Amigos lectores:
I. El lunes 24 de abril Rafael Cadenas recibirá el Premio Cervantes en Alcalá de Henares, el más reciente de una seguidilla de reconocimientos, cuyo primer hito destacable es el Premio Nacional de Literatura que recibió en 1985. Desde entonces, con el paso de los años, su obra ha sido reconocida con el Doctorado Honoris Causa otorgado por la ULA en 2001, el Doctorado Honoris Causa concedido por la UCV en 2005, el Premio FIL de Literaturas Romances en 2009, el Doctorado Honoris Causa otorgado por la Universidad Centro Occidental Lisandro Alvarado en 2012, el Premio Internacional de Poesía García Lorca en 2015, y el Premio Reina Sofía de Poesía Hispanoamericana en 2018, entre otros.
Si me propusiera hacer la recapitulación de las sesiones de lecturas de sus poemas, foros académicos, encuentros celebratorios, homenajes y otros afines, que se han realizado en universidades, centros académicos e instituciones varias solo durante el 2023, obligaría a producir un informe de considerable extensión. Los artículos publicados en medios impresos y digitales, en lengua española, se cuentan por miles. ¿Y los tuits? Quién sabe. ¿Y las expresiones de complacencia en otras redes sociales? Impensable. Por momentos se tiene la sensación de que hay poemas de Cadenas que andan, en vehículo propio, viajando de un sitio a otro.
Toda esta corriente de energía, además de excepcional, es incomparable: la expansión del reconocimiento a Cadenas, en constante crecimiento desde hace más de dos décadas, se ha potenciado en los meses recientes, bajo el enorme impulso de la comunicación digital y las redes sociales. Cadenas no solo es el mayor exponente de la lengua poética venezolana. También es, ahora mismo, la más diseminada y sólida de las marcas culturales del país. Digno ciudadano de la lengua española.
Quiero añadir que, en estos días, Cadenas, con sus 93 años, en una actividad física y mental muy exigente, está en España, atendiendo a una múltiple y exigente demanda -institucional, mediática, social-, que no se limita al acto de premiación en Alcalá de Henares. Lo anoto aquí, porque ese esfuerzo suyo, conmovedor y generoso, habla de los asombrosos límites que puede alcanzar el vínculo humano con las palabras. En la rueda de prensa que concedió en Madrid, el jueves 20 de abril, dijo una frase para guardar de por vida: “cuando uno habla siente que falta algo, en cambio, la escritura no tiene límites”.
Le pedí a María Ramírez Delgado –Diálogo silencioso con Rafael Cadenas– y a Carmen Virginia Carrillo –Un largo y extraordinario recorrido– los textos desplegados en las tres primeras páginas de esta edición. A continuación, organicé dos páginas con fragmentos tomados de aquí y allá, de fuentes y épocas distintas, más evidencias de que Cadenas ha capturado la atención de escritores y estudiosos, desde hace años. Los fragmentos hubiesen podido ocupar decenas de páginas. Elegí apenas un puñado, entre una numerosa oferta disponible en libros, revistas y ensayos que se consiguen en la web: Adalber Salas Hernández, Alfredo Chacón, Antonio López Ortega, Armando Rojas Guardia, Arturo Gutiérrez Plaza, Ernesto Pérez Zúñiga, Fabienne Bradu, Joaquín Marta Sosa, José María Cadenas, Josu Landa, Luis Miguel Isava, Magaly Salazar, Manuel Caballero, María Fernanda Palacios y Moraima Guanipa. Están en las páginas 4 y 5, en orden alfabético.
II. Las páginas 6 a la 11 traen un homenaje a la poesía y la ensayística, ambas admirables, de Octavio Armand, nacido en Cuba (1947) y residenciado en Venezuela desde 1961. Editor (está disponible en la web) de esa revista incomparable que fue escandalar (así, con minúsculas), que circuló entre 1978 y 1984. Estoy entre los privilegiados que han leído varios de sus libros de poesía (en mi exilio solo tengo Clinamen, publicado por Kálathos en 2013). Y tengo conmigo el que asumo como un tesoro: Contra la página, volumen que reúne sus ensayos entre 1980 y 2013: un largo banquete -más de 800 páginas- de ideas, conexiones, raptos de la imaginación, expresiones de contención, fugas, formas cambiantes, referencias inesperadas, experimentaciones visuales, evocaciones de un autor formado en lo plural, inagotable en sus imágenes, inagotable, repito, tanto como lo anuncia el fragmento 3 de su Pequeño homenaje a Guillaume Apollinaire:
Una poesía de la mirada. Es decir, del juego. Pero del juego jugado.
Magia: miríada de imágenes: mirada: lo barroco. Como si el ojo fuese
una ley de caprichosa simetría y lo mirado añadiera una arbitrariedad
sana, escandalosa.
Escriben Johan Gotera (en Octavio Armand y la construcción del espacio vacío, dice: “Desde los años 70 hasta entrado el siglo XXI, encontramos en la obra de Armand la elaboración de un yo que se sustrae sistemáticamente de su propia soberanía y que transfiere los poderes de su expresión a figuras animales, por ejemplo, en una especie de compleja colaboración interespecie que deshumaniza los procesos de escritura, enrarece el despliegue de la expresión y menoscaba la supremacía de la voz. “Articulando la insuficiencia” o “Autorretrato sin mí”, más que títulos de poemas, son paradojas desafiantes que podemos leer como propuestas conceptuales que tienden a vaciar el escenario del poema para que, como sabía Lucrecio, se habiliten otros modos insospechados de asociación y encuentro, y se dé, recomenzado incesantemente, el mundo en sus imprevisibles lenguajes); Víctor Carreño (en De cómo conocí a Octavio Armand: la novela de una elipsis, dice: “Cuando Johan Gotera me invitó aquella mañana a encontrarnos con Octavio Armand, sentí que el tiempo rebobinaba. El pasado se repetía en el futuro pero en una situación diferente. Íbamos a vernos en la pastelería Danubio, al final de Las Mercedes, en Santa Rosa de Lima. Armand vivía y vive por esa zona, así que era ideal para él que nuestra cita fuera allí. Si mi memoria no me falla, era el sitio donde Leopoldo me había propuesto para vernos con Armand. Ese efecto de rebobinar el pasado iba a influirme más de lo que podía imaginarme. Me sacó de mi bloqueo. Era un regalo de los dioses. Una alegoría del trabajo del tiempo sobre los seres. Esa lenta modificación hecha de azares y olvidos que se transforma luego bajo el impulso libre de la ficción”); y Leonardo Rodríguez (en Octavio Armand: el espejo a ciegas, dice: En “Una lectura de la luz” (1981) Armand elaboraría una poética de la imagen a partir de Van Gogh. En Van Gogh – como el sembrador difuminado de uno de sus cuadros- Armand veía paradojas para los ojos: paraíso apocalíptico, esplendor a oscuras, organicidad intangible. También: tiempo extático. Ni simulacros ni ídolos: incandescencias terrestres. Vuelo de pájaros en la madrugada insomne, rostros irisados: metamorfosis. Si había una mímesis en Van Gogh, era la de la luminosidad misma: la luz como secreto, el color como epifanía. La imagen era entonces una visión y se podía –se debía- verla sin abrir los ojos. Una imposibilidad, advertía entonces Armand: aprender a ver a pesar de los ojos, ver con el cuerpo. El mundo arde y Van Gogh es su testigo).
En la página 10 van 15 poemas de Armand, escogidos con especial tino, por Johan Gotera. A continuación transcribo, para despedirme, uno que pertenece al mencionado Clinamen. Se titula Ruiseñor:
En vano lo buscarás entre las hojas
Del pequeño libro de Ruth.
Ahora canta entre los versos de Keats.
O quizás ha saltado a otra rama
para distraer tu soledad.
Búscalo en sus ecos.
Busca aquel verano de 1819.
Llena tus pulmones
de un aire sin siglos ni rima.
En tu casa de irse otra vez
habrá un jardín tan verde
como la nieve del verano.
Oirás el mismo ruiseñor.
Leerás el mismo poema.
Serás Ruth y John Keats.
Ausencia a partir de azogues.
Hora de celebrar a la poesía y a los poetas. A Rafael Cadenas. A Octavio Armand.