Al ser humano se le da bien sobrevivir, es bueno buscando los medios para mantener su integridad biológica. Vivir es otra cosa, porque implica la elección de unos valores en torno a los cuales cada persona elige expresar su modo de existir.
Tener los valores claros no tiene por qué ser difícil. Otra cosa es mantenerse fiel a esos valores en medio de un entramado social donde, muchas veces, los propios valores no sólo no coinciden con los de los demás, sino que pueden ser un obstáculo para lograr los propios objetivos e incluso pueden provocar el rechazo, la exclusión o la ira de otros.
Es aquí donde surgen las tensiones con la libertad. De una parte, están los valores que queremos vivir, mientras que desde la otra se levantan ineludibles los precios que tenemos que pagar por la fidelidad a esos valores. Y la decisión de ser fieles o no a lo que consideramos correcto es sólo nuestra.
No existen elecciones sin precios. Vivir no es cuestión de si hay o no precios que pagar sino de cuáles precios estoy dispuesto a pagar, por eso es indispensable que cada persona tome conciencia de los contrincantes capaces de competir con los valores que quiere elegir. En este sentido, y teniendo en cuenta que los valores son la base de las actitudes que nos definen…
O elijo yo o elige el miedo: o pago el precio de la angustia, de la inseguridad, de la incertidumbre, o dejo que los miedos me encierren en una cárcel tranquila y segura.
O elijo yo o elige la obsesión por mi imagen y mi estatus: o pago los precios de decir lo que pienso y siento y de actuar de modo coherente con mis principios, o renuncio a existir por mí mismo a cambio de aplausos interesados o concesiones desde el poder.
O elijo yo o elige la seguridad a cualquier costo: o pago el precio del riesgo, del escalofrío de salir de mi zona de confort y entrar en el terreno de lo nuevo, de lo todavía no conquistado, o me dedico a proteger mi jaula serena y perfecta, y a elaborar con meticulosidad justificaciones que tranquilicen la voz de mi conciencia.
O elijo yo o eligen mis egoísmos: o pago el precio de servir, de escuchar, de interesarme realmente por los problemas y necesidades del otro, o me repliego en la comodidad indiferente que magnifica lo que quiero para mí y minimiza todo lo que no representa una ganancia para mis intereses.
La libertad no es una meta, es el resultado de un modo de vivir. La libertad no es la desidia vulgar que encadena a los instintos, ni es la falsa paz de no buscarse problemas. Por el contrario, la libertad puede ser un camino doloroso, inquietante y sufriente, porque es la resultante inevitable de una vida que ha decidido poner su centro no en los pensamientos desalentadores o alarmantes que intentan desanimar, ni en las emociones desagradables que buscan atemorizar, sino en los valores en los cuales hemos decidido cimentar nuestra vida, nuestra única vida.
Reporte Católico