Ezequiel Querales Viloria: Retratos de vida

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Recordar es vivir, dice un antiguo y lapidario adagio. Cuántos recuerdos se juntan y revolotean en la memoria a medida que envejecemos. Recuerdos que regresan repentinamente a resucitar la presencia de lejanos episodios escolares, gratos o amargamos momentos que vivimos, disfrutamos o reñimos, en la niñez pueblerina de los primeros sueños.

Envolventes sentimientos, que a veces obran como drenajes de nuestras delirantes o calladas emociones, ya en los apartados refugios de soledades y reflexiones, o cuando asociamos los nuevos caminos por donde nos cruzamos, con lugares dejados atrás.

Son tan nuestros, que nunca nos abandonan. Y nos acompañan  a donde quiera que vayamos.  Es así como a estas alturas de la vida, casi siete décadas después, resplandece en mi soledad, la inspiradora sonoridad de los valses vieneses, que brotaban de los altos parlantes del hall de la escuela del campo de la Shell, allá en nuestro Mene Grande natal, como  solemne ritual de la diaria faena escolar, para entrar a clases y salir a la calle, en ordenada formación.

Tiempo después, me maravillé al constatar, que eran los mismos y famosos  valses del compositor vienés, Johann Strauss, hijo, como “Rosas del Sur”, “Oh hermosos Mayo”, “La Guerra Divertida”, “Danubio Azul”, entre otros, que siguen siendo utilizados en las ceremonias de la realeza europea, el cine, el teatro, festivales, cortejos nupciales, eventos de fin de año,  e innumerables conciertos del mundo.

Poco después de ingresar al bachillerato, supimos que la excelente música vienesa, era parte de un inmenso y codiciado sueño del director, el músico y profesor tachirense Víctor Torres Lovera, para hacer de aquel plantel escolar, un modelo de enseñanza de primer orden, “para que ningún alumno olvide su paso por la escuela, siempre profese el respeto y el conocimiento impartido por sus maestros, y nunca subestime, la hermosa aventura compartida con sus compañeros de escolaridad”. Sin duda, que su emotiva pedagogía, se grabó de por vida, en muchos de quienes compartimos tan bella época. Desde entonces, nos acompaña el respeto por los niños y los ancianos, así como la olvidada enseñanza, de que primero están los deberes, y luego, la libertad de jugar con los amigos.

Fue una grandiosa etapa, de sueños e inventivas para fabricar nuestros propios juguetes, con tantas fallas, pero juguetes al fin, donde éramos diestros fontaneros de carritos con carrocerías de envases de sardinas, ruedas de chapas de gaseosas, halados con cabuya de fique. O haciendo volantines, yoyos, trompos tataretos, gurrufíos, envoques, con las desechadas tapas de cabrias de perforación, cuyos bordes rellenábamos con mene. Solo las metras y los primeros patines Winchester provenían de afuera.

Siguen vivos en nuestra memoria, los arreboles crepusculares del Barquisimeto musical y gentil, y los veleidosos aires trujillanos de la ciudad de la siete colinas de Valera, donde viví la sublime ensoñación juvenil del bachillerato. De tan hermosos momentos, evoco las alocadas discusiones sobre la teoría del amor adolescente, que plenaron nuestra imaginación, de furiosas, atrevidas y divertidas divagaciones, que luego quedaron escritas, en los cuadernos del olvido.

Breves pinceladas existenciales que se mantienen jóvenes, pese al paso del tiempo, tal vez, buscando alargar los recuerdos y mostrar la eterna permanencia del retrato de vida, que llevamos impreso en el alma.

ezzevil34@gmail,com

 

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