Ana Noguera: Los resultados electorales de España no fueron los esperados

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Las elecciones del 23 de julio han sido una lección para todos los que daban por supuesto unos resultados incontestables y para quienes, tanto partidos políticos como medios de comunicación, hablaban en nombre de todos los españoles, como si tuvieran tras ellos la razón y el claro conocimiento de lo que la ciudadanía española pensaba.

Después de lo ocurrido, merecería la pena abordar la política y la comunicación con un mayor destello de humildad, una virtud poco practicada en la vida pública.

Aunque no parece que se esté poniendo en práctica.

Si analizamos el bloque de la derecha, ni PP ni Vox han realizado ninguna autocrítica. Solo se ha oído decir al PP que “estos no son los resultados esperados”. Efectivamente, porque tras las elevadas expectativas que habían generado de “arrasar” al sanchismo, a la izquierda, al independentismo, a los periodistas, al CIS, a RTVE, y a todo aquel que piensa y opina diferente, se han encontrado con que una gran mayoría de españoles no sigue esas consignas basadas en la mentira, el odio, la polarización, y obtener una mayoría absoluta que sirva para imponer y no para negociar y consensuar.

El PP, siendo el ganador de las elecciones, ha sido el gran perdedor. Por tres razones ya comentadas: no ha conseguido su objetivo de gobernar en solitario o con poco apoyo de sus socios de ultraderecha; no ha conseguido arrasar con el socialismo y con Sánchez; y no podrá formar gobierno porque se ha dedicado a enemistarse con todo el arco parlamentario, lo que demuestra un gran déficit democrático.

Solo le queda la manida estrategia de que gobierne la lista más votada. Algo que, no solo es inconstitucional, sino que además jamás ha practicado el PP: ni lo ha hecho ahora en ningún municipio o comunidad donde han quedado por detrás del PSOE, ni lo hicieron jamás cuando gobernaron Madrid o Andalucía siendo los segundos en las elecciones. No tienen ninguna legitimidad ni razón histórica ni principio político que los avale. ¿Cómo pedir el voto al PSOE cuando se han dedicado a hundir a su líder, a su partido, y a sus políticas? Sin olvidar que el resultado electoral entre ambas formaciones políticas está realmente muy equilibrado: aunque haya una diferencia de 14 escaños a favor del PP, el porcentaje de votos es tan solo de 1´35%.

Si mira al resto del arco parlamentario, le ocurre similar. ¿Cómo pedir que lo avalen los partidos a los que su socio quiere ilegalizar como el PNV o Esquerra?

Porque su socio Vox tampoco ha hecho ejercicio de constricción y reflexión pública. Vox ha perdido porque su entrada en los ayuntamientos y en las comunidades a partir del 28 de mayo ha generado miedo, estupor e incredulidad. Se ha visto a unos líderes poco preparados y formados, muy agresivos y radicalizados, con discursos incendiarios y nula capacidad de gobierno. Ha bastado un mes de estar al frente de instituciones para una reacción social de rechazo.

Con esos mimbres, resulta imposible que el bloque de derechas pueda formar gobierno.

¿Podrá realizarlo el PSOE? Tampoco lo tiene fácil. Para ello, también se requiere que el conjunto de los partidos analice sus resultados, no desde la soberbia y una noche electoral donde hay que animar a los propios, sino desde la realidad que representan.

Junto al PSOE está Sumar. La sintonía demostrada entre Pedro Sánchez y Yolanda Díaz está de sobra mostrada. Aunque tengan claras diferencias en muchos temas, ambos saben negociar y dialogar, entienden lo que supone gobernar juntos con perfiles distintos, pero sin romper nunca la cuerda del entendimiento, y, lo que es más importante, desde la lealtad.

Sumar ha conseguido unos buenos resultados para haber surgido con tan poco tiempo y con tantas zancadillas internas. Ha conseguido un gran logro: evitar la desaparición más que cantada de Podemos, como ya pudimos ver en las elecciones del 28 de mayo. Podemos era ya un partido acabado, fundamentalmente por la forma de hacer, los errores y la soberbia de sus jóvenes líderes que han ido acabando con el capital humano y político que disponían.

Por eso, no solo me entristeció, sino me indignó, la deslealtad y la traición mostrada al día siguiente por Ione Belarra. No sé a quién se dirigió, qué pretendía con ese mensaje incendiario de echar la culpa a Yolanda Díaz del resultado, ni cuál es su papel ahora. Pero se ha equivocado al cien por cien: ya no tiene a nadie detrás de ella que respalde ese juego sucio.

Los restos de la cúpula de Podemos, si aún existen, deben reflexionar y ser conscientes del daño que le han hecho al conjunto de la izquierda, de cuánto han contribuido a la ruptura del feminismo, de cuántas alas han dado a las posiciones extremas de la ultraderecha, de la ineficacia de su populismo y radicalidad. Podemos fue el mejor sueño político nacido del 15-M y el proyecto malogrado por parte de la soberbia de sus dirigentes. Ione Belarra ha vuelto a demostrar cuán necesario era crear Sumar para alejarse de Podemos. No es ni razonable ni ético morder la mano de los votantes que han vuelto a confiar en el proyecto.

Respecto a los partidos nacionalistas, especialmente, el independentismo catalán una recomendación: Dejen de hablar en nombre de “Catalunya”. No representan a los catalanes en su totalidad. Catalunya, al igual que España, es plural, diversa, rica en matices, con diferentes opciones ideológicas, y no sometida al independentismo.

El resultado electoral indica que el PSC (más de 1.200.000 votos) ha obtenido 227.000 votos MÁS que todos los partidos independentistas juntos, incluyendo a la CUP y PDECAT-E-CIU, que ni siquiera han obtenido escaños.

Un poco de humildad a la hora de analizar sus resultados y de plantear sus exigencias. En estos momentos, el independentismo representa tan solo a un cuarto de la población catalana: un 26%, contando incluso los votos a partidos sin representación en el parlamento. Aún así, ¿se atreve Junts a hablar en nombre del pueblo catalán, con menos de 400.000 votos y un 11% de representación?

Su proyecto político no es el proyecto de la mayoría de los catalanes, ni siquiera de la mitad de los catalanes, ni tampoco de un cuarto de la población catalana. Con un 11% de representación de Junts, este partido solo puede hablar por sí mismo y no debería hacerse trampas jugando al solitario.

En primer lugar, porque no solo depende de ellos la gobernabilidad del conjunto de España, incluida Catalunya. En segundo lugar, porque sus “exigencias” y sus “líderes” no cuentan con el respaldo mayoritario catalán. En tercer lugar, porque una repetición electoral no indica que les vaya a beneficiar, sino al contrario; seguramente, el pueblo catalán les está diciendo que ya están hartos de manifestaciones incendiarias y provocadoras, de una permanente inestabilidad gubernamental que está haciendo perder posiciones a Catalunya y está rebajando la calidad de vida y servicios a los catalanes. En cuarto lugar, porque ya no pueden seguir vendiendo la misma “burra de la independencia” continuamente. En quinto lugar, porque el juego político entre el independentismo y el PP de enfrentamiento y choque que a ambos les interesaba para ganar votos, unos en Catalunya y la derecha en España, ya no funciona. Y, en sexto lugar, y más importante: el problema no es entre España y Catalunya, sino que lo tienen los independentistas con sus propios conciudadanos catalanes.

Los catalanes han votado por la mesura y la razón, por la gobernabilidad y, sobre todo, por la convivencia plural. No se puede imponer el independentismo a un pueblo que hoy no lo necesita, sino que necesita recuperar su autoestima, su autogobierno y su calidad de vida, claramente mermada por los estériles y continuos enfrentamientos entre partidos políticos.

Lo que de verdad ha perdido en estas elecciones es la radicalidad, el extremismo, el odio, las posiciones insalvables e irreconciliables. Y se ha votado por el diálogo democrático. ¿Es difícil dialogar? Lo primero que hace falta es saber utilizar la palabra: tanto en su contenido y precisión (sin decir mentiras) como en su tono (sin insultar).

Ahora veremos qué líderes están capacitados para hablar democráticamente.

 

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