Hablamos mucho de ADN en este boletín y con razón. Desde los tiempos del Proyecto Genoma, y más ahora que resulta más fácil y detallado, leer el recetario de los seres vivos puede ser increíblemente informativo. Y esta semana se han cruzado un par de historias que ayudan a ver la foto panorámica del asunto.
Porque en la receta de la vida, como en otras facetas más mundanas, más no es sinónimo de mejor. Todavía entendemos regular la evolución: una especie más inteligente (¿qué es eso?) no es una especie mejor adaptada, y una especie mejor adaptada no es la que más armamento genético acumule. Las cosas no funcionan así.
Que gobernemos el planeta no significa que hubiera un camino evolutivo predeterminado que nos haya traído hasta aquí, como si fuera la meta. Ni siquiera implica que tengamos más adaptaciones o genes superavanzados. Los pokémon más evolucionados desarrollan más elementos en su fisonomía, pero la naturaleza no está formada como los pikachus.
Solo un 2% de su genoma los diferencia.
Esta semana se han publicado en Science los resultados del Proyecto Zoonomía, que ha descifrado y comparado desde distintos ángulos el genoma de 240 especies de mamíferos. El resultado más sorprendente es que lo que nos hace humanos, para entendernos, es lo que nos falta.
Los recetarios de los mamíferos comparten muchas páginas e ingredientes, lógicamente, porque son funciones básicas que todos necesitamos en nuestros metabolismos. Pero en esas páginas tan compartidas, los humanos destacamos porque nos faltan 10.000 piezas de ADN que sí tienen el resto de los mamíferos. Unos 10.000 ingredientes que no se usan en nuestro guiso y que nos hace así de sabrosos. A veces, salen platos estupendos con cuatro cosas, sin abusar del armarito de las especias.
Cuenta mi compañero Miguel Ángel Criado que la inmensa mayoría de estos genes que no tenemos —y nuestros parientes sí— son secuencias muy cortas, de unos pocos pares de bases cuyas funciones se desconocen, aunque buena parte del material genético desaparecido estaría relacionado con genes que intervienen en funciones cerebrales y en elementos reguladores, que controlarían el encendido, apagado o enriquecimiento de determinados genes. Lo explica la bióloga evolutiva Irene Gallego:
Pone en evidencia esa tendencia que a veces tenemos de pensar en la evolución como un proceso lineal y dirigido siempre a un fin específico, como si los humanos fuésemos el gran hito de este progreso. Pero que sean tanto mutaciones como deleciones las que contribuyen a los fenotipos que nos caracterizan como especie, para mí añade un cierto grado de humildad sobre lo que pensamos de nosotros mismos, ¡ya que algunas de estas cosas que tanto valoramos son consecuencia de un borrón molecular!
Justo nos llevamos esta sorpresa de nuestro genoma en la semana en la que se cumplen 70 años del hallazgo de la doble hélice del ADN. Para celebrarlo, realizamos este especial estupendo que se han currado Fuco Doménech y José A. Álvarez, para que se entienda (también visualmente) la importancia de aquel descubrimiento que ha perfilado la ciencia biomédica de las siguientes décadas.
Además, la revista Nature —en la que se publicó ese estudio esencial— publica una revisión de documentos históricos que desmitifican la historia original del logro, y que prueban que Rosalind Franklin no era una ingenua que no supo ver la importancia de la famosa fotografía 51.
Las claves para alargar la vida se esconden en el microbio que nos da la cerveza o el vino. Un experimento logra incrementar en un 80% la duración de la vida de la levadura ‘Saccharomyces cerevisiae’ empleando técnicas de biología sintética.
El País de España