Cheryl Juaire sostiene fotos de sus hijos, ambos muertos por sobredosis, después de rendir declaración durante una audiencia en Nueva York el año pasado contra la familia Sackler, dueña de Purdue Pharma, que produce el opioide OxyContin. La semana pasada un tribunal federal de apelaciones otorgó a los dueños de esta empresa inmunidad personal ante demandas civiles.
Hay un cártel de una familia que es en gran medida responsable de la epidemia de opioides que ha matado a cientos de miles de estadunidenses y gana miles de millones en su negocio. Pero la DEA no ha desplegado agentes, no hay políticos pidiendo una intervención armada contra sus operaciones, no han sido designados terroristas ni hay un precio sobre sus cabezas. Y ninguno enfrenta cargos criminales ni será enjuiciado. De hecho, acaban de llegar a un acuerdo con las autoridades por el que gozarán de inmunidad individual contra toda demanda civil que los busque responsabilizar personalmente por los daños al pueblo.
El negocio de este cártel es legal, sus pushers y traficantes tienen títulos de escuelas de medicina y se ponen batas blancas y otros uniformes médicos y su producto fue aprobado por las autoridades encargadas de regulación de drogas. Más aún, la familia donaba millones a instituciones que aconsejan al gobierno sobre asuntos farmacéuticos y de salud como la Academia Nacional de Ciencias. Y el cártel también fue muy generoso con otros, donando millones a universidades e instituciones culturales tan prestigiosas como el Museo Metropolitano (la sala donde está el famoso Templo de Dendur de Egipto tenía el nombre de la familia), el Guggenheim, la Galería Nacional en Londres, una biblioteca en Oxford, entre otros, para pulir su imagen pública, aunque recientemente casi todos han borrado ese nombre ahora asociado con estos mercaderes de la muerte.
La familia de capos de este cártel estadunidense se llama Sackler, y la semana pasada un tribunal federal de apelaciones les otorgó inmunidad personal ante demandas civiles a cambio de que dejen su empresa, Purdue Pharma y su producto del opioide famoso OxyContin (parecido al fentanilo, ambas son una versión química de la heroína). Con ello, se librarán miles de millones en fondos para estados e individuos afectados por la epidemia de los opioides en Estados Unidos que presentaron miles de demandas contra la empresa en las que argumentaban que OxyContin ayudó a detonar una crisis que ha causado más de medio millón de muertes por sobredosis en las últimas dos décadas.
La empresa se había declarado culpable por la forma en que comercializó la droga, y está buscando un acuerdo final de bancarrota, para volverse en una nueva entidad llamada Knoa donde los Sackler ya no serían dueños. Si el fallo del tribunal se sostiene, los Sackler también tendrán que contribuir hasta con 6 mil millones de dólares a lo largo de varios años, la mitad de su fortuna personal. Pero se pueden quedar con la otra mitad de su fortuna.
Críticos subrayan que la familia multimillonaria que lucró con el negocio permanecerá personalmente impune, y que con este fallo, una vez más no son obligados a aceptar responsabilidad personal. Los Sackler hicieron lo que siempre han hecho. Llegaron a un acuerdo, pagaron un soborno y se están saliendo con la suya, comentó el periodista Christopher Glazek, uno de los primeros en reportar sobre el negocio sucio de la familia, en entrevista con Democracy Now.
Hubo múltiples intentos para proceder penalmente contra los Sackler desde que su droga fue ligada a la emergente crisis de los opioides en 2001. Pero ninguna de éstas llegó a la formulación de cargos criminales, en parte porque la familia siempre ha sabido cómo maniobrar dentro el sistema judicial estadunidense.
Según el periodista Patrick Radden Keefe, de The New Yorker, autor de un libro sobre los Sackler llamado Empire of Pain, lo que revelará este caso, en ausencia del rendimiento de cuentas, es “una verdad completa sobre los orígenes de la crisis de opioides… la infamia de la familia… y sobre las maneras en que el dinero y la influencia pueden proteger a los muy ricos de las consecuencias de sus decisiones temerarias”.
Pues resulta que hay narcos que hablan inglés como primer idioma, se disfrazan de empresarios legítimos y elegantes y son benefactores de la alta cultura, pero siguen siendo un cártel que lucra con el sufrimiento de cientos de miles por un producto que, irónicamente, fue comercializado para reducir el dolor.