Ángel Lombardi: Los condenados de la tierra

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“Y pobres siempre los tendréis con vosotros”, realismo bíblico o terrible profecía distópica, lo cierto es que a la altura del siglo XXI en que nos encontramos, con tantas maravillas tecnológicas y conquistas científicas, económicas y sociales, todavía el estigma de desigualdades, pobreza y hambre, además del racismo, fanatismo e intolerancia religiosa e ideológica, siguen presentes, al igual que los muchos prejuicios que persisten.

Entre las múltiples caras de la esclavitud moderna están la explotación laboral, la trata humana, los desplazados, refugiados y migrantes, y un sinfín de abuso y maltrato a la condición humana de los llamados genéricamente menos favorecidos.

Cada sociedad arrastra sus propios parias, los tristemente famosos intocables en la India, casi doscientas millones de personas, calificados tradicionalmente como los pobres entre los pobres. Cada sociedad arrastra una deuda social con los llamados marginales, y que el papa Francisco denominó como los descartables.

La pobreza convertida en miseria e indigencia cotidiana, sin futuro y sin esperanza. Mundo desigual y sociedades injustas siguen presentes en la humanidad, y afecta a millones de personas en todos los países y en todos los sistemas políticos y económicos. Geografía del hambre, como la llamó Josué de Castro, que sigue clamando por oportunidades y justicia social.

La igualdad como hijos de Dios proclamada en el Evangelio del amor y la fraternidad, y la igualdad como programa político proclamado en la Revolución francesa, siguen siendo inalcanzables para muchos, como una especie de deseo general o utopía huidiza.

La humanidad, y cada país en particular, proclama la justicia social y los derechos humanos como doctrina fundamental, pero la deuda social sigue allí, y las injusticias se mantienen y proliferan. La pobreza material subsiste y da la impresión de ser un problema estructural, tanto de la economía como de los sistemas políticos.

La humanidad sigue en búsqueda de sistemas más justos y con menos víctimas de la pobreza y el hambre. Sin lugar a dudas se ha avanzado, pero no lo suficiente, y, frente a los muchos flagelos que nos siguen acompañando, las injusticias sociales y el problema de la convivencia pacífica siguen siendo nuestros principales desafíos de cara al futuro.

 

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