El falso embajador de Estados Unidos en Venezuela, James Story, se despidió (luego de que lo despidieran a él, pero es otro asunto) con un video meloso e hipócrita en el que habla de las bellezas del país, de la calidad de su pueblo, de la paz y la democracia, luego de haber sido pieza clave en todas y cada una de las tentativas de generar violencia e imponer por la fuerza un gobierno no electo por los venezolanos y las venezolanas.
Es típico de la élite estadounidense, siempre farisaica y tartufa. Posando de defensora de todo aquello contra lo que actúan en la práctica de manera cotidiana y siniestra.
El discursillo es una mentira tras otra. Dice que “como es normal en los cargos diplomáticos”, su tiempo como embajador en Venezuela ha llegado a su fin. La verdad es que no tenía tal cargo. Su condición era tan ficticia como la del autoproclamado presidente interino, entre otras razones porque Venezuela rompió relaciones con Estados Unidos en 2019. Tampoco es cierto que ese rango fantasioso haya terminado de manera normal. Lo volaron de esa función porque no pudo ejecutar la tarea que le encomendaron en tiempos de Donald Trump: derrocar a Nicolás Maduro.
En rigor, ni siquiera ha estado en Venezuela, sino que durante buena parte del tiempo que se atribuye como “embajador”, estuvo en Colombia, conspirando de la mano del gobierno lacayo de Iván Duque y al lado de los más desvergonzados elementos de la oposición venezolana.
Con una sonrisita de candidato en campaña, se deshizo en elogios sobre la gente de Venezuela, la misma a la que Washington pretendió llevar a una guerra civil mediante operaciones como la “invasión humanitaria” por Táchira y la Operación Gedeón, por Macuto.
Sin rubor, dijo que “juntos hemos sido testigos de grandes momentos de esperanza y valentía”. Con respeto a los hechos, los momentos que ese individuo procuró para Venezuela fueron de violencia, inestabilidad, sufrimiento y muerte, mediante las acciones ya mencionadas y con las medidas coercitivas unilaterales y el bloqueo.
Afirmó que “la situación actual es injusta, indigna e insostenible”, y lo señaló como si él y el gobierno del que fue operador fundamental no tuvieran la principal responsabilidad de dicho cuadro.
Soltó también una verdad, aunque pretendiendo sostener con ella una falacia. Dijo que el pueblo venezolano ha demostrado una y otra vez un espíritu indomable, haciendo ver que lo ha hecho en contra del gobierno constitucional y a favor del títere de Estados Unidos, cuando en realidad, ese espíritu indomable se ha alzado contra la injerencia y el imperialismo.
Como es típico de los voceros gringos de cualquier pelaje, aprovechó para seguir metiéndose en asuntos internos, tergiversando sus causas y evadiendo su responsabilidad. Habló de las enfermeras y los maestros que protestan en las calles y de unos estudiantes que supuestamente reclaman elecciones. La verdad es que esas protestas han sido inducidas por el bloqueo y las medidas coercitivas unilaterales; y que nadie por acá está exigiendo elecciones porque estas deben realizarse en 2024, como está pautado en la Constitución.
Habló Story de los periodistas que están sacrificándose para llamar la atención sobre la malversación del gobierno. Se refiere a medios de comunicación financiados por Estados Unidos para desestabilizar el país. Y, por otro lado, oculta que él, su país y el llamado “gobierno interino” protagonizaron un gigantesco saqueo contra los fondos públicos venezolanos.
En una alocución tan canallesca no podía faltar una referencia a Simón Bolívar, presentándolo como un personaje abstracto, cuando la verdad histórica es que fue un visionario antiimperialista que previó, hace dos siglos, el criminal papel que habían asumido para sí los integrantes de la élite estadounidense.
Y para cerrar esa pieza cargada de hipocresía y demagogia, citó a Martin Luther King, mientras en su país –donde ese líder fue vilmente asesinado- sigue reinando la desigualdad basada en motivos raciales, como lo evidencian todas las estadísticas sociales y la realidad de las calles y las cárceles.
Con semejante despedida, merece que le digamos: “qué bueno que se va y por acá no vuelva”.