Víctor Corcoba: Lo más cómodo es fragmentar y demoler

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En esta pugna de supremacías, la opresión está a la orden del día y vencer pasa a ser sinónimo de destruir, creando un escenario de contiendas, disfrazadas de lenguajes reivindicativos con raciones de espíritu egoísta.

A poco que nos adentremos en nuestros recuerdos, observaremos que lo más fácil es romper y destruir. Los héroes, como Nelson Mandela, son los que firman la paz y se reafirman por lo armónico. Indudablemente, cada ser humano tiene la lucidez y el compromiso de forjar un mundo más poético, donde predomine la cultura del abrazo sincero y la palabra auténtica. Realmente nos falta corazón y nos sobran intereses mundanos, que todo lo contaminan y corrompen de dominaciones y esclavitudes; mientras la pobreza, el hambre y la desigualdad no hacen sino aumentar cada día. Los países se ven asfixiados por la deuda. Las gentes se sienten ahorcadas por la inhumanidad de los poderosos. Todo se mueve en la injusticia y el desorden; cuestión que debe hacernos repensar, para que se produzca ese ansiado avance benefactor, más allá de la procedencia, nacionalidad, color o religión. Será bueno, por consiguiente, que otros poderes, ya sean de gobierno o económicos, respeten la independencia judicial y se abstengan de quebrantar su autoridad.

En esta época de fuertes turbulencias mundiales, hemos de estar en alerta continua, para destronar de nuestra mirada este ciclo aparentemente interminable de violencias, impunidad y venganza. La solución a todos estos problemas está en nuestras manos, tenemos que redoblar los esfuerzos y no desmoronarnos con la pasividad. Es cuestión de ponerse en acción, de trabajar conjuntamente en la reconstrucción de un orbe equitativo y libre, inspirado en los derechos humanos y en su espíritu de humanidad, dignidad y justicia. Muchos de los Estados, se han convertido en estadios de fuerte oleaje de crímenes, por lo que es más necesario que nunca que la comunidad internacional intervenga, sobre todo para proteger a la ciudadanía más vulnerable. La evolución de este globalismo, para nada nos ha hermanado, lo único que ha hecho es favorecer a los más fuertes que se protegen a sí mismos. Ya no hay linaje ni familia y los corazones se han empedrado hasta el cauce del tormento; en parte, por no enfrentarse a los destructores efectos del imperio del dinero.

El delirio es mayúsculo. En esta pugna de supremacías, la opresión está a la orden del día y vencer pasa a ser sinónimo de destruir, creando un escenario de contiendas, disfrazadas de lenguajes reivindicativos, con raciones de espíritu egoísta. Verdaderamente, se ha mundializado un descarte, el de nuestra propia existencia,  hasta el extremo de que nos hemos hecho insensibles con la propia vida humana. En realidad, lo aislamos todo, dejamos de acompañarnos, y trabajamos modelos que nos explotan como jamás e incluso nos trituran. Estas situaciones de tensión, que se vienen multiplicando en muchos pueblos, están generando una falsa seguridad mantenida por una mentalidad de recelo y desconfianza. Ante este desolador panorama, si bien nos cautivan muchos adelantos, no advertimos un rumbo realmente humanitario. Sólo hay que ver, la multitud de niños migrantes que mueren en el mar Mediterráneo a la vista de todos y el mundo los ignora deliberadamente. Olvidamos que la tierra existe para todos, y que el principio del uso común de los bienes creados colectivamente es el primer umbral, un derecho natural que está ahí, en el ordenamiento ético-social.

Sea como fuere, tenemos que dejar de fraccionar y dar continuidad a ese todo que nos pertenece por igual, hacerlo presente, laborarlo como futuro y observarlo a través de nuestro propio enraizamiento vivencial.  Por si mismo, el ser pensante nada es; y ahora, recluido en los dispositivos móviles, lo que acrecienta es la agresividad social. Para colmo de males nos falta escucharnos más y entrar en sintonía con la diversidad, dejarnos de someternos a las vilezas del poder, que aturden los sentidos, despreciándonos entre si y alejándonos cada vez más los unos de los otros. En consecuencia, lo que urge es pensar y gestar un mundo abierto; y, aunque sea incómodo, hemos de potenciar desde dentro de uno mismo, la altura anímica de una vida solidaria marcada por el amor de amar amor. Nuestro mayor peligro radica en no querernos, en ser máquinas de consumo y artilugios andantes sin conciencia, en perseguir un porvenir monocromático, cuando es desde la diversidad de lo que cada uno puede aportar, como se florece y se hace quietud. Porque la paz real y duradera, solo es posible desde un espíritu cooperante de corresponsabilidad hogareña. Que lo sepamos y lo cultivemos.

 

Stella Maris

En el génesis del verso aparece nuestra morada común y reaparece constituida por una amplia ramificación de azules celestes. Sustento esencial para el poeta que todos llevamos dentro y puntal de inspiración en nuestra propia biografía de soñador. El empuje es el pulso con su pausa de tintes. Y el destino, un oleaje que se hace a la lírica, justo cuando nace el flujo y el reflujo de las corrientes de aire, con los loores al Creador y los dolores de las cadenas; pretendiendo remar, en un recogimiento náutico.

I.- La Stella matutina; para gloria y alabanza nuestra

 

Al romper el alba en el océano celeste,

todo se colma de paz y se calma de luz,

todo se torna de Dios y a Dios regresa,

todo se crece de sueños y nada mengua,

porque el soplo de la verdad es la vida.

 

No hay mejor amanecida en la mirada,

que recubrirse de caricias con las olas, 

para descubrirse sol en la masa de agua;

que confesarse marinero de sus azules,

porción del cuerpo y tripulante del alma.

 

En cada madrugada brota un desahogo,

como prenda de quietud y gozo de rocío;

tan sólo hemos de marchar a poner proa,

a convenir una sonrisa en los músculos,

y a modular una reverencia a la pureza.

 

II.- avanzar mar adentro; Para sonreír por fuera

 

Nuestra barca se embarca cada aurora,

nos pide que rememos hacia adentro,

que no cesemos ni en las tempestades,

pues lo trascendental está en hallarse,

en fijarse en la fuente de amor que soy.

 

Somos seres de cielo, tierra y océano;

navegantes en perenne buceo íntimo,

marinos en nuestra propia búsqueda.

Con la asistencia del pescador divino,

no habrá marea que nos desuna la red.

 

El puerto estará a salvo para trascender,

para tomar escarceo y soltar los brazos;

pues aquel que se quiere, se comprende,

protege a que haya quietud en la resaca,

previo acogerse y recogerse en el Señor.

III.- con la madre a bordo; para huir del lobo de mar

 

En cada dársena hay una historia viva,

que nos vive y nos revive sin concluir;

es como esa pleamar que va y vuelve,

con aspiración de nacer y de renacerse,

acompañado y acompasado por el mar.

 

La manejada sobre el líquido elemento,

nos pone sobre el horizonte del asombro,

con el pasmo de lo visual hacia la Madre,

que nos conduce al espíritu de la certeza,

hasta que por la cruz se curen los golpes.

 

Estrella de los mares y faro de fulgor,

consuelo maternal siempre en pilotaje,

concilia y reconcílianos con tu silencio,

que las discordias alivien en concordia,

y haz que Cristo renueve los corazones.

 

Escritor – corcoba@telefonica.net

 

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