La política es algo vulgar si no está iluminada por la historia, y la historia degenera en mera literatura cuando descuida su relación con la praxis política. John Seeley
El hombre o mujer que se dedica a la vida política debe tener curiosidad histórica. Estudiar la historia de su región, de su país, de la realidad que lo circunda, leer biografías, memorias y el fascinante mundo de las ideas que presiden su época, así como las ideologías que la justifican, enriquece su espectro vital, estimulan su imaginación y avivan su reflexión. Es conocida la recomendación de Winston Churchill, al unísono un gran político y un gran historiador, a un estudiante que se le acercó a pedirle consejo: “Estudia historia, estudia historia… La historia atesora todos los secretos de la gobernación del estado”. A diferencia de un dictador, cuya vida gira en torno a mantenerse y disfrutar del poder, para lo cual la ignorancia se reivindica como un atributo, el político democrático se vale de la persuasión, trabaja bajo el abrigo de la ley, y responde con sus actos al conjunto de ciudadanos, el pueblo, en que reposa su legitimidad.
La historia de Venezuela está llena de lecciones, muchas traumáticas, otras edificantes, a la que debe acercarse el político democrático con el objeto de asimilarlas, reflexionar y aprovecharse de lo que significan para su propia experiencia cotidiana. No hay que retrotraerse a un pasado lejano para visualizar una época más bien cercana donde prevaleció como nunca antes una república auténticamente democrática, independientemente de sus inevitables imperfecciones. Me refiero a la República civil que nos rigió desde 1958 a 1998. Recomiendo a la generación de jóvenes políticos de hoy acercarse con curiosidad y sin perjuicios al estudio de esa época, rica en lecciones provechosas para el arte de la política en el entendimiento y superación de la tormentosa época que nos ha tocado vivir. Comprobarán que la unidad resultó fundamental para la caída de la dictadura de entonces, así como para la instauración y consolidación del régimen democrático; también observarán cómo los líderes de la época supieron reprimir sus egos en aras de la ansiada confluencia de posiciones; igualmente apreciarán el valor de la palabra empeñada para cumplir con los compromisos asumidos, y por añadidura la voluntad de consensuar un pacto de gobernabilidad (el Pacto de Puntofijo), un ejemplo para toda América Latina, conjuntamente con un programa mínimo de gobierno, meditado y cumplido con escrupulosidad.
Ya es hora que los dirigentes de la actualidad, la clase política sin exclusiones, midan mejor las consecuencias de sus actos; es la hora de trabajar la transición, compleja en sus causas y más compleja aún en sus consecuencias. Es la hora de pensar que sin unidad no llegaremos a ningún lado, y la dictadura prorrogará nuestra desgracia de pueblo no sabemos hasta cuando. Unidad significa abandonar la arrogancia, abandonar la actitud de los cándidos que sostienen la ilusión de que por sí solos, con algunas frívolas palabras de encantamiento, pueden resolver los graves problemas del país. Abandonen el sectarismo y el fanatismo, todos somos útiles, todos somos necesarios. Es la hora de debatir un programa de acción, es la hora de trabajar codo a codo con la sociedad civil. De nuestro pasado cercano mucho tienen que aprender. La historia fue llamada por Cicerón la maestra de la vida. Estudien nuestra historia, es un tiempo de oro del que nunca se arrepentirán.