Amo a los jóvenes, desafiantes jinetes del aire, pobladores de pasillos en las Universidades, rebeldes, inconformes, planeadores de mundos diferentes. Gioconda Belli.
Por dicha o desgracia, la juventud siempre ha sido ese impulso social que mueve a los países hacia el desarrollo, atribuido a nuestro ímpetu de querer ser mejores frente a la inconformidad que representa el statu quo.
Venezuela no se escapa de esta realidad e innumerables hechos en nuestra historia son prueba de ello, desde la Batalla de La Victoria en 1814 hasta la Generación del 28. Siempre la juventud venezolana ha sido protagonista de los grandes procesos que atraviesa nuestra sociedad de cara a un cambio, movidos por el anhelo de independencia y libertad.
Sin embargo, existe un común denominador en las transiciones exitosas: los jóvenes tenían una concepción compartida de la Venezuela que querían construir y de los valores que —más allá de las diferencias— los hacían soñar con que podían hacerlo juntos.
Pero retornando al presente, parece que no logramos encontrar cuáles son esos valores, o si los encontramos, sentimos que no estamos lo suficientemente preparados para romper las cadenas y asumir las riendas de encabezar la transformación con todas las letras pequeñas intrínsecas del contrato social que requerimos, tales como el perdón y la reconciliación.
Entonces… ¿Cuál es la meta que debemos tener los jóvenes? ¿Cuáles son los pasos que tenemos que seguir para alcanzarla? ¿Qué estamos dispuestos a dejar a un lado —momentáneamente— para construir un proyecto común?
Estas son las grandes interrogantes que —tanto como proceso retrospectivo como fuente de estímulo— busca responder el presente artículo.
Primero, Venezuela requiere jóvenes formados, que puedan expresar sus argumentos con bases sólidas pero que también sepan escuchar y ceder de cara a un proyecto común, porque es justo eso lo que requiere el país: construir un pacto por la juventud que englobe los grandes rasgos que nos caracterizan como venezolanos.
Para lograrlo es necesario generar espacios donde jóvenes que están muy distanciados los unos de los otros puedan encontrarse para debatir sobre el futuro del país en áreas que son relevantes para el desarrollo de la juventud, tales como la educación en todos los niveles, la innovación, el emprendimiento, la salud, la seguridad y el medioambiente.
Como nación tenemos que replantearnos nuestro accionar y la intromisión estatal en los ámbitos anteriormente mencionados ya que su cambio significa un largo proceso de transformación del Estado que conocemos hoy en día, lo cual será realidad cuando los jóvenes del presente seamos mandatarios del país en un futuro.
Y justamente es necesario debatir sobre este último punto porque… ¿Estamos dispuestos a dejar en reposo por un momento nuestras aspiraciones individuales para encontrarnos en un punto medio a construir una visión común del futuro?
En Venezuela es muy fácil ser absorbido por las ambiciones de poder que —incluso sin darnos cuenta— nos llevan a arrasar con todo en nuestro camino de la forma más individualista posible porque, como plantean en El Pasajero de Truman de Francisco Suniaga:
Después de estudiarla tanto, había llegado a la triste conclusión de que la política en Venezuela, desde Bolívar hasta el presente, era la resultante de una mala praxis continuada de la viveza criolla, de esa que tanto nos jactamos, formaba parte de nuestra condición humana.
Como jóvenes, tenemos en nuestras manos la posibilidad de construir un proyecto país al largo plazo, de formarnos para no caer en viejas prácticas, pero —aún más importante— de comenzar desde ya a aprender a perdonar incluso a aquellos que pensamos que nos hicieron daño gracias a su omisión y de reconciliarnos, de entender que todos somos venezolanos y que si no contamos el uno con el otro, nunca podremos consolidar una sociedad lo suficientemente democrática para que la violencia nunca más vuelva a reinar.
Internacionalista en formación en la Universidad Central de Venezuela y política por vocación.