El espectáculo bochornoso y triste que estamos presenciando con los escándalos de esa corrupción monstruosa que ha destruido el país, ha arruinado a las mayorías y nos ha permitido ver la codicia e insensibilidad de algunos políticos, empresarios y personas sin conciencia ni moral, nos evidencia la necesidad de cimentar la política sobre la ética y buscar y apoyar candidatos que muestren un gran compromiso moral, coherencia entre sus palabras y modo de vida, y estén cercanos al dolor y sufrimiento de las mayorías. No comprendo cómo puede haber personas que han descendido a tal nivel de degradación y deshumanización que se han dedicado a saquear al país, sin importarles el sufrimiento que ocasionaban, y que además intentaban presentarse como defensores de la anticorrupción y acusadores de la corrupción de otros. Escucharles y palpar sus modos de vida, da náuseas y apuñalea el corazón. Por ello, hay que insistir y dejar bien claro que, para desentrañar la perversidad de la corrupción en Venezuela, debemos empezar a relacionarla con la degradación humana y el asesinato. Hay que mostrar a todos, especialmente a los corruptos y a sus familiares y amigos, que sus fortunas mal habidas están manchadas de sangre inocente. No sólo se robaron el dinero y desmantelaron el país, sino que, al hacerlo, arrancaron vidas y sembraron muerte. Porque no sólo se asesina a balazos, con armas blancas o mediante la tortura. También se asesina a los enfermos que mueren por falta de medicinas o atención sanitaria porque algunos se robaron los dineros. Se asesina a los que mueren de hambre porque destruyeron el aparato productivo y utilizaron los recursos para derrocharlos en una vida de lujos y fiestas escandalosas. Se asesina a los niños que mueren por falta de leche o por una de esas enfermedades de la miseria, originadas por la desnutrición y la falta de agua. Se asesina a esos migrantes que murieron en la selva de Darién y a los que no pudieron llegar a su destino. También han muerto asesinados los que, agobiados por la depresión al verse sin salida ni esperanza, optaron por suicidarse . El whiskey y el champán que paladean los corruptos tienen el sabor de la sangre. Las joyas que exhiben ellos y sus mujeres no reflejan lujo, sino insensibilidad y deshumanización. Los perfumes exquisitos huelen a pudrición y muerte.
Y no sólo se asesina a las personas. Está siendo asesinada la naturaleza, y con ello, la posibilidad de vida de las generaciones venideras. En el Arco Minero se está cometiendo uno de los más graves ecocidios del planeta. Ubicado al sur del Orinoco, el Arco Minero ocupa una extensión que equivale al 12% del territorio nacional. La extracción de minerales como bauxita, coltán, diamantes, hierro y sobre todo oro, ha alimentado la corrupción, ha generado una grave contaminación de los ríos, deforestación, enfermedades como la malaria, asesinatos de indígenas y proliferación de grupos armados al margen de la ley.
En cuanto a la deforestación, según la ONG venezolana Provita, en los últimos años han sido devastados 5.266 kilómetros cuadrados de vegetación. Se calcula que en el Arco Minero hay 1.899 puntos de minería no autorizados.
Pero tenemos en las próximas elecciones una oportunidad de empezar a reconstruir el país y levantarlo sobre los cimientos de la ética. La selección del candidato unitario no puede ser irreflexiva ni pasional. Debe partir de analizar la conducta, la vida y la trayectoria como persona y como político.
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