Salgamos de esta atmósfera que planea venganza. Pongamos los ojos en ese poeta en guardia que todos llevamos consigo y que camina con lenguajes níveos, a contracorriente de lo mundano, fruto de su propia originalidad previsible o de su natural inspiración.
Lo que hoy es, mañana ya no es. Todo se mueve a un ritmo vertiginoso. En el mismo entorno, por el que nos movemos y cohabitamos, ocurre una permanente crónica de tensiones que provoca inestabilidad y situaciones impredecibles. Por si fuera poco el clima de despropósitos, también las contiendas absurdas se han intensificado, lo que dificulta la respuesta humanitaria inmediata. Me da la sensación que hemos perdido el sosiego y, por ende, un sano intelecto, que cumpla con sus obligaciones innatas. Desde luego, un alto en el camino nos vendrá bien, para repensar actuaciones y reparar daños. Quizás, al tiempo, deberíamos reeducarnos en actitudes de vínculos fraternos, para adquirir conciencia de la justicia y voluntad de talante armónico. Será bueno, por consiguiente, que entremos en la dinámica de un pueblo, de una familia que aglutina lo humano con lo celeste.
Debiéramos aprender de nuestra propia historia, al menos para no caer en las mismas debilidades de siempre. Sabemos que las guerras forjan catástrofes humanitarias y de derechos humanos, causan traumas imborrables a seres indefensos, además de activar multitud de crisis como puede ser la energética o la alimentaria. Sin embargo, nada parece importarnos, vamos a nuestros intereses, sin miramiento alguno. Conocemos, igualmente, lo vital que es para la humanidad en su conjunto caminar unidos para seguir allanando el camino, lo que nos exige un cambio en nosotros mismos y, de igual forma, reforzar el Estado de Derecho y las instituciones democráticas. Lo humanitario es establecer una corriente vivificante que nos ponga en camino y en comunión de corazón, incluso en medio de la debilidad.
No podemos continuar bajo el paraguas del descontrol, nos demuele todo el ciclo de la vida, dejándonos desolados y sin espíritu de continuidad. Entonces no caigamos en la tentación de generar violencia en un mundo deshumanizado, aprendamos a queremos y a no buscar la seguridad interior en los éxitos, en los placeres vacíos, en las dominaciones. Ciertamente, los contextos son inimaginables, en una tierra en combate permanente. Hay que volver a la sensatez, poner límites, activar el discernimiento, examinarlo todo y quedarnos con lo bueno. A partir de aquí, hay que renacerse y no dejarse anestesiar la conciencia, para reconocer los caminos auténticos de la libertad. Igualmente, también nos será saludable explorar el poder de lo minúsculo para reconciliarnos con el pasado, subsanando tácticas y maneras perversas.
En cualquier caso, hemos de huir de la confrontación que germina de una retórica envenenada, para adentrarnos en corporación a sembrar abecedarios de concordia a nuestro alrededor. Claro que sí, todo podemos hacerlo. Salgamos de esta atmósfera que planea venganza. Pongamos los ojos en ese poeta en guardia que todos llevamos consigo y que camina con lenguajes níveos, a contracorriente de lo mundano, fruto de su propia originalidad previsible o de su natural inspiración. Con demasiada frecuencia, incluso se produce una peligrosa confusión. Creemos que lo sabemos todo, que lo dominamos todo, y lo más importante lo tenemos abandonado, ¡aún no hemos aprendido a convivir! Para desgracia nuestra, tampoco hemos asimilado el vivir desviviéndonos por los demás, como hermanos, en parte por la conflictividad que genera la competitividad. Sin duda, son precisamente las egoístas competiciones por el caudal monetario, el mayor desgaste sensible, tanto de ahogo como de acoso.
Por ello, ante esta decadencia humanitaria, solo cabe escucharse mar adentro para hallar la vía de salida de todo ello. Lo trascendental es no desfallecer en los intentos de afrontar los momentos arduos, que a veces nos surgen en instantes imprevisibles e inesperados, con situaciones de incendio bélico y ruina total. Sea como fuere, no es de justicia acrecentar las desigualdades, como tampoco lo es debilitar el sistema internacional de seguridad colectiva que todos nos hemos comprometido a defender. En este sentido, me sonrojan las amenazas de utilizar armas nucleares como, de idéntico modo, es inaceptable no haber avivado todavía la cultura del encuentro entre seres pensantes. No olvidemos, que la base de una globalización debe modelarse según el abecedario de lo fraterno, que es donde se sustenta la acción de entenderse y respetarse. Únicamente así se edifica la paz. Hagamos autocrítica, pues.
Las caídas de cada jornada
Subsistimos como víctima de nuestras propias debilidades. Este espíritu mundano que nos acorrala, nos impide que crezca en nosotros el marco de lo divino, moviéndonos hacia el territorio de la maldita posesión desposeída. Los nuevos Beatos, como todos los que han padecido el martirio, son nombrados virtuosos por Jesucristo, tras darse y donarse por amor a quién es sol de sales, para no caer en modelos que nos ensombrecen, con su indecente sombra de tinieblas.
I.- Corregirse cada día es vivificarse
Al romper el alba, despierta el alma;
todo precisa elevarse para rehacerse,
rehacerse para hacerse como aurora,
acompañados por la cruz redentora
la que nos sana de torturas y males.
No hay mayor suplicio que rehuirse,
que traicionarse y no querer amarse,
que despreciarse y en vivo hundirse,
que hundirse y no desear levantarse,
pues desmoronado ya nada florece.
Estamos requeridos a enmendarnos,
como cimientos del vivir y del forjar;
a retornar a los sentimientos de paz,
que la quietud nos pone en sanación,
por ser fieles al único pan que sacia.
II.- Somos testigos de nuestro tiempo
Como olas que han brotado del mar,
concentramos el amor con el amar,
tejemos sus tenores con sus aromas,
en un contexto existencial de albor,
donde Cristo es la verdad y la vida.
Nuestro dinamismo por aquí abajo,
debe ser un testimonio de entrega,
que alcanza la súplica del perdón,
hacia todo aquello que nos invoca
en el desaliento, voraces de aliento.
Como el Salvador entregó su savia,
nosotros debemos hacerlo también,
y favorecer la sapiencia del abrazo;
obrando corazón a corazón sin más,
a pesar de las trancas del sacrificio.
III.- El juicio del creador nada oculta
No hay nada omitido que subsista,
ni invisible que no haya de saberse,
y así lo que se encubre se descubre;
lo decente es abrazar el resplandor,
tomar la luz y encauzarse a su vera.
Postrarse ante Dios nos robustece,
es ponerse a reponer la evidencia;
es disponerse a entrar en placidez,
en el abecedario místico del verbo,
para formar un nuevo reino de paz.
Aquí no habrá ahogos ni angustias,
hallaremos el descanso en ti, Jesús;
desaparecerá el agobio de mis ojos,
y reaparecerá la grandeza del Señor,
en un despuntar de gozos y alegrías.
Escritor – corcoba@telefonica.net