Durante un siglo entero el país se miró a sí mismo en un espejo de interrogantes, ¿Cuál pudo haber sido la situación del Táchira y en particular de Venezuela para una irrupción histórica de los tachirenses con las dimensiones de 1899? Y en tal caso ¿por qué tardamos tanto en reaccionar a los vejámenes del poder central de una Caracas que mantenía en el ostracismo a la que siempre vio como una provincia rebelde y salvaje?
No solo es un tema apasionante, sino también un tema actual, pues cuando nos paseamos por Venezuela a veces nuestra fama nos precede, para algunos -los posiblemente más estudiados- los tachirenses somos recios, parcos, educados y trabajadores, pero para otros -muchos lamentablemente- somos la oportunidad de un mal chiste donde predominan los chascarrillos de nuestra presunta ignorancia -según con cariño-, imitando burdamente nuestros acentos para resaltar que “somos colombianos” de ruana y alpargatas, y donde abundan comentarios sobre una fulana carencia nuestra del sentido común, más que todo salida de un siglo de mitos urbanos sobre un Juan Vicente Gómez analfabeta, que no es otra cosa que la herencia de una historia nuestra pésimamente contada.
Por fortuna, siempre nos hemos preciado de nuestra cordialidad y educación, algo que por motivos históricos se mantiene en un perfecto equilibrio con un carácter templado, pero de armas tomar, haciendo de nosotros la encarnación de aquella frase: “Lo cortés no quita lo valiente”.
Los andinos, y en particular los tachirenses, vemos en la distancia más remota aquellos tiempos en que el conflicto militar llevó a un puñado de hombres a caballo desde el Río Táchira hasta donde no había llegado ninguno de los nuestros con un ejército, una Caracas tan lejana como desconocida para nosotros, porque al parecer siempre fuimos otra gente, y tal parece que después de un siglo y más, eso sigue sin cambiar.
La Venezuela del siglo XIX, y aún más la Venezuela post-independencia, estuvo llena de un cúmulo importante de revueltas, de problemas, de guerras internas; como dice el Dr. Uslar Pietri: “después de la guerra de Independencia, nos tiramos casi un siglo más de guerra”, pues mientras que la mayoría de las naciones hispanoamericanas habían establecido su centro y de alguna manera luchaban contra sus enemigos externos, la Venezuela al mando de los centrales no se hallaba a sí misma, con corianos y orientales batallando por quién se quedaba con Caracas, al tiempo que a lo lejos, los tachirenses trabajaban por su prestigio comercial internacional, convirtiendo a la adversidad natural de la montaña en un reto y no un obstáculo, haciendo del trabajo un fin religioso, y del celo por lo suyo una excusa para prender en llamas al que se atreviera a meterse en casa ajena.
Podemos irnos a un claro ejemplo de su tiempo con el General Guzmán Blanco intentando reemplazar a representantes y funcionarios regionales con funcionarios orientales, ¿cuál fue la respuesta? Una violenta encerrona de los gritenses que apaleando en la plaza pública a estos funcionarios queman el enorme cuadro de Guzmán en una especie de rito público de victoria. Paradójicamente estas violentas reacciones no buscaron una independencia regional, el tachirense en su complejidad histórica ha defendido la venezolanidad a capa y espada, aunque muy pocas veces correspondida.
En estas paradojas de los tachirenses se dan los casos de tener una relación histórica, simbiótica, pero al mismo tiempo selectiva con Colombia, de contar con una afinidad casi familiar por los nexos entre el Táchira y los departamentos fronterizos, pero al mismo tiempo orientarse a la defensa fronteriza como primer bastión contra los colombianos en caso de un conflicto, por lo que resulta interesante ver un siglo XIX lleno de enormes circunstancias de intercambio económico y cultural con los vecinos de la frontera, y un antagonismo en esa misma relación por la predilección tachirense por Bolívar, Venezuela y el recuerdo de la Guerra de Independencia que no tiene mucho tiempo de haber terminado.
Parafraseando a Tomás Polanco Alcántara en su bien nutrida biografía del general Eleazar López Contreras, la vida de los tachirenses siempre estuvo reducida a muchos aspectos de un orden inexistente en el resto del país, un aislamiento que obligó a cuidar lo poco que se tenía, y a producir una generación de propietarios exitosos, que aunado a una población reducida y un gusto trascendental por las letras crearon un estado general de las cosas totalmente distinto al resto de Venezuela, es decir, no solo el acento y las maneras, la forma de vivir y crecer nos convirtió en un agente distinto que impartió a punta de fuerza la transformación de la Cosa Nacional en otra totalmente diferente.
El tachirense dejó tras su última guerra una obra transformadora para la Nación, no solo hombres a caballo y sable, o como se decía antes: “Curas y militares”, pues fuimos la cuna de la generación de prohombres de más alta categoría de su tiempo, las mentes de Samuel Darío Maldonado, Román Cárdenas, Francisco Baptista Galindo, Amenodoro Rangel Lámus, Tulio Chiossone, Regulo Olivares, entre tantos otros que cambiaron la vida nacional; un curso que siguió afilado hasta la decadencia de mediados del siglo XX y la hecatombe de finales de ese mismo siglo.
El actual sentir del tachirense es extraño, más de treinta años de crisis y altibajos nos trasladan por momentos a nuestra memoria genética de las viejas guerras que posicionaron el gentilicio andino en el poder por más de medio siglo, y aunque el sentir de los nuestros es de profunda e intensa condición venezolana, por momentos nos preguntamos si la respuesta podría ser distinta, si las circunstancias ya no dan para una relación tan volcánica con quienes nos ven como ciudadanos de segunda ¿Habrá una nueva última guerra de los tachirenses? Y de ser así ¿a dónde nos llevará?