Gloria y perdón para Maracaibo
Dice Arthur Schopenhauer (1788-1860) que: “Lo que cuenta la historia no es de hecho más que el sueño largo, pesado y confuso de la humanidad”. La historia escrita que vale la pena es aquella que entiende las limitaciones que le impone la tenaz lucha contra el olvido. Que sabe que las versiones del pasado son miles y sus combinaciones millones. Que sabe que todo relato histórico es más ficción que realidad. Que sabe que no sabe nada en realidad.
El Poder no sabe de Historia. Porqué sólo toma aquellos personajes y hechos que le interesa publicitar para apuntalar sus propios intereses en el presente. En cambio lo que les son incómodos los borra o los desdeña desde el más grande desprecio. Por eso la Historia patria no es Historia. Es Mito.
El Rey está desnudo y no nos atrevemos a delatarlo porqué es más fácil vivir en las convenciones fundadas en las mentiras. Toda idea dominante es un convencimiento impuesto a los dirigidos por parte de los dirigentes, y que conviene a estos últimos. Y la rebelión ante esos pensamientos de hambre, bajo los auspicios del pensamiento crítico, verdadera llave de la libertad, son siempre incomodos e incomprendidos. El italiano Galileo Galilei (1564-1642) es una demostración palpable de esto que decimos.
Lo evidente no es popular. El Zulia, sus historiadores y sus gobernantes, han vivido con el complejo histórico del Judas no perdonado. A los guayaneses ya se les perdonó su infidencia con la octava estrella en la bandera nacional. A los de Coro se les ignora olímpicamente también.
El Día de la Zulianidad es un 28 de enero de cada año. La escogencia de dicha fecha contó no sólo con un pésimo asesoramiento sino que formó parte de un sofisticado plan de modificar la memoria, en realidad, de ocultar pecados históricos de inconveniente publicidad o revelación.
Ese 28 de enero de 1821, el Cabildo de Maracaibo, se “plegó” muy patrióticamente al bando republicano de Simón Bolívar. Lo que no se dice es que desde el año 1810 hasta 1820 la Provincia de Maracaibo y su Capitán General Fernando Miyares encabezaron una coalición de ciudades y provincias unidas contra Caracas y los aliados de estos. La caída de la Primera República en el año 1812 fue obra principalmente de los ejércitos de Coro.
¿Por qué no decir esto? Porque la verdad molesta a los triunfadores y denigra y avergüenza a los perdedores. Y está escrita una condena de castigo silencioso sobre Maracaibo, Coro y Guayana por acompañar las banderas del rey. Nadie lo dice pero el castigo existe y genera arrepentimientos históricos que buscan lavar el pecado.
Maracaibo, fue realista y cabeza de la contrarrevolución contra Caracas entre los años 1810 y 1820. Y cuando Urdaneta la invadió en los primeros meses del año 1820, violando lo estipulado en el Armisticio de 1820, la ciudad es sólo “libre” hasta mediados de año.
Francisco Tomás Morales, último Capitán General de Venezuela, inició la desconocida y olvidada Campaña de Maracaibo entre los años 1821 y 1823. Cuando ocupó sorpresivamente a todo el Occidente de Venezuela y se hizo fuerte en el puerto-capital de la ciudad de Maracaibo, rey y señor de un hinterland con identidad cultural e histórica propia; económicamente fluido con ramificaciones e influencias tan vastas que le conectaban con los Andes, Apure, Barinas, Aruba, Curazao, la Guajira, Perijá, Cúcuta y Pamplona.
Razón por la cual, Francisco de Paula Santander, Vicepresidente de la Gran Colombia, atendió con celeridad la inesperada maniobra militar de Morales que percibió como una muy seria amenaza. Se puede decir, aunque esto moleste al patriotismo venezolano, que la liberación de la Provincia de Maracaibo fue una operación militar neogranadina más que caraqueña. Esto abre un ariete en la pretensiosa historia militar patriótica venezolana que exige exclusividad en las glorias marciales. Y es bueno recordar que la Campaña Admirable de 1813 se hizo básicamente de la mano de un ejército de la Nueva Granada comandado por Bolívar. A su vez, Bolívar vence en Boyacá en 1819 con tropas venezolanas y británicas.
Estos temas están contaminados por la ideología nacionalista. Razón por la cual el mito es lo que manda y deforma todos los recuerdos suplantando los hechos históricos crudos y reales. ¿Qué tanta verdad histórica estamos dispuestos en aceptar los zulianos y venezolanos en general?
Padilla merece estar en el Panteón Nacional en Caracas. Y también en el Panteón de los zulianos. Fue el principal artífice del triunfo militar que hoy conmemoramos en la Batalla Naval del Lago del año 1823. Pero se prefiere traer a un actor de reparto como Pedro Lucas Urribarrí porqué nació en La Rita. Lo mismo sucede con Ana María Campos y Domitila Flores, dos supuestas heroínas nacidas en los Puertos de Altagracia, de dudosa existencia histórica ambas.
La hazaña de la Batalla Naval del Lago hay que bajarle el volumen. No fue ni Abukir (1798) y tampoco Trafalgar (1805). La modestia de los barcos en la refriega así lo delata. Tampoco fue una “Batalla de Canoas”. Y los capitanes de la flota de Padilla fueron en su inmensa mayoría extranjeros: franceses, británicos y estadounidenses.
La Batalla Naval no fue una contienda entre españoles y venezolanos. Hay que quitarse ese chip mental que no es del todo respetuoso con una memoria más justa del pasado. Salvo la oficialidad, las tropas realistas, estuvieron formadas por venezolanos o zulianos. Y la infantería de marina y la tripulación de los barcos independentistas en su mayoría fueron neogranadinos porque la expedición partió del puerto de Cartagena de Indias.
En la Batalla Naval del Lago las embarcaciones más numerosas utilizadas por los dos bandos fueron las Goletas. Y no todas de un mismo tipo. Las había de gavias y otras de velacho. La “Especuladora”, una goleta, fue el buque insignia que utilizó Laborde el jefe realista.
La Batalla Naval del Lago de Maracaibo del 24 de julio de 1823 fue una victoria estratégica superior. Porque fue la reconquista militar del Zulia por mar y tierra en unas condiciones extremas e inéditas. Y que demostró la organicidad de un ejército regular mucho más compactado que las primeras partidas irregulares que dominaron los primeros años de la guerra.
Los historiadores zulianos junto a sus gobernantes harían bien en empezar asumir la “historia como sucedió” tal como lo recomienda el historiador clásico alemán Leopold Von Ranke (1795-1886). Sin vergüenza y sin ocultamientos. Asumiendo todas las memorias; asumiendo las circunstancias de los actores del pasado desde sus propios intereses del momento y no de nuestros intereses en el presente.
La Maracaibo realista se explica por la sencilla razón de una rivalidad administrativa, económica/comercial y política entre Caracas y Maracaibo. Gestada en los tres siglos coloniales. Entre 1670 y 1770, Bogotá, a través de sus gobernantes coloniales, ejerció dominio administrativo sobre Maracaibo aunque era Maracaibo la capital y cabeza de su propio hinterland. Maracaibo fue primero parte de la Nueva Granada que parte de Venezuela (Caracas). El año 1777 acabó nuestra historia neogranadina. La medida centralizadora de los borbones no gustó a Maracaibo. 1810, fue un año de deslindes sobre una rivalidad histórica. Comprender la Batalla Naval del Lago desde éste óptica no sólo la enriquece sino que la hace mucho más veraz.
La novena estrella para el Zulia es algo importante porqué reforzaría el sentimiento de unidad nacional y pondría en remojo todos los amagos secesionistas de los zulianos cuya lista de agravios recibidos le avalan para dicha aspiración. Y porqué también se harían las paces entre memorias rotas y recelosas entre sí. En suma, compartir la gloria histórica aceptando que ésta es la reafirmación de un compromiso en el presente por una Venezuela mejor.
Director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia – @Lombardiboscan