Manuel Barreto Hernaiz: La mediocridad como sistema

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Los espíritus mediocres condenan generalmente todo aquello que no está a su alcance. François de La Rochefoucauld

«Hay épocas en que el equilibrio social se rompe a favor de la mediocridad. El ambiente se torna refractario a todo afán de perfección, los ideales se debilitan y la dignidad se ausenta; los hombres acomodaticios tienen su primavera florida. Los gobernantes no crean ese estado de cosas: lo representan….»

Estas ideas las expone el ilustre pensador argentino José Ingenieros en “El hombre mediocre”, un libro publicado en 1911. Ha transcurrido más de un siglo y aquellas palabras de Ingenieros resultan muy vigentes, al percatarnos de cómo la mediocridad general ha colmado todos los espacios de nuestra vida institucional. Ahora bien, ¿qué es ser mediocre?

Tomando como referencia el Diccionario Esencial de la Lengua Española, nos encontramos que mediocre significa:”1. De calidad media, se conforma con resultado mediocre // 2. De poco mérito, tirando malo”. Mediano, que está entre ambos extremos, ni malo ni bueno; Ingenieros sostiene que el mediocre es un equilibrista… Equilibrista, por cierto, no significa equilibrado.

Cuantos han escrito acerca del tema sostienen que la insensatez es lo que provoca la mediocridad, y presentan como características fundamentales la inseguridad y la búsqueda de excusas que siempre se apoyan en la descalificación del otro, la culpa siempre es de otros y esos otros son quienes deben arreglar las cosas, presentándose esta actitud fundamentalista, que lo encierra en la convicción de que él posee la verdad, la luz, y su adversario el error, la oscuridad; el mediocre rechaza el diálogo. El mediocre no logra liberarse de sus resentimientos, que siempre desnaturalizan a la justicia. No soporta las formas, que confunde con formalidades, por lo cual desconoce la cortesía y el respeto.

Vista esta apresurada introducción podemos entonces sostener que nos gobierna, de manera sistemática, un régimen mediocre, que en su peligroso intento de igualar por lo más bajo, de sustituir la calidad por la cantidad, de habilitar a los peores e inhabilitar a los mejores, nos ha arrastrado a la imprecisión, a la desenfrenada corrupción, a las promesas demagógicas y populistas de imposible cumplimiento, a las alocadas invasiones y expropiaciones, mediante un intervencionismo económico y un disparatado patriotismo que tan solo ha logrado llevarnos al marasmo total. Más de dos décadas de mediocridad que hacen tambalear nuestro país. Más de veinte años de vacío, de ridículo internacional, de lamentables alianzas y de pactos con quienes no creen en el Estado; de falta de respeto a los ciudadanos, de pura propaganda demagógica. Más de dos décadas de negación de la realidad, de siembra de odios y resentimientos, de improvisaciones y disparates, puesto que no existe nada que odien más los mediocres que la superioridad de talento. Más de veinte años sin verdadera y sana creatividad, en los cuales no se promovió la excelencia, sino se acentúo la discordia social y no la paz. Donde se apartó el diálogo, recurso indispensable para lograr acuerdos sobre lo principal. Más de dos décadas de absoluta politización de la vida diaria, de continuas incoherencias y contradicciones, en que los ciudadanos han perdido la esperanza porque no ven alternativa. Resulta tal su mediocridad que ni siquiera entiende muy bien qué ha sucedido, ni cómo es posible que hayamos llegado a esta situación, ni alcanza a comprender qué ha fallado, ni mucho menos qué se debía hacer entonces ni qué se ha de hacer ahora. A este régimen de los mediocres el país se le escapa entre las manos sin saber qué hacer.

Pero la mediocridad no es exclusividad del régimen. La encontramos en esos innumerables enchufados que han llegado hasta la abyecta complicidad de atornillar al régimen dejando a un lado atavismos familiares o preceptos morales.

Tal como se logró la vacuna contra el COVID, deberían los laboratorios de la dignidad empezar a formular una vacuna contra la mediocridad….

En el siglo XVIII el español Gaspar Melchor de Jovellanos acuñó aquella lapidaria sentencia: “Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. Dos centurias después, el francés André Malraux corrigió: “Los pueblos no tienen los gobiernos que se merecen; tienen el gobierno que se les parece”. Contemporáneo con éste, el italiano Alberto Moravia expresó:» Curiosamente, los votantes no se sienten responsables de los fracasos y errores del gobierno al que han votado»…

¿Tres citas que logran concatenar la realidad nuestra?

De ser así, la esperanza que nos queda, no tan sólo consiste en impedir el acceso a los mediocres a la gestión pública y a gobernar nuestro país, sino que el pueblo tome conciencia de su responsabilidad ciudadana, y sacar, de manera democrática, a este régimen mediocre, y a sus ineptos secuaces. Empecemos pues, apoyando el proceso de LA PRIMARIA, punto de partida para lograr salir de tan absurda mediocridad.

 

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