La Unión Europea (UE) aspira a convertirse en un actor mundial y, sin duda, tiene la riqueza económica para serlo. Como bloque formado por más de 500 millones de personas, debería tener la capacidad de forjar una estrategia y ejercer su influencia más allá del territorio de los 27 Estados miembros.
Un análisis de la vecindad de Europa muestra que no es capaz de hacer ni lo uno ni lo otro.
Tomemos como ejemplo los Balcanes Occidentales. Allí la UE ha sido incapaz de resolver las diferencias y tensiones étnicas en Bosnia y Herzegovina. Estas disputas han impedido a la república convertirse en una democracia vibrante. Sigue asediada por las luchas internas, la corrupción, la política de poder local y las injerencias de Serbia, pero también de Turquía e incluso Arabia Saudí.
Al lado está Kosovo. Cuesta creer que, desde 1999, la OTAN siga presente en esta parte de la antigua Yugoslavia. El historial de la Unión en la erradicación de la corrupción y la gestación de un poder judicial fuerte e independiente en este territorio ha sido decepcionante. Y luego está la interminable disputa con Serbia, que no reconoce la independencia de Kosovo (como tampoco la reconocen varios Estados miembros de la UE). Serbia perdió la guerra en 1999, pero no está preparada para dejar atrás el pasado e iniciar el largo camino hacia una democracia fuerte. La Unión no ha utilizado la capacidad diplomática de su poder blando, ni los incentivos económicos o la creación de instituciones políticas para conseguir el máximo efecto posible.
La UE carece de estrategia, está dividida y prefiere el statu quo
He mencionado el exiguo historial de la UE en los Balcanes Occidentales porque ilustra tres grandes puntos débiles tanto de las instituciones de Bruselas como de los Estados miembros. Estas debilidades explican la falta de influencia de Europa en Oriente Medio y el Norte de África (MENA).
El primer punto débil es que no existe una estrategia coherente para acercar la región de los Balcanes Occidentales a la UE mediante la mejora de las infraestructuras, la integración regional, la modernización de la economía y las instituciones políticas y, en última instancia, la adhesión. También está el azote de la corrupción endémica y el clientelismo, que la UE parece incapaz de atajar.
El segundo punto débil son las divisiones entre los Estados miembros en torno a la adhesión de estos países a la UE. Décadas de promesas incumplidas y gestos vacíos de Bruselas y de los miembros de la UE respecto a la admisión de estos países en el “club” han provocado la decepción con la Unión entre los reformistas, la generación más joven y la plétora de movimientos de la sociedad civil de los Balcanes Occidentales. No es de extrañar que los oligarcas locales y sus mecenas políticos se aprovechen de las constantes evasivas de la UE. Es más, el vacío europeo ha permitido involuntariamente que Rusia y China se inmiscuyan en la región.
La tercera debilidad es la obsesión por el statu quo. Es como si la posición de Europa se basara en el principio de que es mejor tratar con los líderes conocidos que arriesgarse a apoyar a una generación más joven y fomentar la sociedad civil, que podrían proporcionar los controles y equilibrios necesarios, a pesar de ser también impredecibles. Pero las transiciones democráticas y la institucionalización de los cambios son, en general, impredecibles y complicados. Es el precio de la construcción de la democracia.
Qué une a los Balcanes occidentales con Oriente Medio y el norte de África
Las referencias a los Balcanes Occidentales y los puntos débiles de Europa sirven de introducción al debate sobre el papel de Europa en Oriente Medio y norte de África.
Los intereses estratégicos, económicos, políticos y sociales de Europa en la región MENA son vitales y enormes. Sin embargo, una y otra vez, a pesar de los inmensos problemas que afectan a Europa –la migración, el cambio climático, los conflictos, las guerras, el hambre–, los europeos han sido incapaces de actuar estratégicamente a la hora de ejercer su influencia en la región MENA.
Más bien, con pocas excepciones, se han unido en torno al statu quo, representado en este caso por la Declaración de Venecia de 1980, que sentó las bases de la política de la UE en relación al conflicto entre Israel y Palestina y se fundamenta en el compromiso con la solución de dos Estados. Sin embargo, más de cuatro décadas después, la UE no ha aportado ninguna idea nueva para resolver el conflicto. Se ha quedado estancada en la Declaración de Venecia y en la coyuntura actual.
En parte como consecuencia de ello, el papel de la UE ha sido ineficaz y reactivo. Carece de influencia para detener la expansión de los asentamientos ilegales y, aunque abundan los gestos de consternación y las expresiones de “profunda preocupación”, desde un punto de vista político no está dispuesta a mantener su compromiso con una solución viable de dos Estados.
Además, existen divisiones entre los Estados miembros respecto a Israel. Alemania, comprensiblemente, tiene su propia y especial responsabilidad histórica hacia Israel. La seguridad de Israel es sacrosanta y primordial para cualquier gobierno alemán. Pero, a veces, uno se pregunta si Alemania, como uno de los aliados más cercanos de Israel en Europa, debería utilizar esa influencia como un auténtico aliado y amigo. A lo mejor podría ayudar a financiar la retirada de los israelíes de los asentamientos y colaborar en el realojamiento dentro de las fronteras israelíes de 1967 de los colonos que se marchen.
Sin embargo, cualquier idea de una oferta económica o de incentivos se ve desbancada por la política ideológica del movimiento en favor de los asentamientos, con independencia del grupo de socios de la coalición que esté en el gobierno. Aparte de eso, la reacción de la UE ante los asentamientos es lo que es: reactiva.
En cuanto a la política de la UE hacia los palestinos, ha sido poco menos que un desastre. Durante años, la Unión y los Estados miembros han apoyado a la corrupta e irresponsable Autoridad Palestina. Obsesionada con apoyar el statu quo en Ramala, la UE no ha hecho gala de mucha imaginación a la hora de prepararse para el “día después”, cuando Abu Mazen y su camarilla se marchen, ya sea por fallecimiento o por presión de la generación más joven.
Por otro lado, la UE ha financiado a la Autoridad Palestina en lugar de promover unos medios de comunicación y un poder judicial auténticamente independientes y unas organizaciones no gubernamentales genuinas que necesitan apoyo. Cuanto más apoye y prolongue el statu quo de la Autoridad Palestina –que conviene a Israel–, más opciones encontrarán los jóvenes a través de la violencia. Por el contrario, si contaran con el apoyo de la UE, encontrarían vías para crear movimientos en favor de la paz y la democracia. Esto último es algo que la Autoridad Palestina nunca ha fomentado. Tampoco lo ha hecho la UE o Israel.
En efecto, durante años, la Autoridad Palestina ha reprimido cualquier traza de oposición interna. Y durante demasiado tiempo, ha cumplido las órdenes de Israel en lo relativo a mantener el control de Cisjordania. La relación entre la Autoridad Palestina y los sucesivos gobiernos israelíes se basa en la cooperación, la colaboración y el mantenimiento de la situación actual. Esto no es sostenible. Sin embargo, Europa nunca ha puesto en tela de juicio esa relación insostenible, como tampoco ha cuestionado la insostenibilidad de los dirigentes de la Autoridad Palestina.
Antes y después de la Primavera Árabe
Esta obsesión por el statu quo dio forma a la política de la UE hacia la región MENA antes de la Primavera Árabe. En lugar de ayudar a los movimientos y grupos independientes de la sociedad civil que querían promover los derechos humanos, la democracia, un poder judicial independiente y cierto grado de rendición de cuentas, la UE se aferró al statu quo. Incluso cuando varios jóvenes homosexuales fueron condenados a largas penas de cárcel en Egipto, la reacción de la UE fue hipócritamente tibia. Los valores pasaron a un segundo plano.
No es de extrañar que la región implosionara en 2011. La Primavera Árabe fue una rebelión de los desposeídos contra el statu quo corrupto y autoritario. Sin embargo, la UE no tenía en verdad una política coherente para hacer frente a la Primavera Árabe ni a sus consecuencias. No sabía cómo ayudar a convertir las protestas en movimientos políticos por el cambio, para transformar estas sociedades complejas.
Actualmente, la UE se esfuerza en encontrar la manera de lidiar con Túnez, aclamado en su día como uno de los éxitos de la Primavera Árabe. Pero en los últimos meses, el presidente Kais Said, elegido en 2019, se ha ido haciendo con todo el poder. En julio de 2021, disolvió el Parlamento. En 2022, estableció un sistema hiperpresidencialista. La oposición fue amordazada y varios abogados y líderes empresariales fueron detenidos. Según Said, se trataba de tomar medidas enérgicas contra “terroristas” y “traidores”, una excusa que siempre viene bien.
La Comisión y el Consejo de la UE, que representa a los Estados miembros, tienen que actuar pronto para intentar invertir esta tendencia autoritaria en Túnez. La represión está impulsando la migración a través del Mediterráneo, sobre todo hacia Italia. La economía tunecina está en una situación desesperada. La UE tiene influencia económica, pero proporcionar ayuda financiera es un arma de doble filo: debería beneficiar a los tunecinos empobrecidos, pero podría ser utilizada por Said. La UE podría y debería mostrarse abierta a dar su apoyo a la oposición y a la sociedad civil, y respaldar sin ambigüedades a los defensores de los derechos humanos, dentro y fuera de la cárcel. Por supuesto, eso podría dar a Said una excusa para intentar cortar lazos con Europa. Pero los costes económicos podrían ser muy altos para su régimen, lo que brinda a la UE la oportunidad de rescatar lo que queda de esta democracia en ciernes. ¿Qué tiene que perder Europa?
El retorno del statu quo ante y más
Lo que está ocurriendo en Túnez refleja el retorno del statu quo ante en gran parte de la región MENA.
En el caso de Egipto, casi parece que se ha vuelto a la situación de siempre con el presidente Abdelfattah al Sisi, en el poder desde 2013. La UE es prácticamente una espectadora de este régimen autoritario. Es como si prefiriera la estabilidad a los caóticos meses de la Primavera Árabe. Y confía en Egipto para que medie entre Israel y Hamás cuando sea necesario.
Sin embargo, los relatos de torturas, de silenciamiento de las voces de la oposición, de cierre de medios de comunicación independientes, de control de la cultura, de acallamiento de cualquier disidencia, de desapariciones, de la ausencia de un poder judicial independiente son un mal presagio para la futura estabilidad de Egipto y para la UE.
Investigadora senior no residente de Carnegie Europe y editora jefe del blog Strategic Europe.