Alirio Pérez Lo Presti: Pero existe Messi

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Hay una constante histórica propia de toda generación que se ve desplazada por los grupos emergentes y es la propensión por creer que “todo tiempo pasado fue mejor”. En realidad, se trata de una manera decadente de asumir los procesos de cambio propios de cualquier época, que se ha repetido de generación en generación hasta el presente. ¿Hay algo de cierto en esta frase? ¿Todo tiempo pasado fue mejor?

Sabores y sinsabores

Luego de haber atravesado una pandemia, que pudo ser atenuada gracias al uso de un recurso tan primitivo como la vacuna, no puedo sino creer que el “todo tiempo pasado fue mejor” es solamente una expresión de intolerancia a los cambios propios de cualquier sociedad. El tiempo pasado, que nos sirve para aprender, no fue ni peor ni mejor, sino diferente. El poder calibrar lo que se gana con cada diferencia es el ejercicio del hombre juicioso que tiene interés en descifrar las entrañas de su propio tiempo.

Tiempo ajeno, tiempo distante

Cuando tratamos de comprender la contemporaneidad, caemos en la paradoja perfecta, en la cual, precisamente por estar inmersos en nuestro propio tiempo, somos incapaces de comprenderlo. No vemos sus alcances ni podemos captar su justa dimensión. El pasado, por el contrario, representa una suerte de zona de confort, puesto que lo pretérito nos da confianza y nos aleja de la incertidumbre. El pasado, contrario al presente, representa la quietud, aquello que es por definición inmóvil, porque ya no existe. El pasado es solo una pieza que forma parte del engranaje de nuestros recuerdos.

Tiempo presente y danza callejera

La contemporaneidad puede llegar a representar la máxima expresión de lo incierto, porque no somos capaces de entenderla. El presente se está moviendo de manera indetenible y no sabemos a dónde vamos. De ahí que lo presente representa la inseguridad y el desasosiego. Un hombre de su tiempo, por estas razones, es en realidad un ser ajeno y distante de su propia contemporaneidad. Un hombre de su tiempo no es capaz de entender la dimensión en la cual pareciera encontrarse atrapado.  Esta es una de las más mordaces paradojas de lo humano, fuente de infortunios y desvelos que, sin mucha sustentación, pero de manera muy comprensible, marcan lo humano de manera transversal y definitoria. Tratamos de bailar al ritmo de nuestro tiempo, pero creemos que es un tiempo que ya no nos pertenece.

Pero nos queda Messi

Un muchacho de provincia aprende a jugar con la pelota y por ser de baja estatura, recibe un tratamiento inyectado para crecer. Es capaz de jugar como nadie y eleva el fútbol a un nivel nunca visto. Eso está ocurriendo en plena contemporaneidad. A la par que la tecnología va ocupando espacios, Messi, a través de su cuerpo, que es una expresión de grandeza biológica, nos recuerda que, en lo esencial, pocas cosas han cambiado. El cuerpo sigue siendo el reducto principal de lo humano y en ese cuerpo se baten de manera incesante emociones y percepciones, que hacen de lo vital, una expresión animal. Somos un grupo abultado de mamíferos desarrollados que estamos aspirando a llegar más allá de lo que nuestra biología es capaz de alcanzar. Por eso apelamos a lo tecnológico. Pareciera que nada nos basta.

Locuras, desvaríos, cordura

Lo humano lucha por no ser etiquetado y al tratar de despegarnos de los demás, terminamos siendo uniformados. No contentos con querer transgredir nuestro presente, caemos en una paradoja producto de una paradoja y es que cuando creemos que grupalmente podemos diferenciarnos del grupo que nos precedió, terminamos por vestir, hablar y pensar de la misma forma. La uniformidad termina por imponerse y de manera lenta, pero puntillosa, la idea de que todo tiempo pasado fue mejor, se va apoderando del espíritu de cada generación. En la feria de las falacias, las nuevas ideas tienen quien apueste por ellas. No hemos terminado de entender una premisa nueva cuando ya hay que darle espacio a la que viene detrás. La carrera intergeneracional no se detiene.

Conservadores y liberales

En esa eterna espiral de elucubraciones que van dando vueltas, los liberales desean que sus ideas se fosilicen y se van transformando en conservadores. Los conservadores quieren que sus maneras de ver y entender la realidad se mantengan inalterables en el curso del tiempo. Ambos grupos terminan remando hacia el mismo destino mientras una nueva generación se abrirá paso e intentará construir una retórica capaz de cautivar y convencer. Cautos, incautos y descreídos hacemos vida en sociedad mientras el tiempo pasa y los mismos atardeceres se repiten una y otra vez. Probablemente hasta siempre. Indudablemente para satisfacción de una eternidad que se jacta de durar. Los malabares de lo real se terminarán por imponer y volveremos a escuchar la desvencijada cantaleta de que todo tiempo pasado fue mejor.

Filósofo, psiquiatra y escritor venezolano – @perezlopresti

 

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