Simón García: Los comederos de antes

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La palabra comedero proviene del llano. Es donde se coloca el pasto al ganado. Lisandro Alvarado en su Glosarios del bajo español en Venezuela referencia ese significado con un párrafo de El llanero, publicado en 1905 por el guariqueño Víctor Manuel Ovalle.

María Josefina Tejera, en su Diccionario de Venezolanismos, documenta cuatro acepciones para lo voz comer: comida de la noche, pasar algo por alto, ganarle a alguien y poseer sexualmente a una mujer.

La palabra comedero deriva de esa voz. Y en la comunión del comer se reúnen todos esos significados mientras se disfrutan sabores y perfeccionan los sentidos. No por casualidad sabor, saber y sabio comparten una misma raíz.

En la Valencia de principios del siglo XX la comida era un rito. Menos en los comederos, sencillos y modestos, aunque permaneciera el placer de la buena comida mientras se recibían aromas y sabores de hogar.

El primer comedero pluriclasista es La Línea, llamado así por su cercanía a los rieles del ferrocarril que llegaba a la estación Álemana. Fundado en 1943 por Maximino Hernández, su esposa y su cuñado, inauguró una cocina criolla de esplendor. Allí de entrada se pedía un mojaíto de suero y queso para luego escoger una sopa, carne mechada envuelta o seca, asado negro, chicharronada o rabo para todos los gustos desde en sopa a encendido.

La fama de su buena comida criolla exigió la mudanza a otro local en la calle Comercio donde Cruz dirigía el despacho como una batalla, “Ataquen esas refritas”, con el apoyo de dos amables meseras, Yolanda y Mercedes. Ambas mientras se movilizaban por los angostos espacios entre mesas, advertían de vez en cuando “codos abajo por favor”. La única bebida: el refrescante Papelón con limón.

Le sigue El Perecito, fundado en diciembre de 1950 por Pedro José Pérez. Bajo la sombra de unos almendros, la cercanía de una rockola, fotos y botellas de vidrio se degustaban el bisteck encebollado, la ensalada rusa, las crujientes arepas de Chencho, fritas en manteca de cochino y las tostadas de cuajada. Bebida?, una Green Spot.

En El Perecito se reunía una peña de bohemios y artistas presidida por Daniel Labarca, fundador también del Cine de Arte Patio Trigal, y con la presencia, todos los viernes, de Braulio Salazar, Eduardo Moreno, Zabaleta, Rafael Humberto Ramos Giugni y otros de cuyo nombre no puedo acordarme. Nunca contó con la asistencia de mujeres.

Hay que mencionar también el negocio de Pablo, por la Martín Tovar, cercano a la plaza la cebolla; El Club Bejuma; El Club Guayabal; las 15 Letras en Los Samanes; Pepe «el tranquilo» de Armando Celli, en Santa Rosa y el Club El Zorro con su sancocho cruzao en la vía hacia el cerro Tazajal.

Los comederos de los parranderos tienen como antecedente un restaurant que abrió en la bomba de gasolina a la altura de el cementerio en dirección a Campo Carabobo. Después aparecieron las primeras areperas: La Da Pepino, en la calle Silva; El Cañaveral en la Díaz Moreno entre Cantaura y Manrique; El Mayantigo y La Francia. La Parrilla 24 de junio entre esta calle y la Urdaneta fue un ícono.

Los estudiantes de derecho eran los principales clientes de El Caballo Blanco en Catedral. Se comía buena pasta a precios solidarios en el Italo de la Plaza La Candelaria; el Véneto en San Blas cuyo dueño y cocinero, el señor Zanetti era garantía de calidad. Lo mismo ocurría en el Módena atendido por la familia propietaria y el Sorrento.

La Posada de Beirut dirigido por Walid en la calle Páez fue muy bueno. En comida china el Asia y el Dragón House y en española La Pilarica.

Hubo comederos de un cliente fijo como El Panal donde almorzaba diariamente Eugenio Montejo y que cuando todos volvamos a comer bien, deberíamos hacerle una escultura como la de Pessoa en el Chiado frente al café Brasil.

 

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