Para entender el fracaso de Venezuela en el siglo XIX sólo basta señalar que se perdieron el 44% del territorio nacional. Una Independencia chucuta. Sólo el petróleo nos dio un respiro y a diferencia de Noruega no lo supimos invertir adecuadamente ni ahorrarlo para el futuro. Dios bendijo a Venezuela pero ni eso fue suficiente para perseverar en el error como política de Estado de una forma permanente.
Toda la épica de la Independencia, una edad de oro, de acuerdo al discurso oficial, es un grandísimo espejismo. Los Padres Fundadores, con muy pocas virtudes republicanas, se dedicaron más bien al saqueo del erario público, bastante desfalleciente por si acaso, en la centuria triste que fue nuestro siglo XIX. “Son repúblicas en el nombre, pero en el hecho son campamentos militares desorganizados. El gobierno no tiene continuidad ni prestigio”. Dictaminó César Zumeta en la obra El continente enfermo (1899).
Según Manuel Caballero la Independencia no acabó en 1821 luego de la Batalla de Carabobo sino que se siguió disputando como guerra civil permanente hasta el año 1903 en que Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, dos caudillos andinos, derrotaron en la Batalla de Ciudad Bolívar la coalición de los principales caudillos regionales. Hasta ese momento Venezuela fue un país Archipiélago identificado con un federalismo de formalidades y de realidades históricas autónomas. El primer padre imperfecto del centralismo fue Simón Bolívar y más luego le siguió Antonio Guzmán Blanco. Propuesta ésta que empezó a bosquejar el predominio de Caracas y sus alrededores sobre el resto de las regiones de Venezuela.
Fue tan díscolo y violento nuestro siglo XIX que se han podido contabilizar entre 1826 y 1888: cuarenta revoluciones “nacionales” y entre 1749 a 1888 hasta setecientos cuarenta “locales” (Manuel Landaeta Rosales). Y Pedro Manuel Arcaya apunta que sólo hubo dieciséis años de paz en el siglo XIX: una paz armada. El petróleo en el siglo XX, y ésta es otra tesis de Manuel Caballero, nos trajo una benéfica paz urbana y algunos destellos civilizadores bajo el protagonismo del mundo civil. Algo que hoy está en vías de desaparecer para volver a conectarnos con la violencia social y el atraso del siglo XIX.
Este desorden pigmeo, de una nación que hizo un juramento ficticio de grandeza, alrededor de su propio Destino Manifiesto, -el proyecto de la Gran Colombia (1819-1831)- quedó sólo en buenas intenciones. Los caraqueños bajo el comando de Páez no hicieron la Independencia para delegar sus mieles en otros como los odiados neogranadinos o zulianos. El Mito/Bolívar, erigido en 1842 por José Antonio Páez (1790-1873) y profundizado más luego por Antonio Guzmán Blanco (1829-1899), vino a compensar el fracaso nacional en la realidad. El tema en sí es para un animado como necesario debate.
Lo cierto del caso es que nuestros presidentes, caudillos, militares y demás cargos en la cúspide de la dirección del Estado venezolano, si es que existió éste, fueron muy negligentes en el resguardo de la soberanía territorial. Y éste es un tema tabú porque nos lleva a la vergüenza histórica de contradecir toda la propaganda que se ha elaborado sobre una Venezuela como destino de grandeza. Bolívar, en todo caso, traicionado en lo que fue su gran obra de liberación ya no sólo nacional sino también continental. La Monarquía hispánica tuvo mayores habilidades en resguardar los territorios de la Costa Firme que cuando tuvimos vida republicana. Para muestra los intentos de invasión del enemigo inglés en repetidas oportunidades y sus derrotas.
Dicen los mexicanos que: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Entre los años 1846 y 1848 los Estados Unidos invadieron México. Desembarcaron en Veracruz y tomaron más luego la capital. ¿Motivos? El expansionismo estadounidense alojado en Texas. México, era en ese entonces un país dislocado e invertebrado, lo mismo que Venezuela. Aún hoy lo sigue siendo. Pérdidas territoriales: Alta California, Nuevo México y Texas, que hoy forman los actuales estados de California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah, Colorado y parte del hoy llamado Wyoming. Estamos hablando de una pérdida del cincuenta y cinco por ciento de la totalidad de la geografía originaria de México.
¿Y Venezuela? En 1824, el Mariscal Antonio José de Sucre (1795-1830), al mando de un ejército republicano formado por fuerzas mixtas de todos los países de América del Sur, logró ponerle fin al dominio continental de la Monarquía hispánica en Ayacucho. Venezuela tuvo que lidiar en su frontera oriental con otro coloso: Inglaterra. Y en la occidental con Colombia, no tan coloso, pero con una diplomacia clarividente y habilidosa.
Ambos países nos arrebataron el cuarenta y cuatro por ciento del territorio nacional. Estos datos parecen ser reveladores y concluyentes: año 1882: 1.639.398 kms2; año 2021: 916.445 kms2; pérdidas territoriales: 722.953 kms2. Si nos vamos a los mapas de la Capitanía General de Venezuela en 1777 y a los del año 1810 es muy fácil constatar que la amputación territorial de nuestro territorio puede que sea hasta mayor que el sufrido por México. Afortunadamente el Mar Caribe se nos convirtió en una fortaleza natural. Porqué de haber tenido como vecino a los Estados Unidos hoy Venezuela no existiría.
A la mayoría de los venezolanos nos han hecho creer que el “Esequibo es Nuestro” y ya en la práctica no lo es. Y que el despojo más grande sucedió en esa frontera oriental. Y resulta que en la frontera occidental el zarpazo fue tan grande o hasta mayor. Las pérdidas territoriales en la frontera occidental con Colombia son más increíbles aún porque se trata de un país con los mismos rasgos sociológicos de atraso social como el nuestro. Lo que demostró que la oligarquía de Bogotá fue más habilidosa que la oligarquía de Caracas. El Laudo Arbitral Español de 1891 no sólo implicó la pérdida de la Península de la Guajira sino de extensos territorios al sur de la frontera occidental en torno a los ríos Sarare, Arauca, Meta, Orinoco y Negro.
Cuando un país en la Historia se expande a costa de sus vecinos es porqué posee una lógica geopolítica de conquista y resguardo de lo conquistado desde posiciones nacionalistas reales y tangibles. No es el caso de la cenicienta Venezuela que prefirió encubrir el deshonor de perder el 44% de su territorio en manos de: “la planta insolente que profanó el sagrado suelo de la Patria”. Esta última sentencia, del dictador Cipriano Castro, la utilizó en la Crisis del Bloqueo del año 1902, desde una demagogia irresponsable, cuando Venezuela estuvo a punto de ser invadida por Inglaterra, Alemania e Italia. Paradójicamente nos salvó los Estados Unidos y su Doctrina Monroe (1823). Que no iba a permitir que en su “Patio Trasero” otras potencias le disputaran su emergente preeminencia en toda América.
Director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia – @Lombardiboscán