Para asegurar su prevalencia sobre su rival estratégico, la política industrial de la administración de Joe Biden se está acercando cada vez más a la China; a un sistema impulsado desde arriba (top-down) y centralmente planificado, aunque diferente al régimen de Pekín. A la vez, China se está americanizando. El regreso a los focos de algunos grandes empresarios –tras un tiempo sometidos al ostracismo– indica que Xi Jinping ha comprendido que los necesita para garantizar la innovación en alta tecnología (bottom-up, aunque a la vez reforzando el control y la decisión vertical).
Si Washington ha tomado medidas para limitar la exportación de tecnología punta a China y frenar su desarrollo, Pekín también está limitando algunas de sus exportaciones de diversas high tech y materias primas esenciales, como las tierras raras. ¿Estamos ante un choque entre capitalismos, como lo calificó años atrás Branko Milanovic? La competencia provoca más convergencia, pero esta a su vez lleva a más competencia. Cuidado.
Hace dos años, tanto en EEUU como en China y Europa, se dieron intentos de diferente carácter de limitar el poder de las grandes tecnológicas (big tech). Ahora está por ver en qué resultarán estas nuevas medidas defensivas ante la creciente competencia entre estos tres polos.
Definiendo más objetivos que eligiendo ganadores –campeones nacionales– la administración Biden se ha metido de lleno en un sistema de planificación central y plurianual, no tan distante de la China comunista, para garantizarse suministros y hegemonía tecnológica al menos en tres campos: las energías limpias, los semiconductores avanzados y la inteligencia artificial. La Ley de Chips (Chips Act) y la Ley de Reducción de la Inflación (IRA), aprobadas en agosto de 2022, llegaron con más de 400.000 millones de dólares en créditos fiscales, subvenciones y préstamos para garantizar la soberanía y el empleo estadounidense en estos campos, y parecen estar teniendo éxito. Según cálculos del Financial Times, estas inyecciones presupuestarias y exenciones fiscales han disparado inversiones privadas de más de 200.0000 millones de dólares. No es del todo nuevo. El Pentágono lleva induciéndolo hace años. Pero ahora el gobierno de EEUU, en vez de actuar esencialmente a través de las compras públicas, como viene haciendo desde hace tiempo y Biden ha reforzado mediante órdenes ejecutivas y programas de contratación pública, también fija objetivos y subvenciona en cantidades ingentes. Es decir, planifica. EEUU se ha decidido por más Estado. También Europa. Y China ya estaba en ello. ¿Es el fin del neoliberalismo, como señala Gary Gerstle (Auge y caída del orden neoliberal, 2022), o al menos de un cierto neoliberalismo? ¿Volvemos a dosis importantes de mercantilismo?
Mientras esto sucede en EEUU, Xin Jinping está dando muestras de flexibilidad, de acercarse al sistema estadounidense, volviendo a recuperar a grandes empresarios para mejorar la innovación. Todos se han percatado de que el Estado en nuestros tiempos no llega a proyectos que lanzan empresas privadas. Por ejemplo, la guerra de Ucrania no sería la misma sin el apoyo prestado a las comunicaciones de los ucranianos mediante el sistema de satélites para internet, Starlink, de Elon Musk.
Tras unos años de creciente presencia, los empresarios habían pasado a segunda fila, o desaparecido. Así se constató en el último Congreso del Partido Comunista Chino (en octubre de 2022) y en la Asamblea Popular, que en marzo pasado oficializó el tercer mandato de Xi. En las últimas semanas, sin embargo, ha resurgido públicamente, aunque no con carácter ejecutivo, un gran empresario chino como Jack Ma (Alibabá), aunque sigue instalado como profesor en Tokio y otros siguen desapareciendo, como Bao Fan de China Renaissance el pasado febrero. El primer ministro, Li Qiang, ha anunciado recientemente que el gobierno relajaría las medidas represivas contra las empresas, inmobiliarias y plataformas de internet. Pekín está suavizando la represión contra las tecnológicas y otras empresas.
Xi había dado hace tiempo un golpe de timón al ver que el control de las grandes empresas privadas se le escapaba al Partido Comunista Chino. Ahora, se observa un giro pro-business, una cierta tregua con las Big Tech (también en EEUU). En China, no obstante, el Estado está entrando cada vez más fuerte como accionista, y en EEUU, como cliente.
Pese a sus grandes avances –en algunos terrenos está por delante de EEUU–, China tiene algunos problemas de innovación tecnológica. En dos de los últimos avances ha ido por detrás: es el caso de las vacunas de ARN mensajero contra el Covid-19 y en la inteligencia artificial (IA) generativa en lenguaje natural, como el Chat GPT. Sin embargo, se espera que en IA avance muy rápido. Baidu, el Google chino, ya ha lanzado una versión en pruebas de Ernie, aunque plantea problemas de control de la información, de censura. En otras tecnologías, como energías renovables, comunicaciones 5G, vehículos eléctricos, China va por delante. Por ejemplo, está transformando el ministerio de Ciencia y Tecnología, y ha establecido una Comisión Central de Ciencia y Tecnología del Partido Comunista.
En un informe especial sobre la competencia entre China y Occidente para impulsar la innovación, el semanario británico The Economist recordaba recientemente que además de comparar el esfuerzo público y privado en I+D entre ambas superpotencias –800.000 millones de dólares en EEUU, frente a 600.000 millones China en 2020, antes de las últimas inyecciones de fondos (en 2008 el gasto chino para estos fines era un tercio del de EEUU)– también había que atender otras dimensiones: como las misiones de investigación en EEUU, frente a los “fondos de orientación” chinos, en los que el Estado se une a inversores privados para dirigir el dinero a nuevas empresas de AI y chips. Entre otras tecnologías, y muy especialmente las necesarias para la nueva carrera espacial. O el intento de los gobiernos de ambas superpotencias de que sus economías se beneficien de su propia innovación.
¿Y Europa? También lo intenta. Pero sigue debatiéndose entre “incitar o prohibir” (Jean-Dominique Giuliani), como estamos viendo con ChatGPT y similares, por razones de protección de derechos de privacidad y derechos de autor. Y más. Europa, defensora de la competencia leal, está molesta con las ayudas de Estado de EEUU (y desde siempre con las de China), pero también ha inyectado dinero con el NextGeneration Fund, y flexibilizado las reglas internas para permitir más ayudas estatales. La UE ha decidido subvencionar con 43.000 millones de euros la producción de chips, una cantidad mucho menor que EEUU o China, incluso cuando se suma lo que aportan los Estados o el fondo de recuperación. Los Proyectos Importantes de Interés Común Europeo (IPCEI, en sus siglas en inglés) y otras ayudas nacionales vienen a subvertir la ortodoxia de la limitación de ayudas estatales en la política industrial de la UE. La comisaria y vicepresidenta Margrethe Vestager ha perdido su batalla. Pero la UE no pone tanta confianza en sus empresarios industriales y sus investigadores como EEUU. Ni ha logrado aún una auténtica política industrial europea, sino más bien una suma de nacionales, aunque sean en parte con dinero europeo.
En cuanto a la obsesión europea por regular, pese al mito, EEUU regula tanto o más, aunque a menudo Bruselas vaya por delante y tenga un efecto más global. El último paso son las propuestas de los reguladores estadounidenses del Financial Stability Oversight Council, para limitar las actividades de los “no bancos”. China es también un país hiperregulador. En esto de la regulación se parecen los tres modelos más de lo que se suele decir.
Luego está la otra dimensión que a menudo no se toma suficientemente en consideración: el tiempo. La política en Washington siempre va con prisas. Los demócratas necesitan resultados antes de las elecciones de noviembre de 2024. A veces tienen empresarios-investigadores visionarios como Steve Jobs (Apple), Gordon Moore y Andrew Grove (Intel) o Elon Musk. Los chinos planifican a más largo plazo. Y Europa está en un permanente ejercicio de prospectiva. Pero nunca acaba de llegar.
Todo esto forma parte del paso del decoupling (desacoplamiento) que EEUU proponía frente a China, al de-risking (reducción de los riesgos) que promociona Europa, e incluso China apostando más por su propio mercado interno. La cuestión es cómo se va a gestionar a escala global. El Sur lo mira con preocupación. Y el peligro de guerras económicas acecha sin que las instituciones internacionales dispongan de los resortes necesarios.
Escritor y analista.