En la Estación Central son comunes las juntas familiares, que bien sirven para recolectar dinero, para repartir responsabilidades o para ser notificados de la evolución del paciente.
Cuidar y estar pendiente de la evolución médica de un paciente en la emergencia del Hospital Central, es una de las experiencias más estresantes de la vida. Y lo es aún más cuando se sabe que si bien en el centro asistencial se hacen esfuerzos ingentes para rescatar vidas, no cuenta con los recursos quirúrgicos ni en medicamentos necesarios, para contribuir con este noble objetivo. Por lo que gran parte de esos gastos deben correr por cuenta de familias que apenas si han podido resolver su problema de supervivencia
De interés…
Gasas, yelcos, guantes, deben ser comprados por los familiares de los pacientes del Hospital Central, y en solo esto los gastos diarios pueden estar por el orden de los 30 mil pesos.
El Dato…
Se suman los exámenes médicos, que ya no se cotizan en pesos sino en cientos de dólares, y que a veces requieren de traslados en ambulancia, especialmente en los casos de tomografías, lo que implica un costo adicional de 50 mil pesos.
Hay cosas que así se cuenten, difícil resulta abarcarlas en su amplia dimensión, cuando hay que vivirlas en su cruda realidad para realmente conocerlas. Y una de esas es recibir atención en las emergencias de un centro asistencial, como paciente y familiar del mismo, y verse obligado prácticamente a instalarse en el lugar como si de una nueva “residencia” se tratase.
Alrededor de las Emergencias del Hospital Central de San Cristóbal se tejen historias de abatimientos, fortaleza y solidaridad. Relatos que sirven para compartir entre extraños que se reconocen en el mismo dolor de ver padecer a sus seres queridos, y han encontrado la manera de distraer la pena y las interminables horas sin ver mejorías en aquellos, mientras la economía particular se va resintiendo, y la guardia debe ser permanente, en tanto el paciente de un momento a otro puede necesitar muchos implementos con los cuales la entidad de asistencia pública no cuenta.
Si se ha tenido que recurrir al Hospital Central, ha sido por las flaquezas del presupuesto familiar del tachirense que no aguanta los enormes costos de la salud privada, o al menos así se percibe cuando el ingreso de los afectados apenas si alcanza para la básica sobrevivencia. Esto no significa en absoluto eximirse de todo gasto, en tanto si bien el sistema público tachirense garantiza la cama, la atención de los facultativos, algunos exámenes y medicinas, esto no contempla la totalidad de lo que el enfermo requiere.
El resto no es poco y se vuelve implacable a la hora de devorar ahorros, ingresos y las donaciones de terceros, que incluso provienen del extranjero, y esta situación se complica aún más entre los enfermos y sus allegados que no son residentes de San Cristóbal, ni cuentan con alguien que al menos les ofrezcan un techo provisional.
Son momentos como estos en los que se comprende el verdadero significado de la palabra familia. Incluso muchas diferencias se pueden pasar por alto, cuando el objetivo común es salvar y brindar salud a un ser querido. Por ellos se escarban los ahorros, se mandan mensajes por mensajerías digitales que incluso dan la vuelta a la mundo, se tocan las puertas de los vecinos, y se les “molesta” aunque para el que comprenda la gravedad del hecho no lo tome así, o se planifica cualquier tipo de recaudación de fondos, con sorteos, vendimia o lo que fuere necesario.
Temores por la Estación Central
La estructura construida a partir del aporte de una farmacia que operaba en el Hospital Central y que de la noche a la mañana cerró sus puertas, por circunstancias financieras aún no esclarecidas, se ha constituido para muchos en un hospedaje techado con alimentación eléctrica para los celulares, sillas y mesas de cemento cómodas, baños públicos e incluso servicio de lócker.
En esa área reciente denominada “Estación Central”, con alrededor de cuatro años de ser inaugurada, los rumores sobre el futuro de la misma corren entre quienes disfrutan el uso de tal espacio público.
Precisamente ese es el tema de Edwin García, sobrino de una paciente en Unidad de Cuidados Intensivos, incorporado a una especie de junta familiar entre sillas y mesas de cemento sirviendo de mobiliario, y unas tres paredes a los lados permitiendo cierta privacidad: lo que no es ocupado por personas, se reserva para enormes maletas, en las que se guardan cosas requeridas por el paciente, pero también el equipamiento para los que se van a establecer en las cercanías de la emergencia.
Vino García de Maracay para dar su apoyo a sus seres queridos, y admite que en esa ciudad no conoce una construcción similar: “Deberían entregar esto en comodato a alguien que lo mantuviera, aunque no sé si el mismo hospital está asumiendo el mantenimiento de acá. Me dicen que está en buen estado porque es reciente; pero esto se irá deteriorando, si no lo cuidan. Esta parte es muy importante. Aquí tienes un lugar donde pasar el día y la noche. Aquí uno se acomoda con una almohada, y se abriga con una cobija. Un familiar mío tuvo una situación similar a la de nosotros, años atrás, con un allegado en emergencia, y tenía que estar por allá acurrucado en cualquier esquinita, pegando carreras cuando llovía”.
Sin dinero para lo mínimo
Entre las personas que fueron entrevistadas para este reportaje, no salió a relucir ninguna queja por la atención del personal de la institución, aunque algunos se molestaban por no contar con la información precisa sobre las circunstancias de la enfermedad, para así tomar las previsiones, o al menos saber a qué atenerse. Pero aunque hubiese relativa confianza en la atención facultativa, esto no tranquiliza del todo, pues el resentimiento de sus “bolsillos” los llenaba de muchas incertidumbres, más cuando en la falta de un medicamento o un examen se ponía en juego vidas humanas.
Dicen que por la maleta se conoce al viajero, en el caso de quienes están obligados a ubicarse por días o incluso semanas en las cercanías del Hospital Central, uno puede intuir la gravedad del caso, o la lejanía que los trajo de otras partes del estado o del país, pues para muchos el viaje ha sido largo, interminable cuando entre los pasajeros se encontraba la amenaza de la muerte o el padecimiento corporal.
Alrededor de Nancy García y su consuegra hay varias bolsas con envases para comidas y líquidos. Ellas son dos abuelas dedicadas a labores de campo en El Piñal, a las que la preocupación por su nieta prematura recién nacida y con principios de meningitis, las unió. Cuando ella nació en el Hospital Central fue dada de alta al poco tiempo, pero ya en casa una fiebre y un recrecimiento ligero de su cabeza, despertó la alerta entre las “mamás”.
Afirmaron que los medicamentos se entregaron en el Hospital, pero los exámenes sí corrieron por cuenta de ellos. Una noche pudieron con cartones y cobijas hacerse de un lugar cerca de la sala de partos, cerca de la mamá de la bebé enferma.
—Nada más por el examen que le mandaron hacer de la médula, nos pidieron 102 mil pesos, otros 80 mil pesos se fueron en otro, 24 mil por otro… El esposo de mi hija arañando aquí y allá la plata, y los vecinos han colaborado. Lo más fuerte es que le quedamos debiendo plata a todo el mundo. Corra por aquí, vaya y busqué por allá, es lo que a cada rato nos dicen los médicos, eso lo tenemos que hacer nosotras pues la mamá debe cuidar a la bebé— aseveró García.
Experiencia inolvidable
Cuando familiares y pacientes ingresan juntos al área de shock, muchas de las cosas que puedan ver allí quedarán grabadas para el resto de sus vidas, al conocer la muerte tan de cerca en muchas oportunidades, compartiendo espacio con agonizantes o heridos de gravedad, cuando no personas que ya dieron su último aliento.
Uno de esos testigos de lo feroz que el destino puede ser con cualquiera de nosotros, ha sido una mujer quien prefirió no identificarse, y se trajo a su marido desde Elorza, estado Barinas en un taxi por el que pagó 500 mil pesos. Ese fue el comienzo de una cuenta que ya va por el orden de los siete millones de pesos. Al parecer habría agarrado una bacteria, dentro de un cuadro médico complicado por la diabetes. El día de la entrevista era prácticamente el día “0” del presupuesto familiar, y ya no sabía ni qué hacer
“Y no se le ve mejoría, hoy no tenemos ni para hacer los exámenes. Son 200 mil pesos de uno que debe hacerse diario y de dónde vamos a sacar dinero. Algunos se lograron por contactos en Elorza, pero ya lo que se obtuvo se agotó. Ya no damos más. Comiendo en la calle, desayuno, almuerzo y cena, en eso ya llevamos como 600 mil pesos”.
Recurrir a otros
Si no vives en San Cristóbal, que alguien te ofrezca hospedaje y cocina es una bendición. Lo que se ahorra con eso, va directamente a cubrir los gastos médicos del paciente en el Hospital Central.
Una paciente, cuyo nombre se reservó, acudió desde Santa Bárbara al Hospital Central para descartar la expansión de un cáncer. La tomografía que se le hizo con valor de 145 dólares, muestra algo en los pulmones que debía ser visto a fondo por los especialistas en el Hospital Central. Siendo un grupo familiar a cargo, se turnan las guardias que deben ser permanentes, y siempre en alerta, pues de un momento a otro un nombre conocido puede salir de los altoparlantes
“Al principio estábamos gastando en comida de la calle, y estábamos gastando más de lo debido porque hay que guardar para los gastos de ella. Solo hasta ayer hemos comenzado a cocinar donde nos están dando posada. Un familiar en EEUU envió primero 500 dólares y luego 700, y ya eso desapareció en una semana. Y nosotros le tenemos a ella una alimentación sana pues tiene antecedentes de diabetes. De la atención médica no tenemos nada de que quejarnos”, narró.
Volvió a vivir
Las perspectivas de vida de José Domingo Guerrero, de 38 años, estaban reducidas al mínimo al ingresar a emergencias del Hospital Central para diciembre del año pasado, a causa de un accidente en motocicleta. Luego de un coma de tres meses, regresó al mundo siendo otro, un ser más dependiente de los demás, que para respirar y comer ha requerido de un tubo.
Un abrazo solidario de su familia y de los habitantes de Coloncito, municipio Panamericano, han hecho posible el lento despertar de su cuerpo, la mitad del cual está paralizado. Hoy ya puede comer por la boca, cada avance en sus funciones corporales es un triunfo diario.
En los momentos más críticos el gasto rondaba los 300 mil pesos diarios, y en total el mismo hasta los momentos va por los 6 millones de pesos.
Vino en su silla de ruedas con sus hermanos Teresa Guerrero y Teófilo Guerrero, su esposa, por una cita médica, que no se podía perder, y que los obligaba quedarse un día en San Cristóbal. Aprovecharon la cola de un amigo que de manera incondicional se puso a la orden.
Se iba a determinar en los chequeos si necesitaba de una válvula valorada en dos mil dólares, y para ellos de escasos recursos eso es demasiado. Ya habían invertido en la tomografía alrededor de 65 dólares, y la cuidaban entre tantos papeles que llevaban consigo.
—Lo bañamos, lo alimentamos, le ponemos pañales y ahora está aprendiendo a comer por la boca. Dos tubos se le introdujeron, uno para respirar y otro en el estómago, para darle la comida. Tenemos que estar lidiando con todo lo que necesita. Cuando despertó del coma permaneció seis días en piso y nos lo entregaron con el alivio de que al menos ya se había despertado. Nos tocó que comprar el aparato para respirar, y no se nos muriera ahogado, así como el colchón antiescaras— relató Teresa Guerrero
Pudieron conseguir un hotel en San Cristóbal de 50 mil pesos el día, pero asumir ese desembolso en cada viaje, no les resulta fácil. La gente de Coloncito no ha fallado con su solidaridad, donando pañales y comidas. Con un arriendo se ayudan pero no es suficiente; por eso, han puesto a disposición los números telefónicos 0426-32731 y 0412-4707488.
—Poco a poco va despertando del coma, cada día es un triunfo para ir recuperando la normalidad, un proceso lento su recuperación. Y nos recomendaron que le habláramos, que le pusiéramos música. Nos recomendaron mejor tenerlo en casa, porque en el Hospital podía contagiarse de una bacteria— agregó Guerrero.
¿Y ahora?
En otra de las juntas familiares que se forman muy cerca de emergencia, se estaba discutiendo algo muy importante relacionado con María Hernández, paciente de 67 años, que está internada en la UCI.
Después de una semana no había plata, y no tener un parte definitivo de cómo evolucionaría su salud, los desesperaba aún más. Todas las instancias se agotaron, y también el poco capital recaudado entre familiares y benefactores.
De Santa Ana pudo ser trasladada gracias al Cuerpo de Bomberos de la localidad. “¿Y ahora cómo hacemos?” era la pregunta entre nietos, sobrinos, un hijo y una hermana, pero que William Contreras volvió explicita. Los “granitos de arena” se diluyeron, y ya hasta toda estrategia de economía se hacía insuficiente, y ella ha incluido no consumir alimentos dentro y por los alrededores del Hospital Central.
—Acá todo es costoso, el agua potable por los establecimientos cercanos cuesta 4 mil pesos, y en la noche 8 mil pesos. Traemos los alimentos, buscamos donde cocinar, porque todo es muy caro. Mandan a hacer exámenes, exámenes y son demasiado costosos, y 50 dólares el de más valor y debe hacerse a diario. Ya agotamos los recursos y ella sigue en crítica condición— con angustia reveló Contreras.
En grandes paquetes va contenido el material desechable, para no tener más afanes, y también más gastos cuando se adquieren al detal.
—Ha sido demasiado difícil. Gasa, guantes, el yelco, todo lo piden hasta el mínimo: 4 mil pesos cada implemento y eso hay que comprarlo todos los días. Todo esto es medicamento -dijo mostrando una resma de papeles-. Y las batas, todo esto lo hemos comprado nosotros. Todo eso lo tenemos a la mano, porque sabemos que nos lo van a pedir: cuatro pares de guantes, en la mañana, en la tarde y en la noche, y así con lo demás— contabilizó Contreras.
No pocos han ayudado, pero eso pareciera colarse por un hueco sin fondo. Y eso difícilmente lo aguantan donde los integrantes de la familia con ingresos, apenas sí devengan un mínimo. La paciente cuenta con un hijo en Chile, no obstante, “por allá las cosas han cambiado y ya no pueden ayudar igual”.
Al final alguien destapa su vianda. Vino de muy lejos y ya comer por fuera para él es un verdadero lujo, y tal vez esa sea la única comida por el día de hoy. En su cartera, puede tener algunos dólares o pesos, o una tarjeta de débito en bolívares con cierta capacidad de pago; pero eso no se puede tocar, es sagrado, es requerido por alguien que al interior del Hospital Central, que mira ensimismado, aguardando que de salga una buena o una mala noticia; mientras tanto consume sus alimentos, y si un mal presentimiento lo aborda, prefiere espantarlo rápido, y seguir cuadrando números, que perfectamente pueden desactualizarse porque en un récipe médico puede estar escrita una nueva exigencia o un precio de algún examen o medicamento pudo sufrir variación.
La Nación del Táchira – Freddy Omar Durán