Izquierda John Fante. Fotografía de Nail Babayev. Dererecha: Paul Auster. Fotografía de David Shankbone.
Un hombre conduce por la carretera. En un tramo del camino observa un enorme cartel con un mensaje inacabado: «El futuro es». Al lado de la valla hay un obrero encargado de completar la faena. Las brochas y el pegamento a sus pies indican que el sujeto no tiene prisa por culminar la tarea. El viajante se detiene y baja del vehículo.
‒¿El futuro es qué?
‒¿Cómo dices?
‒¿Qué va a poner?
‒Espera a que esté terminado y lo verás.
‒Pues termina ya con esa cosa.
‒En cuanto lo termine me quedaré sin trabajo. ¿Qué más te da? Solo es un cartel.
‒Es por principios, no está bien hacer que la gente viva en la incertidumbre.
El obrero hace un ademán de fastidio y le da la espalda. El viajante vuelve a su auto y retoma el camino.
Pasan las horas.
De regreso, el viajante lee el cartel ya terminado: «El futuro es ahora». El obrero está sentado a un lado de la valla. Fuma. En su postura hay algo de derrota.
El viajante se detiene. Camina una vez más hacia el hombre.
‒¿Qué significa eso?
‒Ni idea. Podría ser una declaración sobre la subyacente incertidumbre temporal. O un testimonio en la línea de “aprovecha el día”. A mí no me pagan por escribirlo, solo para pegarlo. Lo cual he hecho. Y ya está terminado. Y, una vez más, me encuentro en una encrucijada, desempleado. Así que supongo que, para mí, el temido futuro ha llegado, como ha vaticinado este mismo anuncio.
Esta inquietante escena (que hemos parafraseado) se representa en un pasaje del noveno episodio de la cuarta temporada de la serie Fargo. La frase de la valla resulta inquietante: todo lo que hacemos en el momento presente incide en el futuro inmediato, próximo y distante. El sujeto del vehículo tiene razón: no está bien vivir en la incertidumbre. Aquí vale la pena recordar lo realmente enigmático: el vigor profético de lo escrito. ¿Es la escritura capaz de adelantarse a los hechos? ¿La creación literaria, como un oráculo, tiene el poder para predecir los días venideros? En la literatura hay hechos que nos llevan a considerar tales hipótesis; entre estos, los ocurridos en la vida escritural de John Fante y Paul Auster, respectivamente.
En 1939 se publica la novela Pregúntale al polvo. Aunque por aquellos años ya Fante había cosechado cierto prestigio, esta novela significaría su salto al éxito. El sello editorial Stackpole Sons tenía grandes planes para la divulgación de la obra, pero cometieron un error de cálculo: al mismo tiempo publican Mein Kampf, de Hitler, sin permiso del autor, lo cual llevó a la editorial a enfrentar una larga demanda interpuesta por el Führer. En consecuencia, el dinero que en un principio se utilizaría en la promoción de la novela de Fante se usó para cubrir los costes del litigio. Aquí viene lo interesante: en un extracto de la novela, el narrador de Fante confronta a Hitler a través de su alter ego Arturo Bandini, un escritor en búsqueda de éxito, con una obra en ciernes que considera más importante que cualquier noticia y discurso proveniente de Hitler y sobre la guerra:
Guerra en Europa, un discurso de Hitler, jaleo en Polonia, tales eran los temas de actualidad. ¡Paparruchas! ¡Partidarios de la guerra, carcamales que pueblan el vestíbulo de la pensión Alta Loma, he aquí la verdadera noticia, hela aquí: un papelito con las firmas, endosos y refrendos correspondientes, un sencillo papel, mi libro! A la mierda el Hitler ese, esto es más importante que Hitler, se trata de mi libro. No zarandeará el mundo, no matará ni a una mosca, no disparará ningún fusil, pero lo recordaran hasta el día en que se mueran, estarán en la cama, a punto de dar el último suspiro y sonreirán al recordar el libro.
En la historia creada por Fante el autor parece confirmar el enfrentamiento que, en su inmediato futuro, tendrá la publicación de su texto con el mismísimo Hitler. Es inquietante. Fante escribe una ficción que predice el destino del libro. La novela quedaría enterrada por más de cuarenta años, resucitando de las cenizas gracias a Charles Bukowski, quien hablaría de la obra como una de sus grandes influencias.
Pasan los años. Fante publica su siguiente novela, Llenos de vida, en 1952. Esta obra destaca en la producción del autor norteamericano: en ella se interpreta a sí mismo sin acudir a un alter ego; allí expone su inconformidad como guionista de cine (oficio que le permitió vivir bien, pero que siempre lo indignó al sentir que lo hacía ver como un escritor menor que desaprovechaba su talento como novelista). Mientras nos muestra un retrato de los años cincuenta y del llamado “estilo de vida americano”, Fante desarrolla escenas que terminarían siendo el augurio de sus días por venir. En un pasaje relacionado con su padre ficcionalizado, este quiere escribir unas cartas a sus hijos; pide a su mujer que busque papel y lápiz y que ponga atención a cada palabra que le va a dictar. En el futuro, John Fante recurrirá a la misma estrategia para culminar lo que sería su última novela, Sueños de Bunker Hill (1982): la historia fue transcrita por su esposa Joyce, ya que Fante padecía una diabetes avanzada. Con ambas piernas amputadas y la visión mermada, no le quedaba otra opción.
Pero no todo acaba allí. En el guion que escribió para la adaptación fílmica de esa misma novela (Full of Life, 1956), escribe una escena donde la esposa del protagonista rescata un manuscrito que, a espaldas de todos, presenta a un sello editorial y logra obtener un sustancioso contrato de publicación, sacando así a todos los involucrados del atolladero económico en el que se encuentran. Una situación similar ocurre luego de la muerte de John Fante: su viuda, Joyce, recupera el manuscrito de la primera novela de su esposo titulada Camino de Los Ángeles, escrita en 1936. Rechazada en su momento, casi acaba con las aspiraciones del joven escritor. Este hecho marcó la vida de Fante: siempre lamentó el entierro prematuro de dicha obra. Lamentablemente nunca la vería publicada en vida. El libro sale a la luz en 1985. La obra póstuma se convierte en un éxito económico para sus herederos.
Por su parte, La noche del oráculo, novela de Paul Auster publicada en 2003, es otra de las posibles pruebas del vigor profético que orbita la escritura. La historia trata acerca del matrimonio de un escritor enfermo, Sidney Orr, que se esfuerza por recomponer su vida, volver a ponerse en pie tanto física como mentalmente. Entre los personajes que habitan el relato está John Trause, un escritor de renombre que también se encuentra delicadamente enfermo y que lucha por mejorar la relación con su único hijo de nombre Jacob: un joven problemático inmerso en el mundo de las drogas. En el transcurso de la historia, Jacob comete diversos actos vandálicos (entre ellos, golpea a una mujer embarazada que termina perdiendo a la criatura). Frenético y desesperado trata de obtener dinero para pagar la deuda contraída con sus dealers, quienes están dispuestos a saldar esas cuentas con sangre. Jacob no logra salir con bien del entuerto y termina perdiendo la vida.
Vamos por parte: en el plano real, Paul Auster, al igual que John Trause (el apellido de John es anagrama de Auster), tiene un hijo llamado Daniel Auster, conocido por asuntos escabrosos alrededor del mundo de las drogas. En la década de los 90 Daniel era una figura notoria en el mundo nocturno de Nueva York. Formó parte de un grupo fiestero llamado Club Kids que frecuentaba un local donde tenía contactos con traficantes de drogas. En algún momento, Daniel termina siendo inmiscuido en el asesinato de uno de los traficantes, acción que hasta el día de hoy resulta confusa y que, debido a ello, le permitieron librarse de una dura condena, cumpliendo solo unos años de pena en libertad condicional. Hasta aquí podemos inferir que estos acontecimientos alrededor de Daniel inspiran parte de la ficción escrita por Auster en La noche del oráculo. Lo interesante es que años después Daniel es acusado de homicidio por la muerte de su pequeña hija de diez meses (la causa del fallecimiento fue intoxicación aguda de heroína y fentanilo. Todo un misterio. Se desconoce cómo se introdujeron esas drogas en la niña). Al igual que Jacob en La noche del oráculo, Daniel comete el asesinato de un bebé. Mientras se prepara el proceso judicial, Daniel Auster sale de la cárcel bajo fianza para luego ser encontrado inconsciente en una estación de tren producto de una sobredosis de heroína. Es hospitalizado. Muere a los seis días. Emulando el destino de Jacob, la vida de Daniel llega a un trágico final. No olvidemos a John Trause, el escritor de salud frágil y padre de Jacob, que fallece en la novela por complicaciones de salud. Auster (el anagrama de Trause) a sus 76 años de edad se enfrenta a un cáncer.
Para dar mayor fuerza a nuestra aventurada hipótesis acerca del posible vigor predictivo que gravita en la escritura, nos amparamos en el siguiente extracto de La noche del oráculo, donde el autor parece reconocer que algo peculiar está ocurriendo mientras escribe:
‒Los pensamientos son reales ‒sentenció‒. Las palabras son reales. Todo lo humano es real, y a veces conocemos las cosas antes de que ocurran, aun cuando no seamos conscientes de ello. Vivimos en el presente, pero el futuro está siempre en nosotros. Puede que el escribir se reduzca a eso (…) No a consignar los hechos del pasado, sino a hacer que ocurran cosas en el futuro.
Pienso:
El título, los personajes, los hechos. Todo configurado sobre el papel bajo la mirada de un escritor en estado de trance. Me gustaría creer que cada idea plasmada corresponde a un eco proveniente del futuro que ansioso nos espera.
El futuro. El futuro es ahora.
Jonathan Bustamante – Prodavinci