Con la derrota de Trump, a finales de 2020, la amenaza del nacional-populismo se creía contenida. El ataque de Rusia contra Ucrania, con todas las dificultades económicas e incertidumbres sobre la seguridad europea y mundial, reforzaba la percepción de que los amigos de Putin en Europa, es decir los nacionalistas populistas, tendrían más complicado vender sus propuestas. La ampliación de la OTAN fue impulsada y capitalizada por los partidarios del orden liberal, ya conservadores, ya socialdemócratas. Algunos vieron en la derrota de Marine Le Pen, en mayo de 2022, una primera confirmación de esa tendencia a la baja.
Fuera de Europa, se acababa la bochornosa experiencia de Bolsonaro en Brasil, pese al intento desesperado de sus partidarios de perturbar la toma de posesión de Lula, imitación burda del 6 de enero estadounidense. La contención de la crisis económica tras los primeros meses de pánico ante un posible shock energético y el avance de la agenda “reconstructora” de Biden, junto con los malos resultados cosechados por los republicanos trumpianos en las legislativas de medio mandato en Estados Unidos, parecían despejar esa amenaza. El estancamiento de la operación especial rusa en Ucrania era otro factor positivo para los analistas liberales.
Un retroceso solo aparente
Pero junto a estos síntomas “positivos” se sucedían otros de signo contrario que aconsejaban una evaluación más circunspecta. Los aprendices de Trump se podían haber estrellado, pero el maestro, pese al primero de los reveses judiciales, se afianzaba en sus aspiraciones de regresar a la Casa Blanca. Sus rivales conservadores (DeSantis, Haley, etc.) van por muy detrás de él en las encuestas, aunque falte mucho aún para la contienda presidencial. Mientras, los republicanos preparaban su enésimo secuestro del sistema político con la artificial e irresponsable crisis del “techo de deuda” (1), que ha hipotecado durante semanas las energías políticas, ya de por si limitadas, del presidente Biden. La entente cordial entre Moscú y Pekín ha compensado los los errores y las incompetencias del Kremlin y/o de las fuerzas armadas rusas en Ucrania.
En Europa, las sucesivas citas electorales iban desmintiendo las previsiones de derretimiento del entusiasmo nacional-populista. Por el contrario, la extrema derecha presentaba con fuerza sus credenciales en una zona que durante décadas les fue muy hostil: Escandinavia. La victoria insuficiente de los socialdemócratas en Suecia y Finlandia abría la puerta a gobiernos de coalición entre la derecha conservadora y los nacionalistas xenófobos.
En Italia, se consumaba el otoño pasado el regreso de la triada conservadora, pero en esta ocasión encabezada por la formación nominalmente más nacionalista, la heredera del fascismo: los Fratelli (Hermanos). Giorgia Melloni se convertía en la primera dirigente de extrema derecha que encabezaba un gobierno en Europa occidental desde la Segunda Guerra Mundial.
En los últimos meses, la percepción de que el nacional-populismo era un enfermo terminal con salud de hierro ha ido aumentando, hasta el punto de hacer que vuelvan a dispararse las alarmas de académicos y analistas liberales con invocaciones a reforzar las opciones de centro (2).
El triunfo de Nueva Democracia en Grecia (que se reforzará con la repetición electoral de junio) deba anotarse, aparentemente, en el haber de la derecha conservadora-liberal que representa el Partido Popular europeo. Pero Mitsotakis, pese a su aurea cosmopolita, su política económica liberal y su formación estadounidense, ha practicado una política migratoria similar a la que propugna la extrema derecha por doquier, ante la pasividad de sus socios europeos (3).
Un libreto parecido utilizó en su día Sarkozy, en Francia. En diciembre del año pasado, su partido, Les Républicains eligió a su nuevo líder. Éric Ciotti era el más extremista de los candidatos en liza. Poco se diferencia de Marine Le Pen y casi nada de Éric Zemmour, el propagandista xenófobo sin filiación política que fracasó en las últimas elecciones presidenciales. Los problemas de Macron, debido a la aguda crisis social provocada por la crisis de la reforma del sistema de pensiones, han dado vuelos al mortecino partido histórico de la derecha, ahora en manos de su facción ultra.
En Alemania, las encuestas indican un auge de la formación xenófoba Alternativa por Alemania (AfD. Y en la Centroeuropa tan influida por las dinámicas germanas, el nacional-populismo tampoco cede. Sigue firme en Hungría y Chequia y puede revalidar su dominio en Polonia este próximo otoño, aunque el gobernante PiS (Ley y Justicia) esté reforzando sus actuaciones autocráticas con la excusa de la guerra de Ucrania (4). Este último caso constituye la gran excepción en lo que a Rusia se refiere. Los nacionalistas ultraconservadores polacos del PiS son los más fervientes enemigos de Moscú en Europa, por razones históricas bien conocidas, de ahí que solo hayan empatizado con los populistas derechistas ajenos a cualquier veleidad prorrusa.
Erdogan, adalid del nacionalismo triunfante
Los últimos resultados electorales en los dos extremos del Mediterráneo, España y Turquía, afirman la consolidación de esta tendencia. Erdogan ha ganado con una apuesta sin matices por el nacionalismo populista, en este caso compatible con una sintonía pragmática con el Kremlin. Al turco medio, y desde luego a los estratos más populares, les importa poco que su Presidente haga buenas migas con Putin, incluso a costa de irritar a sus formales aliados de la OTAN. Sólo los intereses de Turquía cuentan, y eso pasa por una política exterior autónoma, sin servilismos ni dependencias. Ese es el discurso de Erdogan, junto con otros resortes que le han funcionado bien en el pasado: la explotación falaz del peligro terrorista kurdo, la manipulación de las palancas económicas, la utilización abusiva de los instrumentos del Estado y otros trucos propios de los regímenes autoritarios. Nada le ha privado de conseguir en la segunda vuelta lo que le faltó en la primera: el respaldo de los sectores residuales extremistas con los que completar un electorado adicto a las maneras fuertes, a la autoridad suprema, a la ilusión de un país celoso de no obedecer imposiciones de nadie.
Un analista turco liberal, Soner Cagaptay, residente en Estados Unidos, afirma que Erdogan ha asumido el “modelo del régimen autoritario de Putin”, y señala sus características principales: persecución de los oponentes políticos, control absoluto de los medios de comunicación, vaciamiento de las funciones reales de las instituciones, purga de los aparatos de poder, etc. En esta confluencia cada vez más cercana ha tenido mucho peso, según Cagaptay, la gratitud que Erdogan le profesa a su colega ruso por haber sido el único dirigente de peso mundial que le brindó su apoyo tras la intentona de golpe de estado militar en 2016 (5).
Que ambos países tengan intereses geoestratégicos a veces distintos no empece una cooperación en materia diplomática y de seguridad más que fructífera. Erdogan vende drones a Ucrania, pero no participa en el cerco económico contra Rusia y hace de mediador en el crucial asunto de la exportación de grano ucraniano. Donde Occidente ve contradicciones e incluso deslealtad, la mayoría de los turcos aprecia independencia, seguridad y firmeza. La oposición ha fracasado por una combinación de torpeza (lectura errónea de la popularidad de Erdogan) e impotencia (ejercicio asfixiante del poder). El aspirante Kilicdaroglu creyó que impregnando su discurso con un nacionalismo de ocasión e incorporando a su gran coalición a fuerzas extremistas recelosas del actual Presidente podía atraerse a un sector descontento por la crisis económica y los abusos autoritarios. No ha sido así. Una vez más, las copias funcionan peor que el original.
Ayuso, entre el conservadurismo y el nacional-populismo
El reciente resultado electoral español tiene perfiles propios, como todos, pero no es ajeno a esta tendencia de nuevo creciente del nacional-populismo. Y no sólo por el alza de VOX, tras un periodo en que parecía retroceder (como sus homólogos en el resto de Occidente).
Quizás la gran vencedora de las autonómicas haya sido Isabel Díaz Ayuso. A pesar de ser la líder en Madrid del Partido Popular (de línea conservadora-liberal en el tablero europeo, como el francés Ciotti), su estilo de gobierno, político y propagandístico se asemeja mucho al populismo derechista, aunque se cuide de no repetir los clichés xenófobos de VOX.
La relación con sus adversarios se asemeja a la que practica Trump, por sus registros directos, aparentemente desacomplejados, cargados de confrontación y sin la menor preocupación por la corrección política liberal. Como el expresidente hotelero, no tuvo empacho en agitar la sombra del pucherazo en los días previos a las elecciones, por si venían mal dadas.
La presidenta madrileña se asemeja a Giorgia Meloni en la repugnancia por las sutilezas ideológicas, pero su discurso es más astuto. Ayuso utiliza un lenguaje llano, a veces populachero, para hacer ver que no tiene miedo a pelear con la izquierda en terreno a priori adverso. Contra toda evidencia, defiende su gestión de los servicios públicos esenciales, que ha debilitado notablemente. Meloni ya lo está haciendo, sin demora (6).
Con Erdogan coincide en utilizar con descaro la inventada complicidad de sus rivales con los “terroristas y/o separatistas” (kurdos o vascos y catalanes, según el caso), para desacreditarlos. Son mensajes simplistas y falaces, que cuentan con la complacencia de la mayoría de los medios de comunicación, de ahí que resulten efectivos, en tiempos de tribulación y crisis, de exageradas amenazas internacionales y de ansiedades sociales derivadas de los efectos de la pandemia.
Notas
(1) The unique absurdity of the U.S.’s looming debt default. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 24 de mayo.
(2) Make the Center vital again. How to turn back the populist tide and build support for the liberal order. PETER TRUBOWITZ y BRIAN BURGOON. FOREIGN AFFAIRS, 3 de mayo.
(3) As Greece vote, leader says blocking migrants built ‘Good will’ with Europe. THE NEW YORK TIMES, 21 de mayo.
(4) Poland’s government may seek to ban opponents from politics. THE ECONOMIST, 30 de mayo.
(5) Erdogan’s Russian victory. SONER CAGAPTAY. FOREIGN AFFAIRS, 29 de mayo.
(6) En Italie, Giorgia Meloni choisit le 1º May pour rogner les minima sociaux. LE MONDE, 2 de mayo.