Guillermo Mendoza: ¿Para qué la primaria?

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En el ya folclórico escenario político nacional se ha incorporado ahora un nuevo elemento, por demás muy variopinto. Se trata de un proceso rutilante conocido como las primarias de la oposición. Y en este preciso momento yo pregunto, ¿para qué son las primarias, qué aspiramos todos sacar de este proceso?

A priori la respuesta rápida debería ser la más obvia. Una parte importante del país desea la selección objetiva del contrincante que acuda a las elecciones presidenciales del 2024, de ser posible una candidatura salida de un proceso transparente y aglutinador de todas las corrientes políticas, que ofrezca esperanzas de éxito y unifique el país en su frenética búsqueda de una salida democrática a veinticinco años de predicamentos.

Da la impresión de que ese debería ser el propósito primordial. Más sin embargo, la otra respuesta que está surgiendo del proceso mismo es muy diferente. Todas las corrientes conocidas y otras absolutamente anónimas, promovidas por indecibles intereses han unido sus esfuerzos para sabotear el proceso, ahuyentando así toda posibilidad de enamorar al electorado. Quizás es que no todos aspiramos a lo mismo.

A junio de este año nos quedan escasamente cuatro meses para la referida justa de la oposición y aún los eventuales votantes no sabemos básicamente nada del referido proceso, más allá de la fecha prevista. No sabemos el cómo, ni el dónde y de seguir así, lo que es más grave es que tampoco sabremos el por qué. Estamos quizás ante otro de muchos episodio de oportunidades ignominiosamente desaprovechadas.

Según encuestas publicadas recientemente, más del 80% del país expresa no identificarse con ningún partido político, lo cual no ha de causar extrañeza, más allá quizás del otro 20% que aún si lo está. Pero basta con leer las noticias para comprender lo aterrador de esas cifras, en un país que ha visto destruidos todos sus logros en tan solo unos pocos años. La joya de la corona latinoamericana, otrora tierra de oportunidades y prosperidad e imán de inmigrantes de todas las latitudes, hoy cuasi arrasada en lo institucional, lo social, económico, educativo, su infraestructura y con las esperanzas perdidas.

Habría que considerar por qué en tan angustiante escenario la oposición no logra captar más adeptos. Y la respuesta la conseguimos con facilidad, ya que ellos hacen sentir sus contrarias posturas diariamente. Unos quieren al CNE, otros no. Unos quieren contar los votos de la diáspora, otros prefieren que no. Hay quienes cuestionan el proceso mismo. Los precandidatos se agreden y descalifican entre ellos por doquier; sus equipos, aquellos que los tienen, ofrecen las más disparatadas soluciones en plazos inalcanzables, inverosímiles medias verdades aún en el habitual campo del populismo.

No en vano un calificado vocero del oficialismo dijo hace pocos días que ellos apoyaban las primarias porque les servirían para dividir (aún más) a la oposición. Lo simple de su declaración no oculta la triste realidad de su profundo impacto. Con un cuarto de siglo a cuestas, todavía la coordinación opositora brilla por su ausencia de la forma más inaudita. Asumiendo que si lo saben pero no lo quieren aceptar, la cruda realidad es que a esta alturas del partido al pueblo le va y le viene si en el 2024 el candidato opositor es este o aquella, si es el o elle, su ideología o marcada carencia de ésta, sus antecedentes como abogado, empresario, cómico, ama de casa, político de oficio o funcionario de carrera.

Aquí hace falta quien rescate las alicaídas ilusiones de un pueblo excluido y abatido en una guerra frontal de absolutismo pragmático, con el apoyo de las armas cuando ha sido necesario para controlar todas las esferas del acontecer nacional, obviamente con fatales resultados. Por ello, ese 80% sólo apoyará la promesa firme, unificada y creíble que la ilusión de justicia social se convertirá en parte medular de la gestión del eventual gobierno, sin que el protagonista sea el gobernante o su entorno, si no el pueblo como un todo, partiendo de los más necesitados.

Sin más que categórica e incondicional unidad podremos alcanzar esa meta, que por ahora pareciera una alejada quimera. La pluralidad es necesaria, pero hoy las avenencias son imperativas. Parafraseando lo dicho por Barak Obama en la convención demócrata del 2004, no participemos en la política del cinismo, más bien participemos en la política de la esperanza. Quizás así los resultados sean otros.

guillermomendozad@gmdconsultor.com

 

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