El nombre es de por sí pegajoso. Podría ser el apodo artístico de un rapero, estampado en el pecho de una camiseta como un rayo Pop trazado por Warhol, o una especie de trompeta para emitir ruido en un Mundial de fútbol, o el nombre de uno de esos restaurantes que se reclaman “mediterráneos”, o el de un futbolista salido de algún banlieue francés con un contrato millonario en el fútbol europeo.
Pero… se trata del apellido del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, quien en escasos cuatro años de mandato se ha convertido en un referente de mano dura y sonrisa fácil. El “modelo Bukele” levanta entusiasmo en los confines centroamericanos y se expande como producto de exportación no tradicional hacia el resto de Latinoamérica, siempre a la búsqueda de una novedad con la cual debutar. En Ecuador y en Perú ya caracolean los Bukele nativos, y en Argentina argumentan que en realidad es argentino. ¿Qué será lo que tiene Bukele? Un 90% de aprobación, el sueño mojado de todo mandatario, en una región caracterizada por la frágil fidelidad de sus ciudadanos con sus amores políticos.
La gran vitrina de su gestión: los videos que muestran el traslado a una cárcel de máxima seguridad de cientos de sospechosos de pertenecer a las maras, las temibles pandillas que asolan la vida cotidiana de los salvadoreños. La imagen de filas de hombres uniformados solo con boxers blancos, los brazos, torsos y rostros tatuados, hincados con la cabeza gacha, esposados, es digna de una película distópica filmada por Ridley Scott o Luc Besson. Más no, no es ficción, es la realidad cruda, sucede en una prisión (la más grande de América) especialmente construida para “albergar” a más de 2.000 prisioneros acusados de pertenecer a las maras, tan solo una porción de los 60.000 ya apresados.
Como es de esperarse, una operación de esas dimensiones tiene que levantar suspicacias acerca de los métodos utilizados y las acusaciones de violación de garantías básicas y derechos humanos no se hicieron esperar. ¿A quién puede preocuparle tales abusos? Probablemente a muy poca gente (las familias de los apresados y los organismos de protección de derechos humanos), la gran mayoría celebra que por fin se le haya puesto coto a la violencia pandillera, así sea con violencia del Estado. Con esas delicatessen a otro bodegón.
Pero el “modelo Bukele” contiene una alta carga autoritaria, antidemocrática, personalista, cuyo mayor exponente llegó a irrumpir con militares armados en el Congreso mientras afuera miles de partidarios acarreados gritaban “insurrección”. (Yes, estamos pensando en lo mismo, pero este asalto fue en el 2020 y el otro en el 2021). Y también contiene un alto grado de improvisación, irresponsabilidad y audacia. Quiso llevar a cabo una revolución financiera adoptando el bitcóin como moneda de curso legal y salió con las criptomonedas en la cabeza y la economía trastabillando.
Aun con todos sus desmanes sigue -ya lo hemos dicho- siendo inmensamente popular en su país y su popularidad se extiende por Latinoamérica. El diario El País, de España, reseña recientemente que: “La figura de Bukele atrae a los colombianos, porque según una encuesta de Datexco para W Radio el 55% de los ciudadanos les gustaría un presidente como Bukele para Colombia”. ¿Y la democracia?
¡Bukeles, bukeles, llévese dos por el precio de uno!
@jeanmaninat