Hilde Sánchez Morales: Por sentido de humanidad y justicia

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El pasado 11 de julio el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) informó que en torno a 1.100 millones de personas viven, en 110 países, bajo parámetros de pobreza multidimensional aguda (valora factores como el acceso a la educación, a la salud, al agua potable, a saneamientos, a la electricidad…).

Se concentran, mayoritariamente, en el África subsahariana (534 millones) y en Asia (389 millones). De tal suerte, que cinco de cada seis personas pobres multidimensionales son de estas dos zonas geográficas. Por otro lado, 730 millones residen en países de ingresos medios, si bien en los de renta baja (el 10% del total) lo hacen el 35%, involucrando, especialmente, a los que habitan en áreas rurales (84%).

Están en mayor medida concernidos los menores de 18 años, lo que denota que la pobreza infantil es y, previsiblemente será la problemática prioritaria, particularmente en materia de educación y alimentación.

La noticia positiva que ofrece el PNUD es que 25 países han reducido a la mitad su índice de pobreza en 15 años, destacando: Camboya, China, Honduras, India, Indonesia, Marruecos, Serbia y Vietnam. Algunos, incluso, disminuyeron la pobreza durante la COVID-19: México, Madagascar, Camboya, Perú y Nigeria.

Camboya es un ejemplo reseñable, pues la pobreza bajó notablemente desde el 36,7% al 16,6%, reduciéndose en 7,5 años (incluido el periodo pandémico: de 5,6 millones de personas a 2,8 millones). Ofreciendo este caso esperanzas de cara al cumplimiento del Objetivo 1 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible: “Poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo”.

Por otro lado, desde el PNUD se plantea que no se conocen con claridad los efectos de la pandemia. En palabras de Pedro Conceição, director de la Oficina del Informe sobre Desarrollo Humano:

“Los impactos de la pandemia en dimensiones como la educación son significativos y pueden tener consecuencias duraderas…  (lo que) … requiere una mayor recopilación de datos y esfuerzos políticos para volver a encarrilar la reducción de la pobreza”

Apostando por una “pausa de la deuda en favor de las personas pobres” con el objetivo de reorientar lo gastado en el pago de la deuda hacia gastos sociales básicos.

Para Achim Steiner, Administrador del PNUD:

“Los países que han podido invertir en redes de seguridad en los últimos tres años han evitado que un número considerable de personas cayera en la pobreza. En los países muy endeudados, existe una correlación entre los altos niveles de deuda, el gasto social insuficiente y el aumento alarmante de las tasas de pobreza. En la actualidad, 46 países destinan más del 10 % de su ingreso público general al pago neto por intereses. Debido al servicio de la deuda, cada vez es más difícil para algunos países invertir en salud, educación y protección social en beneficio de la población”.

En promedio, aprecian que en los países de ingreso bajo se destina más del doble de fondos al pago de intereses que a la asistencia social, 1,4 veces más que a la atención sanitaria y el 60 % de los gastos destinados a educación.

Para George Gray Molina, Economista Jefe del PNUD:

“Mientras los tipos de interés alcanzan su nivel máximo en 2023, el sistema financiero internacional sigue insistiendo en la necesidad de un ‘alivio temporal y selectivo para las personas pobres’ afectadas por las crisis. Sin embargo, los países en desarrollo muy endeudados se han quedado sin margen fiscal para seguir financiando su deuda, lo que se traduce en restricciones de la protección social y otros gastos. En ausencia de un alivio creíble de la deuda, estos países no pueden prestar este apoyo ‘temporal y selectivo’”.

¿Cómo juzgan habría que actuar en orden a reconducir esta lamentable situación? Según calculan costaría una cifra en torno a los 14.000 millones de dólares (el 0,009 % del Producto Interno Bruto del mundo en 2022) el sacar de la pobreza a los 165 millones de seres humanos que subsisten con menos de 3,65 dólares a diario.

La derivación más escalofriante de esta realidad se materializa en el aumento de los hambrientos, con 828 millones en 2021 (150 millones más desde la pandemia: el 9,8% de la población mundial)[1]. Además 2.300 millones (29,3%) se desenvolvían bajo parámetros de inseguridad alimentaria moderada o grave (350 millones más que en los años previos al 2020).

El género juega un papel determinante: pues mientras el 31,9% de las mujeres sufría inseguridad alimentaria moderada o grave, el 27,6% de los varones (4 puntos porcentuales más que en 2000). De igual modo la edad, no en vano hay 45 millones de niños menores de cinco años que padecían desnutrición aguda, aumentando, consecuentemente, el riesgo de mortalidad infantil. Repercutiendo lo anterior en que 149 millones de niños menores de cinco años tenían retraso en su crecimiento, al tiempo que, paradojas de nuestro tiempo histórico, en los países más desarrollados: 39 millones de pequeños tienen sobrepeso.

Las previsiones apuntan en torno a 670 millones de hambrientos para el 2030 (el 8% de la población mundial), cifra pareja a la de 2015, cuando en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible se estableció: “Hambre 0” para ese año.

Los datos anteriores ponen de manifiesto que, a pesar de avances en algunos de los países más empobrecidos, las previsiones no son muy alentadoras, quedando en nuestras manos que esta infamia en la que permanecen millones de seres humanos de paso a un mundo sosegado y placido para tod@s.

Por sentido de humanidad y justicia. ¡Qué así sea!

Notas:

[1] Véase, https://www.unicef.es/noticia/las-cifras-del-hambre-en-el-mundo

 

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