Ezequiel Querales Viloria: Sonreírle a la vida es la clave

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Entre gustos, olores, colores y sabores, no han decidido los doctores, reza un cultivado decir popular. Tampoco nosotros, inclinados por las cosas más simples, hemos podido descifrar el sentido y devenir de la vida. A lo sumo, nos hemos acercado a las fronteras del vasto conocimiento histórico, científico, cultural, ya andado, sobre la complejidad humana.

Son valoraciones existenciales que se repiten de generación en generación, y aunque nunca encuentran una repuesta convincente, de tanto repetirlas, no solo se han vuelto enigmáticas, sino cansadas de ser dichas. Aún así, insistimos en saber a qué venimos al mundo y cuál debería ser nuestra contribución, para dejarlo mejor, de como lo encontramos.

En nuestras reflexiones solemos hurgar en libros y tratados al alcance de nuestras manos y coeficiente intelectual, y de pronto, nos sentimos como buscando una aguja en una pajar. Optamos entonces, en no querer saber nada de nada, y que las cosas, sencillamente ocurran, como la flor al nacer.

Solo de leer la perfecta combinación de circunstancias que han ubicado a esa esfera de fuego incandescente, que es el sol, con una temperatura superior a 15,000.000 de grados Celsius (según la NASA)., a una distancia tan correctamente prudencial de nuestro diminuto planeta tierra, para que la vida se desarrollara, evolucionara, e hiciera posible que la humanidad, construyera su propio destino, no deja de asombrarnos. Apenas, si nos damos por enterados, de un mundo tan sorprendente y fascinante, que para muchos científicos, es como la felicidad de la infancia.

Tal vez de allí, proceda la acertada idea de considerar como rasgo vital de todo poeta, el de ser siempre un niño, ese niño que llevamos por dentro, que siempre anda en busca de la fascinación de la eterna felicidad.

Entonces, ¿para qué complicarnos la vida husmeando sobre el bizarro argumento del “azar y la necesidad” que nos aturde con su rigor científico, de “que el mero hecho de que existamos no es más que una compleja e inevitable serie de accidentes químicos y mutaciones biológicas”.  “Que todo, absolutamente todo, es pura coincidencia, previamente calculada”.?

A pesar de los enigmas y fantasmas que a menudo nos rondan por la mente, suele venir salvarnos, la gallarda irreverencia. Es la que nos ayuda a otear en el amplio y lejano horizonte, la ruta de ese viaje imposible que queremos andar. Surge como los sueños que florecen cuál rosas silvestres, en los jardines del alma.

Aunque a veces, muchas veces, nos doblegamos, nos sentimos impotentes, porque pese a todos los intentos, no podemos poner en letras, en palabras, trazar sobre el papel, el tan buscado y anhelado proyecto, volvemos a “la inexplicable sensación” de los grandes poetas de la Edad Media Dorada, y del mundo: de que “con la poesía entramos de manera consciente, a la mágica dimensión, a la fascinante afloración, de la rosa, en flor. Al clímax de la vida”.

Y como dice aquel verso del poeta soñador, no hay mejor manera de incorporarse a la felicidad, hasta que se nos acabe, que sonriéndole siempre a la vida.

ezzequevi34@gmail.com

 

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