Si como afirma cierta conseja, María Corina Machado es la candidata “ideal” para enfrentar a Nicolás Maduro porque (en esa hipótesis) es un “oligarca”, representante de la “derecha”, del “salidismo”, que polariza, cohesiona y moviliza a la base la chavista en su contra, por lo representa y lo que ha defendido, entonces: ¿por qué la inhabilitan?
La respuesta es obvia; en la mítica sala situacional de Miraflores (o donde quiera que se encuentre) saben que ella le puede ganar de calle una elección a Maduro. Allí no se están chupando los dedos.
Y todavía más preocupante, desde ese punto de vista, es que ni siquiera les sería útil para movilizar nuevamente a la identidad chavista. De lo contrario dejarían a María Corina Machado ser candidata.
Eso es una señal bastante clara del mayor problema que Maduro tiene hoy; el extendido descontento entre lo que se supone debería ser su propio electorado.
Aunque muchos en la oposición se han negado a aceptarlo, en el último cuarto de siglo en Venezuela emergió una identidad política chavista. Gente que se identificó fuertemente con el liderazgo del ex presidente Hugo Chávez, bien haya sido por su carisma personal o el gigantesco boom de precios del petróleo que permitió la mejora en el consumo (mientras duró) de la mayoría de la población, que a su vez alimentó expectativas de superación material; o la combinación de las dos cosas.
Los chavistas no llegaron de Marte
Sin embargo, ocurre que las identidades políticas no son eternas, y en condiciones socioeconómicas precarias (como es el caso de Venezuela) pueden ser inestables. La chavista no es la primera identidad política que ha existido en el país, y probablemente tampoco será la última. Antes que ella, en el siglo pasado, existieron los adecos y los copeyanos. Grupos de venezolanos vinculados por razones sociales, emocionales y hasta geográficas con unos líderes políticos como Rómulo Betancourt o Rafael Caldera, sus partidos y simbología respectiva. Y en el siglo XIX ocurrió lo mismo con el pueblo llano que se identificó con el discurso de redención social de los caudillos del Partido Liberal Amarillo. Los chavistas no llegaron de Marte.
Pero en éste caso, sus dirigentes partieron de la premisa equivocada, según la cual, siempre contarían con la fidelidad incondicional de los pobres de Venezuela, que por ser mayoría les garantizaría, a su vez, la hegemonía electoral permanente. En términos simbólicos eso se expresó en la dicotomía Bulevar de Catia versus Plaza Altamira.
El chavismo, la minoría mejor organizada
Una primera señal que puso de manifiesto esa equivocación ocurrió en diciembre de 2007, cuando Chávez perdió en la consulta para la reforma de la Constitución casi tres millones de votos con respecto a su votación del año anterior. Otro campanazo de advertencia se dio en la elección de abril de 2013, cuando con más de 7.3 millones de votos Henrique Capriles le empató la elección a Nicolás Maduro. Esos votos no fueron de oligarcas ni provinieron del eje Chacao-Baruta-El Hatillo.
Y en 2015, el Gran Polo Patriótico perdió hasta en sus bastiones aparentemente más inconmovibles en la elección parlamentaria cuando millones de sus votantes se abstuvieron. De allá para no acá (según cifras del CNE) el oficialismo no han dejado de perder espacio electoral.
De modo que hace rato que el chavismo ya no representa a los pobres (la mayoría social) del país. Eso sí, sigue siendo la minoría electoralmente mejor organizada, que cuenta con todo el respaldo del disminuido Estado venezolano.
¿CNE «espanta votos»?
En ese sentido la estrategia oficialista es muy sencilla; se propone movilizar la base chavista para que vote masivamente por Maduro, mientras apuesta y maniobra a fin de mantener a los opositores enfrentados y divididos en varias candidaturas presidenciales, y que otro sustancioso lote siga desmovilizado en el terreno de la abstención. Así ganarían siendo la primera minoría. Una reedición de la Venezuela 2018, pero manteniendo cierta apariencia externa a fin de que el presidente brasileño, Lula Da Silva, pueda ir a Europa a decir que en la tierra Simón Bolívar hay más elecciones que en su país.
Para esto cuenta con el suficientemente conocido arsenal de abusos institucionales que empiezan por las inhabilitaciones y la previsible designación de un CNE “espanta votos”.
No obstante, un punto de débil (entre otros) de esa estrategia reside en el descontento de la propia base chavista con su dirección política, en particular con Maduro (según indican los estudios de opinión). Al igual que ocurrió con las bases de AD y Copei que en 1998 votaron por Chávez, como forma de protesta contra sus dirigentes que pensaron (tal como lo hace este oficialismo hoy) que los adecos y copeyanos votarían disciplinadamente, sin chistar y como ovejas como le indicaran desde arriba.
Maduro tiene un efecto submarino
Por cierto, es fuerte el rumor según el cual Maduro planea efectuar una mega elección donde se cuenten el presidente, los gobernadores, alcaldes y, quizás, la Asamblea Nacional. Una manera de garantizarse que la estructura electoral del PSUV se mueva en un solo bloque. Pues bien, eso fue exactamente lo que pensó, e hizo, en noviembre de 1998 el entonces poderosísimo Secretario General de AD, el senador Luis Alfaro Ucero, a fin de mover su efectiva y bien aceitada maquinaria blanca para que los gobernadores adecos le “movieran” el voto a su favor como candidato presidencial.
Los resultados de aquella estrategia son parte de la historia contemporánea nacional. A diferencia de Chávez, y de Carlos Andrés Pérez antes, que sirvieron de portaaviones electorales a sus partidos, Maduro tiene un efecto submarino (y cuidado si no es el Titanic). Lo mismo que Alfaro Ucero en 1998.
Es interesante constatar el comportamiento electoral del eje llanero, de Apure hasta Guárico en las elecciones regionales de noviembre de 2021, en particular en el caso emblemático de Barinas. Esa región del país, más que ninguna, ha sido el bastión del PSUV. Vean como le fue.
María Corina no es el problema
De modo que para la actual clase (des) gobernante de Venezuela, María Corina Machado no es el problema; es el síntoma. O más bien, el termómetro. De la misma manera que lo fue Chávez en 1998. Usted puede romperlo, pero eso no neutraliza la infección.
Por supuesto que entre una y otra situación hay diferencias sustanciales. Aquella imperfecta y vituperada democracia se permitió la candidatura de quien intentó derribarla por medio de un sangriento golpe militar, para a continuación reconocerle su triunfo electoral, entregarle el Gobierno y luego amablemente colocar el cuello para que la decapitaran. Nada de eso pretende hacer Maduro ahora.
Toda su apuesta consiste en que la oposición venezolana se enrede, una vez más, entre las disputas internas, las divisiones mezquinas, y que algunos genios propongan esperar el retorno de un Donald Trump con esteroides.
Al Navío