Julen Rekondo: ¿Qué hacemos con los plásticos?

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Cada año vertemos a los mares unos doce millones de toneladas de residuos plásticos, una gigantesca masa de inmundicia que contamina las aguas, los fondos y el litoral, lo que afecta a la biodiversidad marina y a las especies costeras. La situación es tan seria que la ONU decidió que el lema del Día Mundial del Medio Ambiente 2023 que se celebra cada año el 5 de junio fuera «Sin contaminación por plástico», con un llamamiento a la comunidad internacional para «repensar urgentemente la manera en que se manufactura, se usa y se gestiona como residuo el plástico en todo el mundo».

Y, en caso de seguir con la tendencia actual de producción de este material, se van a superar este año los 500 millones de toneladas anuales, de los cuales un 80% de esa producción serán plásticos de envases de uno solo uso, de usar y tirar.

Todo esto viene a cuento de la segunda reunión de negociación del Tratado Global de las Naciones Unidas para Poner Fin a la Contaminación por Plásticos que finalizó en París el pasado 2 de junio y que ha abordado la grave crisis del plástico. En dicha reunión, a la que asistieron casi 180 Estados se ha logrado un acuerdo de mínimos para desarrollar una primera versión del texto del tratado, una especie de «borrador cero» antes de la próxima ronda de negociaciones que tendrá lugar en Kenia en noviembre de este año.

Uno de los debates en que se ha centrado la reunión en París ha estado en si reducir la producción de plástico o centrarse exclusivamente en su reciclaje. Empresas con intereses en los plásticos han exagerado las posibilidades del reciclaje y han tratado de minusvalorar la ingente cantidad de plásticos que se fabrican. Y solo se recicla correctamente un 9% de plástico. En la medida en que la producción de plástico sigue aumentando, los residuos plásticos no dejarán de crecer. El reciclaje químico y físico tampoco es la solución: sabemos que los plásticos reciclados están contaminados con productos químicos tóxicos, pudiendo estarlo más que los plásticos vírgenes. Podemos restringir el uso de productos químicos peligrosos en los plásticos y detener los nuevos métodos de «reciclaje» como el químico que convierte los residuos plásticos en sus componentes aplicando calor, es decir, incinerándolos, ya que es bien conocido que estos tratamientos térmicos producen sustancias de descomposición que son altamente carcinogénicas, tal y como son las dioxinas.

El propio PNUMA de Naciones Unidas ha publicado un informe titulado «Cerrar el grifo: cómo el mundo puede poner fin a la contaminación por plásticos y crear una economía circular». Y es que los plásticos no solo representan una lacra para el medio ambiente, sino también un factor clave en el calentamiento global.

Ante este problema creciente, la UE y diversos países en vías de desarrollo defienden un acuerdo ambicioso y vinculante sobre la reducción en la producción de plásticos y la prohibición de aquellos materiales más nocivos. En cambio, Estados Unidos, China, Rusia, India y los principales productores de petróleo se muestran mucho más reticentes. Les gustaría que el tratado solo abordara el reciclaje y no impusiera obligaciones.

Gracias al uso del plástico, la humanidad ha conseguido avanzar en todos los terrenos, desde la navegación y la construcción, hasta la automoción e incluso en la medicina. El problema es que se ha incorporado con demasiada confianza y con falta de prevención y sin tener en cuenta que se trata de un compuesto químico al que, en algunos casos como el PVC, se le añaden sustancias muy tóxicas para el medio ambiente y perjudiciales para la nuestra salud.

Una de las peores decisiones que se tomaron fue elaborar con los plásticos productos de un solo uso, de usar y tirar. Desde bolsas de supermercado a maquinillas de afeitar, desde cubiertos desechables a envases de bebidas sin retorno.

La mayoría de los polímeros tienen una historia muy corta, menos de cincuenta años, de manera que todavía no conocemos los riesgos tóxicos que tienen para nosotros y nosotras y para el medio ambiente. Algunos se están descubriendo ahora, muy tarde, porque hemos plastificado el planeta, y hemos convertido a un desconocido en el material más abundante en el mismo.

Para evitar que las cosas no vayan a más, es necesario actuar en varios frentes. En primer lugar, se debe reducir la fabricación, la comercialización y el uso de plásticos procedentes del petróleo y limitar al mínimo los productos de un solo uso elaborados con este material. En este sentido disponemos ya de una nueva ley estatal de residuos 7/2022 que con la finalidad de romper el vínculo entre el crecimiento económico y los impactos sobre la salud humana y el medio ambiente asociados a la generación de residuos, desarrolla unas políticas de prevención de residuos que deben encaminarse a lograr un objetivo de reducción en peso de los residuos generados, de un 13% en 2025 respecto a los generados en el año 2010 y un 15% en el 2030, respecto a lo generado en el año 2010.

En segundo lugar, y referido a los residuos plásticos de las basuras, las principales alternativas son la venta a granel y el envase reutilizable, y la implantación del Sistema de Depósito, Devolución y Retorno (SDDR), por el que abogan al unísono las organizaciones ecologistas del conjunto del Estado, incluidas las navarras, que mejoran de forma muy significativa el reciclaje de los envases de bebida plásticos, y del que Ecoembes, gestor del contenedor amarillo, es el principal lobby opositor, y al que el Gobierno de Navarra en la pasada legislatura, a pesar de estar contemplado en la Ley foral de Residuos y su Fiscalidad, aprobada el 7 de junio de 2018, no ha realizado aún la prueba de SDDR, incumpliendo la citada ley, mientras los niveles de recuperación en plástico se encuentran muy por debajo de lo establecido por la legislación.

 

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