Gustavo Petro, Andrés Manuel López Obrador y Gabriel Boric.
Los poderes establecidos recientemente en América Latina han entrado en una guerra santa para exorcizar el fantasma del neoliberalismo que, según dicen, campea a sus anchas por la región hace 40 años.
Un fantasma recorre a América Latina: el fantasma del neoliberalismo. Los poderes establecidos recientemente en el continente han entrado en una guerra santa para exorcizar ese fantasma: AMLO, Boric, Lula, Petro, Evo, Maduro, Ortega, Diaz-Canel, Correa y el Papa Francisco combaten a este espectro que, según dicen, campea a sus anchas por la región hace 40 años.
Para demostrar la existencia de ese fantasma, y las urgencias de los gobiernos para exorcizarlo, tomaré tres ejemplos, México, Chile y Colombia.
En la exposición de motivos de un proyecto de decreto remitido hace poco, el Gobierno mexicano dice que de 1934 a 1982, periodo conocido como ‘desarrollismo mexicano’, la política económica de México se concentró en la industrialización. Sin embargo, en 1982 con la caída de los precios internacionales del petróleo, la deuda gubernamental y la subida de las tasas de interés a nivel internacional, una crisis abrió paso al modelo neoliberal. Se abandonó el Estado interventor, así como de su responsabilidad social; además, se reemplazó el modelo de industrialización sustitutiva de importaciones (‘hacia dentro’) por la liberalización y desregulación industrial, comercial y financiera (‘hacia fuera’), y se aceptaron las directrices del FMI y del Banco Mundial.
Según eso, el neoliberalismo en México habría debilitado el papel del Estado sin mejorar su eficiencia ni reducir la pobreza o la desigualdad. Todo lo contrario, habría acentuado esas carencias. Consecuentemente, la tarea actual es desandar al neoliberalismo y fortalecer al Estado.
Miremos a Chile. En el libro La Sociedad Impaciente, Eugenio Tironi argumenta que el derrocamiento de Salvador Allende ha sido, por espacio de 50 años, “una herida no del todo reparada, fuente de sordo resentimiento”. Tras el golpe militar de 1973 Chile habría pasado desde un ‘modelo europeo’, con un capitalismo volcado hacia dentro, donde el Estado, los partidos políticos, los gremios y los sindicatos ocupaban un relevante rol de articulación, a un ‘modelo estadounidense’, con un capitalismo volcado hacia fuera y basado en el mercado, la empresa privada y el esfuerzo individual.
En el presente, dice Tironi, una coalición de jóvenes creó una alternativa tanto a la izquierda socialdemócrata (tipo Concertación) como a la comunista, desde una perspectiva libertaria, feminista, ecológica y territorial. Son jóvenes de élite, educados en las mejores universidades del país y con postgrados en Europa y Estados Unidos. Descreen del orden creado por sus padres durante los tan mentados 30 años que siguieron a la caída de Pinochet.
El enemigo ya no es político. Inclusive tampoco los empresarios explotadores, pues esa retórica de lucha de clases perdió eficacia en 1989 con el colapso del campo socialista. Ahora hay una guerra santa contra un adversario etéreo, difícil de definir, pero con poderes similares a los de satán: el neoliberalismo.
Es una guerra de niños bien, fresa como les dicen en México, gomelos en Colombia, que ya no necesitan del pueblo sino del resentimiento económico contra un sistema neoliberal (…). “En suma, el nuevo gobierno [de Boric] asumió el proyecto de hacer de Chile ‘la tumba del neoliberalismo’”.
Pasemos a Colombia, donde Gustavo Petro se ha puesto una tarea aún más ambiciosa que la de AMLO y Boric, pues no se limita a desandar el neoliberalismo dentro de las fronteras nacionales. Quiere hacerlo a escala planetaria, basado en la necesidad de desarmar lo que llama el “capitalismo fósil”, creador del cambio climático. Para mostrar que va en serio, quiere poner como case al país que preside, sacrificándolo de primero a la transición energética. Opta por el decrecimiento económico, siguiendo los últimos avances de unos teóricos en Bélgica.
Propone el abandono, más pronto que tarde, del petróleo y el carbón, los dos principales rubros de exportación legal de Colombia, el reemplazo del gas nacional por el venezolano y el rechazo al extractivismo minero.
Inclusive, los sectores de servicios como la banca, los seguros y el comercio le mortifican, pues para él no crean valor, sólo la agricultura y la industria lo hacen. Coincide con la agenda reestatizadora de AMLO y Boric para servicios clave como la salud, las pensiones, los servicios públicos domiciliarios y proyectos estratégicos de infraestructura. Es su versión de la guerra santa antineoliberal.
Dentro de esta concepción hay una ecuación sencilla:
mercado + crecimiento = esperanza y cohesión
mercado – crecimiento = frustración y angustia
La clave es el signo del crecimiento.
De hecho, parten de la pérdida de dinamismo económico sucedida en América Latina en la década pasada, resultado de la Gran Recesión de Estados Unidos (2008-2010), la caída en el precio de los commodities (2014-2015) y el aplanamiento del crecimiento chino.
Si esta interpretación de la era neoliberal es cierta, desde los años noventa se debe apreciar en los tres países, México, Chile y Colombia, un decrecimiento en el tamaño del Estado y un aumento en los índices de pobreza. Miremos las cifras.
La gráfica muestra que desde 1990, año clave del presunto advenimiento neoliberal, justo después de la caída del muro de Berlín en 1989 y del triunfo de las doctrinas de Reagan-Thatcher (1980s), el gasto público como proporción de la economía aumentó 60% en México (de 16.6% a 27.1%, datos) y Chile (de 20.4% a 33.5%); y se triplicó en Colombia (de 9.4% a 34.5%). Es decir, no hubo tal retraimiento ni en las funciones ni en el tamaño del Estado.
Miremos ahora la pobreza. La gráfica muestra que a lo largo de las últimas dos décadas la pobreza se ha reducido a la cuarta parte de lo que era al fin del siglo pasado.
El Estado ha crecido la atención en salud, transferencias a hogares pobres, cobertura de servicios públicos como energía eléctrica, agua potable y alcantarillado, gas domiciliario, infraestructura de puertos, carreteras y energía, entre otros; así como en la provisión de justicia y seguridad. Esos dos últimos son en la actualidad frentes desafiantes. En algunos casos se ha apalancado en la actividad privada, con buenos resultados, y un aprendizaje conjunto y crucial.
Esta evidencia muestra que el supuesto neoliberalismo es más un fantasma inventado para focalizar la atención de la gente frente a un enemigo común y acusarlo de todos los males. Combinar mercado y Estado es siempre una tarea difícil. En ella veo, más bien, en los tres países a miles de profesionales serios y dedicados, dando batallas gigantescas contra la ineficacia, la corrupción y la falta de foco, y tratando de que el Estado y el mercado funcionen para resolver múltiples y difíciles problemas. En el presente y el futuro el estado y el mercado servirán para alcanzar los nuevos fines políticos de los jóvenes así como seguir atendiendo las viejas urgencias de nuestros países.
He mostrado que no es sencillo definir el neoliberalismo, ni acusar a diversos gobiernos de las últimas décadas, de centro-derecha y centro-izquierda, de ceñirse a él. Desandar muchas transformaciones que han funcionado bien y llevar al sistema económico a la hoguera inquisitorial de un auto de fe por supuestos pecados neoliberales puede ser una tremenda equivocación que pagarán muy caro justamente los más pobres.
El País de España