Termina el mes de julio y las alarmas de los ambientalistas están disparadas. Los 7 meses de 2.023 que han transcurrido exhiben un inventario de fenómenos naturales no vistos en otros tiempos. En el hemisferio Norte del planeta, el verano reporta episodios insospechados 10 años atrás; particularmente en el Sur de Europa y el Norte de África, ocurre una catástrofe climática que los medios de comunicación han resumido con la frase el Mediterráneo en llamas.
Entre enero y julio el viejo continente ha vivido fenómenos naturales que deben entenderse como la “legítima defensa” del planeta frente a la agresión humana a sus ecosistemas. El “dossier” ambiental 2.023 revela las reacciones del planeta -cada vez más frecuentes y violentas- con las que expresa su “instinto de conservación” ante el modelo económico predador que explota los recursos de la Tierra.
El invierno europeo dejó de ser tiempo de lluvias, nieve y frio: el Pirineo francés y el país Vasco vieron temperaturas de 25 °C; la república Checa, Suiza y Polonia las tuvo de 20 °C y Bielorrusia marcó 16 °C, con aumentos inusuales de la presión atmosférica, traducida en un corto invierno y una larga primavera estival. Febrero fue primavera y mes de los primeros incendios. Entre marzo, abril, mayo y comienzos de junio -estación primaveral- se hicieron rutina las noticias de nevadas, heladas, lluvias de granizo, trombas de agua, ventarrones e inundaciones, destruyendo plantaciones, cultivos y sembradíos, anegando comunidades rurales y ciudades y obligando a los gobiernos a declarar zonas catastróficas. Igual se supo de las primeras “olas de calor” que presagiaban un estío infernal y, es precisamente un verano crematorio lo que vive Europa en estos días, acentuado en los países del Sur del continente y del Norte de África, vale decir los ubicados en la cuenca del mar Mediterráneo.
Agencias de noticias y grandes medios informan del mas tórrido verano y de un año que está superando todas las estadísticas de temperatura, en una región de la tierra -la cuenca mediterránea- de suelos y ecosistemas frágiles; área alterada por la industria turística que echó a perder todo el equilibrio ecológico del mar Mediterráneo a cuenta de un “desarrollo y progreso económico y social” en extremo dañino a la tierra y al ser humano; daños que no se pueden seguir ocultando.
En estos días, los países mediterráneos -incluido Portugal- viven un verano en llamas. España, Francia, Italia, Grecia, Croacia, Albania, Polonia, Suiza, República Checa y Bielorrusia entre otros, pasan un estío abrasador, inclemente. Portugal reporta incendios incontrolables cerca de Lisboa; Italia vive el drama de las llamas en la isla de Sicilia; Grecia tuvo que evacuar a miles
de turistas de la isla de Rodas; en España varias provincias sofocan incendios y en las Canarias, el fuego afecta seriamente a un parque nacional. Los resultados son dantescos: 50 muertos; miles de viviendas destruidas; comunidades y caseríos arrasados; animales, plantaciones, bosques y cultivos calcinados; carreteras cortadas; sistemas de ferrys parados; aeropuertos cerrados y miles de damnificados en penurias. El Norte de África -Marruecos, Argelia, Túnez, Egipto, Turquia, Siria- viven situaciones parecidas con temperaturas por encima de 50 °C pero los medios nada dicen de ellos porque para Europa y la ONU, los habitantes de África no existen.
El problema es la indiferencia de los poderes mundiales ante el desastre ambiental. Las reacciones de la tierra por “instinto de conservación” y en “legítima defensa” ante la agresión del hombre, no impresiona a los gobiernos de las potencias ni al “Estado Profundo” dueño del mundo, agrupado en la Reserva Federal, el FMI, el foro de Davos, los clubs de París y Bilderberg, la Fundación Rockefeller, el G-7, el sistema financiero mundial o las trasnacionales. Para ellos, lo trascendente no es salvar el planeta sino ganar miles de millones de dólares con las guerras creadas por ellos mismos en Siria, Libia, Yemen, Afganistán, Palestina y Ucrania, donde EEUU y la OTAN son los beneficiarios.
Ingeniero – Agricultor urbano.