Nuestro país es conocido en todo el mundo por sus grandes reservas petroleras y, sin embargo, llevamos cuatro largos años padeciendo de escasez de gasolina sin precedentes. Surtir combustible es un reto diario para miles de venezolanos a lo largo y ancho del país. Hacer colas kilométricas, de largas y pesadas horas -y hasta días-, o pasar la noche en el puesto, sacrificando su sueño y descanso, con la esperanza de poder conseguir algunos litros a la mañana siguiente, es el pan nuestro de cada día. Otros, en cambio, no corren con la misma suerte y deben soportar días bajo el inclemente sol, para proveerse de gasolina, perdiendo así jornadas laborales y tiempo con su familia. Esta es una de las tantas contradicciones y dificultades que vivimos en el país y que parece haber salido de una horrible pesadilla.
En diciembre del año pasado, Tarek El Aissami, quien fuera ministro de Petróleo del régimen, anunció que “en las próximas horas se normalizará la distribución de gasolina en el país”. Como ocurre con todas sus declaraciones, no fue más que una mentira. En abril de este año, el actual ministro de Petróleo, Pedro Rafael Tellechea, se jactó en redes sociales de inspeccionar las estaciones de servicio de Caracas para mostrar que no existen colas para surtir combustible. Pero como siempre pasa, no se puede ocultar el sol con un dedo, y lo que vemos en las calles es como se han intensificado las filas de vehículos para poder surtir, especialmente en las regiones del país, fuera de la capital.
Todo el país se encuentra en las mismas condiciones. La brutal falta de gasolina nos perjudica a todos de manera directa o indirecta. Sin combustible los alimentos y la materia prima proveniente de los campos no pueden ser trasladados a otras zonas del país, creando desabastecimiento y encareciendo el costo de los productos. Se reduce el transporte, la asistencia de ambulancias y demás unidades que están al servicio de la sociedad. Una nación no puede avanzar cuando lo poco que se produce no llega a los anaqueles ni al consumidor, o cuando llega, cuesta tres veces más porque aumentan los costos de toda la cadena de producción. Todo esto se transforma en una aberración económica que abulta aun más la inflación que sufrimos.
La ausencia de combustible, junto a la emergencia humanitaria compleja y a las fallas en servicios públicos, son los ingredientes perfectos que nos mantienen entre los países más infelices del mundo. Aquí sobra corrupción, matraqueo, hambre y escasez, y brillan por su ausencia las instituciones públicas independientes, la justicia y los planes acertados para rescatar a la nación.
Si aspiramos a dejar atrás esta pesadilla es necesario trabajar seriamente por la recuperación de PDVSA y las refinerías nacionales, contar con una visión de desarrollo, planificación gerencial y transparencia en las finanzas, y pensar en todos los venezolanos. Solo así se puede garantizar supervisión real y que los funcionarios públicos a cargo de la industria petrolera trabajen realmente en pro de Venezuela y los venezolanos. Este es el camino para decir adiós a las interminables colas por combustible, pero también para erradicar progresivamente los males que nos afectan como sociedad. Hoy más que nunca nuestra nación nos necesita trabajando por un cambio político, y trabajando unidos para que este anhelo sea una realidad.