Kosovo fue la última de la serie de guerras que destruyeron Yugoslavia. Más específicamente, fue el conflicto que condenó a Serbia como perdedor declarado de un proceso de destrucción sin precedentes hasta entonces en el continente desde 1945. La crisis del sistema unificador comunista tras la muerte de Tito coincidió con la parálisis terminal del sistema soviético (del que no formaba parte militar y políticamente). Nacionalismos combativos se impusieron a la democracia liberal como referente movilizador de unas poblaciones huérfanas de orientación y de liderazgo. Muchos de los dirigentes comunistas, pero también disidentes u opositores se convirtieron a al nacionalismo emergente.
Aunque la historiografía y el relato político occidentales tienden a señalar a los dirigentes serbios como los principales responsables de la tragedia, lo cierto es que los otros no fueron inocentes en la tragedia. La actuación del Ejército Federal a favor de los serbios (no en vano, la mayoría de la oficialidad era serbia) explica sólo en parte este análisis sesgado. La aparente superioridad militar serbia ayudó a crear un relato de victimismo en las otras minorías, que se filtró desde los medios y modificó una posición occidental inicialmente si no neutral sí más cautelosa.
En Kosovo, la percepción de la responsabilidad serbia era mayor, si acaso, puesto que no se trataba de una República, sino de una provincia de la propia Serbia, pero con una mayoría de población de origen albanés y de religión musulmana. En Kosovo empezaron a tejerse las confrontaciones étnicas, a comienzos de los 80, y en Kosovo quedó sellada la derrota serbia al tratar Milosevic de sofocar a sangre y fuego la revuelta armada albanesa, provocando los bombardeos de la OTAN y, consecuencia de ello, la caída posterior del régimen.
El apoyo occidental a la independencia de Kosovo nunca fue unánime (España es uno de los países que no ha reconocido el nuevo Estado) y no ha dejado de ser polémico en este cuarto de siglo que ha transcurrido desde el final de la guerra. La UCK, organización guerrillera que se opuso a Belgrado, cometió excesos y crímenes comparables, a su nivel, a los perpetrados por los serbios. Las precedentes guerras yugoslavas se replicaron en Kosovo, con todo su arsenal de manipulaciones, engaños, falsedades y simplificaciones.
En estos casi veinticinco años, Kosovo no ha tenido una vida fácil. Serbia nunca ha admitido la amputación de una parte de su territorio nacional, que es justamente la más sagrada, porque el imaginario colectivo lo considera como la cuna de la nación.
Pulso en el norte
La población serbia, mayoritaria en las provincias norteñas de Kosovo, decidió boicotear las elecciones municipales, harta de que la prometida autonomía pactada en 2013 siguiera sin llegar una década después. No obstante, las autoridades centrales continuaron adelante con el proceso electoral. La participación no alcanzó el 4%. A finales de mayo, los cinco ediles electos, todos ellos albanos-kosovares, aunque de distintos partidos, se apresuraron a tomar posesión de sus cargos, pero se encontraron con una masiva oposición de activistas serbios en las afueras del Ayuntamiento (1). Se desató una batalla campal, en la que salieron heridos una cuarentena de soldados de la fuerza de pacificación occidental (KFOR), cuando intentaban separar a los manifestantes de policía albano-kosovar, que se había empleado con brutalidad según la BBC (2).
Ante el alto riesgo de escalada, Macron, Scholz y Borrell presionaron a los líderes serbio y kosovar para que atajaran la crisis y a éstos últimos les instaron a que se repitieran las elecciones, en condiciones aceptables para los serbios. Pristina tardó poco en aceptar.
Washington fue más allá. El embajador Hovenier anunció la cancelación de la participación de Kosovo en unas próximas maniobras militares. Y no sólo eso: amenazó con “cesar todos los esfuerzos para ayudar a Kosovo a conseguir el reconocimiento de aquellos países que aún no lo han hecho y favorecer su integración en las organizaciones internacionales” (3). Pocas veces los norteamericanos se habían puesto tan duros con Prístina. Les irritó expresamente la falta de coordinación con la KFOR en la contención de las protestas serbias. La nueva firmeza de Estados Unidos responde a dos claves principales: una local y otra regional.
El actual primer ministro kosovar es Albin Kurtin, un histórico de la facción más a la izquierda de la disidencia albanesa. Es un dirigente tenaz y poco proclive a las componendas diplomáticas. En su época de activista se negó a salir de prisión cuando Belgrado decretó una amnistía, porque no reconocía la autoridad de sus carceleros convertidos a la clemencia. Luego, ganada la independencia, ejerció una oposición combativa contra la corrupción y la deriva autoritaria del Partido Democrático kosovar y otras formaciones herederas de la antigua guerrilla de la UCK. Los serbios consideran a Kurtin un enemigo implacable, pero su intransigencia puede resultar provechosa para Belgrado, como se ha visto en esta crisis, según un medio croata (4).
El doble juego de Vucic
La clave regional tiene que ver con la situación de Serbia, el mayor aliado de Moscú en la región. Después de Milosevic, el país ha atravesado por años de enorme inestabilidad. Tras un breve periodo de orientación liberal occidentalista, se impuso un régimen neonacionalista. O dicho de otra forma, vástagos de Milosevic consiguieron recuperar un poder que nunca perdieron por completo. El actual presidente, Alexander Vucic, fue ministro de Comunicación en su último gobierno. El partido que lidera, denominado “progresista” (SNS), encadena mayorías absolutas abrumadoras. La propaganda y la manipulación permanentes le han servido para sortear la hostilidad occidental, amedrentar a la oposición liberal y someter a la débil izquierda.
En Kosovo, Vucic ha interpretado un papel nacionalista, pero sin excesos innecesarios. Con los suyos, ha desplegado un discurso reivindicativo y beligerante altamente efectivo (de hecho, el SNS es también mayoritario en los distritos serbo-kosovares), mientras con los europeos y americanos se ha mostrado dialogante y negociador.
Esta política de doble juego no es del todo ficticia. Vucic no es un nacionalista doctrinario, como no lo fue en su día Milosevic. Para él y sus adláteres, el nacionalismo es un instrumento de movilización y control. En el deterioro de las relaciones ruso-occidentales, Vucic ha sabido mantener un equilibrio razonable. Aspira a superar el informal veto de incorporación a la UE, pero sin renunciar a las privilegiadas relaciones económicas, energéticas y comerciales con Moscú, que tiene en Serbia a su principal aliado europeo con diferencia.
En el terreno doméstico, Vucic ha manejado su dominio político, institucional, social y mediático sin apenas apuros. Pero últimamente han empezado a acumularse problemas. Y, como suele ocurrir en los países de tendencia autoritaria, por donde menos se espera. Dos tiroteos mortales, protagonizados por individuos sin adscripción organizada y sin motivación política identificada, han generado un movimiento de protesta social sin precedentes. Estos dos luctuosos y aislados incidentes han liberado un malestar social que ha estado reprimido durante años. Una importante manifestación popular cogió desprevenido al poder. Vucic trató de reaccionar con un acto de réplica que resultó decepcionante para los suyos. La ciudadanía roza la rebeldía, pero es difícil que la oposición pueda debilitar seriamente a Vucic (5).
En Bosnia-Hercegovina, el líder de los serbios, Milorad Dodik, mantiene una política de abierto desafío hacia las autoridades centrales de Sarajevo. Amaga continuamente con la secesión y, en todo caso, toma decisiones que exceden su ámbito competencial, según la oficina tutelar europea. Dodik es un aliado estrecho de Putin y mantiene una relación fluida con Vucic, pero cada uno tiene sus agendas y las prioridades no siempre son las mismas. La guerra de Ucrania ha alterado las estrategias políticas de los dirigentes serbios en el Estado matriz y en sus territorios afines. Washington trata provocar una brecha entre Moscú y Belgrado y Kosovo puede ser una oportunidad para conseguirlo.
Esta última crisis es el reflejo del pudridero político en que se han convertido los Balcanes desde el final de las guerras yugoslavas. Los nacionalistas no ganaron las contiendas bélicas a sus adversarios de etnia o religión, pero consolidaron su control sobre sus respectivas poblaciones, en cooperación con las redes mafiosas tejidas durante la guerra y con otras posteriores, bajo la impotencia y/o la pasividad del tutelaje occidental.
Notas
(1) “Protesters, peacekeepers injured as violence erupts in Horth Kosovo”. BIRN (BALKAN INVESTIGATIVE REPORT NETWORK), 29 de mayo.
(2) https://www.bbc.com/news/world-europe-65748024
(3) “U.S. penalises Kosovo after unrest in Serb-majority North”. BIRN (BALKAN INVESTIGATIVE REPORT NETWORK), 30 de mayo; “Crisis en el Nord: les américains sont-ils en train de lâcher le Kosovo?”. COURRIER DES BALKANS, 31 de mayo.
(4) “La politique sangrenue d’Albin Kurti ne peut que nuire aux intérêts du Kosovo”. TOMISLAV KRANEC. VECERNJI LIST (reproducido en COURRIER INTERNATIONAL, 3 de junio).
(5) “Serbie: un moi de révolte contre le violence, malgré la crisis au Kosovo”. COURRIER DES BALKANS, 3 de junio.