al cielo vi pasar parvadas de tordos, esos pájaros que vuelan al atardecer antes que la oscuridad les cierre los caminos. Luego, unas cuantas nubes ya desmenuzadas por el viento que viene a llevarse el día. Después salió la estrella de la tarde, y más tarde la luna”.
Los desvalidos: pobres e indios, son las presencias sepulcrales principales. Y las mujeres también como víctimas del patriarcado ancestral reforzado por los cuchillos del catolicismo primitivo que las injurió como origen del mal y los pecados. El Derecho de Pernada tropical trajo a los hijos de nadie unidos sólo por el agravio de la madre que cuece algún tipo de reparación o venganza. Estos mestizos fueron engendrados desde la indiferencia, la violencia y el desafecto. El resultado humano y familiar ha sido lamentable y penosamente circular. “Los indios esperan. Sienten que es un mal día. Quizá por eso tiemblan debajo de sus mojados gabanes de paja; no de frío, sino de temor. Y miran la lluvia desmenuzada y al cielo que no suelta sus nubes”.
“Pedro Páramo” no deja indiferente a nadie. A mí particularmente me impactó como pocos escritos lo han hecho. Porque desde la angustia de la noche y dónde sólo hay piedras, lamentaciones y desiertos: su autor, Juan Rulfo, fue capaz de generar una poesía de inconmensurable belleza. Y esto es un incentivo vital sobre las posibilidades humanas cuando creemos que no hay escape ante la derrota. Rulfo nos motiva a vivir siendo su relato un relato de la ultratumba.
Director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia – @Lombardiboscan