Cuando escribo mis artículos de opinión recibo, vía redes sociales, muchas críticas. Algunas alentadoras, constructivas, de estímulo, otras un tanto subidas de tono, duras, inconscientes, sobre mí parecer en cuanto al abordaje de cualquier tema. Las críticas se hacen mucho más severas cuando opino sobre lo que está ocurriendo en nuestra sociedad desde el punto de vista político, según el cual lo abordo de manera muy objetiva y sin herir susceptibilidades. No obstante, la arremetida contra quien esto escribe, se hace con un verbo descalificador. Cargado de odio. De ira. Es decir, quien así actúa, no lo hace para abrir un debate fructífero, de orientación, asertivo, para proponer ideas y corregir los entuertos que se presentan en el camino. No señor. Hacen las críticas pero para ofender. No hay ese respecto que debe existir en una sociedad donde todos somos iguales ante Dios y la Ley. Donde podamos emitir juicio de opinión respecto a algo que sucede en cada rincón de nuestro “terruño”, en función de mejorar las condiciones de vida. En función de aportar ideas pertinentes y creativas. Ese es el deber ser.
La ira, el rencor, el odio hacia nuestros hermanos y hermanas compatriotas, no debe ser el signo que nos marque en estos tiempos de grandes conflictos. En estos tiempos de profunda reflexión, donde el ser humano está perdiendo los valores morales – respeto, tolerancia, responsabilidad, cordialidad -, y se aleja, cada vez más, del racionamiento ético, constructivo. Debemos ver nuestro accionar ante las demás personas. Cada vez que emitimos un juicio de opinión para tratar de mejorar las situaciones que necesitan de nuestro concurso, pienso que se debe dejar de lado el egoísmo, el insulto, la arrogancia, el descrédito. No puedes hacer algún comentario en positivo porque de inmediato te encuentras con alguien iracundo que te ataca. No con objetos contundentes, sino con palabras vulgares y ofensivas, que a mi modo de ver, hieren más que los mismos objetos. Personas que sacan de la “manga” la calumnia y la mentira. Con tal de destruirte, porque emites un juicio que, en el peor de los casos, pudiera desfavorecer a alguien en particular.
La razón no priva en seres cargados de ira. Para él o para ella, no existe el debate de ideas. No está presente un raciocinio claro, transparente, que conduzca a una posible solución del problema que se plantea. Porque, cuando usted piensa que con su opinión puede servir para el encuentro de soluciones efectivas, entonces viene la lluvia de sátiras y descalificativos. Incluso, personas que se suponen son inteligentes y hasta profesionales de carreras. Esa no es la idea compatriota. La idea, en mi opinión, es el libre debate. Que se discuta en un tono cordial, de respeto. Obviamente que todos no somos iguales. Cada quien es como es. Cada cual piensa como mejor le parezca. Pero, me pregunto a manera de reflexión: ¿Entonces para qué fuimos formados? ¿Y los valores morales y los principios éticos dónde los guardas? ¿Para quién los tiens reservados? Porque cuando respondemos de manera irracional, todo lo que hemos aprendido en la escuela, en el liceo, en la universidad lo lanzamos por la borda. Y finalizo con un comentario de un amigo: “Las personas que manifiestan ira, que se creen incólume, por lo general su figura anatómica de deforma”. Anótele en el “chip mental”. Yo agrego: la ira, definitivamente, puede ser castigo del cuerpo. Y acoto, no es que quien esto escribe, sea perfecto, no. Para nada. Pero al menos trato de poseer algunos valores morales para no morir en el intento y trascender de manera asertiva. Mucho menos “yoísta”. Es, como decía Kotepa Delgado: “Escribe que algo queda”. Y eso es justamente lo que hago. Queda abierto el debate. El debate de ideas pues. Saludos.
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