Gloria Cuenca: Cualquier tiempo pasado…

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“A nuestro parecer fue mejor”. Así termina la frase. ¿Será cierto? Eso afirman las inmortales palabras del poema de Jorge Manrique. Siempre añoramos y recordamos el pasado en sus momentos buenos. ¡Cómo nos gusta olvidar los tiempos malos! Con este montón de años encima, abordo la cuestión de manera diversa.  En la juventud, en ocasiones, no somos conscientes: ni de lo malo, ni de lo bueno que vivimos. Pareciera, todo es posible. Nada nos asustaba. Así pasó con una circunstancia terrible, de la que se acaban de cumplir 30 años. Fue cuando a Carlos Andrés Pérez lo sacaron de la Presidencia de la República, y él, más consciente que todos nosotros, del disparate que se acababa de realizar, afirmó: “Hubiera preferido otra muerte”.

Ahora, después de lo pasado en los últimos 25 años somos conscientes de que, él sabía, lo supo siempre, que íbamos barranco abajo. [1] Enloquecidos y estimulados, por los disparates, agresiones y fechorías que se le ocurrió a un grupo de sus enemigos, envalentonados por el ambiente creado por el golpista mayor; además, una gran descomposición de los principales partidos que habían dado fuerza a la democracia representativa en Venezuela; una mayoría del país se prestó a este golpe mortal contra la democracia representativa. No es que la democracia existente con el Pacto de Punto Fijo fuera ideal. Para nada. Tenía defectos, se cometieron errores y había corrupción. Nada extraño en un país democrático; apenas empezaba a existir consciencia de las dificultades de la democracia. Sin embargo, la ruta, el camino era correcto: vivíamos en una democracia, “no perfecta, si perfectible” como dijo, Luis Herrera C. ¿Hubo una crisis fuerte? En efecto. La salida no era un golpe de estado, mucho menos, el socialismo del siglo XXI. Había que profundizar la democracia, insistir en la institucionalización del país. Democratizar los partidos políticos, renovar las direcciones. Ser capaces de aceptar la crítica, positivamente para analizarla y poner en funcionamiento correctivos. Usar el sistema de seguridad del país para conocer a los conspiradores y usurpadores contra la democracia representativa. Mejorar el ámbito de la administración de justicia con pulcritud, verdadero sentido democrático y jurídicamente impecable. Especialmente, era imprescindible educar en valores de la democracia. Insistir en el desarrollo de la ciudadanía y construir en profundidad una cultura de Paz, con todas sus implicaciones. Ese pecado nos alcanza: la gran mayoría se dedicó a denostar y hacer hiper crítica de lo que teníamos; destruir lo construido con tanto esfuerzo: la tolerancia y la aceptación entre los venezolanos para volvernos enemigos unos de otros.

Todavía hay quien piensa:  el fracaso de los países bajo dominio del socialismo del siglo XXI se debe a qué, los líderes no son verdaderamente revolucionarios, o  más seguro, no han sabido aplicar la teoría. ¡Qué ilusos! ¡Siguen soñando! No se imaginan mis amables seguidores y los contradictorios lectores, cuanto siento, haber constatado para llegar a esta categórica conclusión:  la teoría marxista no sirve. Hace más de un siglo ocurrió la Revolución Bolchevique. Queda el recuerdo trágico de lo que nunca pudo lograrse.  No pudo Lenin, menos Stalin, tampoco Mao. Menos Fidel Castro, ni ninguno de los otros dirigentes.  Meses atrás, lo comenté, después de hablar con una “revolucionaria de mi época”. Pregunté: ¿Apoya este desastre? Sorprendida contestó: “He luchado siempre por un sistema socialista ¿cómo no apoyarlo?”. No me pude contener y le dije: “¿Quería algo así? ¿Se siente complacida?” Contestó: “Claro que sí. Sigo luchando. No hemos llegado a donde esperamos, pero lo haremos”. Mi desconcierto, angustia y preocupación se hizo mayor. Me di cuenta, no resulta fácil a militantes y revolucionarios aceptar esa verdad: toda esa teoría, desde la lucha de clases, la revolución, los burgueses y demás, son pamplinas. Es una lucha para poner en el poder, casi siempre, a líderes enfermos de ambición. Nunca se ha logrado el “hombre nuevo”. (Ni se logrará) La revolución ocurre por la vía del autoritarismo y el peor de los personalismos, con represión, sin libertad y una progresiva destrucción de los países y de su gente. En nuestro caso casi llegan a 8 millones de migrantes. ¡Qué desastre!

Se observa en líderes de esos países, obsesión por el poder. ¿Una manera de lograr estabilizar carencias del ser, mediante la usurpación permanente del poder? Puede ser. Está claro, no les interesa el pueblo. Al ver que no es aplicable la teoría, se dedican a conservar, a cómo de lugar, el poder. Son tiranos y dictadores.  Una triste historia repetida. Lo peor, los pueblos sueñan con quien los revindique: los saque de abajo, los resuelva pues. Tal cómo muchachas de 15 o 16 años:  sueñan con un príncipe, las elevará de su condición, gracias a su belleza y bondad. (¡?) La ingenuidad, a veces buena, a veces negativa. Otro tema. ¡Mucho sobre qué reflexionar!

[1] Para darnos cuenta de la consciencia que tenía sobre lo que nos pasaría: ver Entrevista en Primer Plano de Marcel Granier a CAP. Además, el extraordinario documental “CAP íntimo”.

 

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