Tan fácil que sería que los aspirantes a conducir a sus conciudadanos, a gobernar en su nombre, a darle realidad a soluciones que están a la mano y a la vista de todos, lo hicieran con tranquilidad, con profesionalismo, con un lenguaje político que denotara un manejo acertado del idioma, sin pirotecnias verbales, sin revulsivos emocionales, y por el amor de Dios, sin llevarse las manitos cruzadas al pecho, poner sonrisa como haciendo pucheros, y los ojitos que anuncian una lagrimita agradecida por los vítores de quienes han sido convocados para, precisamente, vitorear al convocante agradecido.
Es cierto, los actos políticos requieren cierta emoción, algo que remueva las más recónditas fibras primitivas, la memoria sepultada de la tribu reunida ante el fuego y a los pies del chamán enfebrecido con la vista perdida en el más allá. Es más, podría formar parte de una terapia alternativa para los pasmados, para quienes perdieron el click del entusiasmo por vivir, para los aburridos del corazón. Pero de allí a que los aspirantes a dirigir un país se conviertan en galanes de telenovela, repitiendo naderías, lugares comunes con aire grave y de fin de mundo hay un buen trecho, que, por cierto, en manos de Steve Martin o Woddy Allen sería un deleite.
Por la salud mental de sus conciudadanos -y la suya- deberían darse un paseo educativo por la política universal (bueno, al menos la británica) y tomar un poco de inspiración, ver como se expresa una posición política con ingenio, cómo una humorada en el parlamento se sustenta en datos sólidos, o un dardo sarcástico no tiene porque ir cargado de tirria ofendida. Es decir, hacer un crash course en cómo hacer política utilizando los dos hemisferios del cerebro y no sólo el corazón fervoroso por la sagrada causa, a la que siempre “hemos entregado nuestras vidas”. Además, está comprobado, tanta prosopopeya y pose épica son altamente pavosas.
A ver, en medio de una oposición que clama por la Unidad (así con U mayúscula, no podría ser de otra forma) cuando todo el vecindario sabe que la quiere pero restringida, recurrir a frases como: Si no remamos todos en la misma dirección, la nave se hunde. O ante el menor señalamiento crítico, El país sabe que he dedicado mi vida a trabajar por él, o ante una exigencia de compromiso, Mi preocupación no es la candidatura, es la lucha. Vamos, se puede hacer algo mejor. ¿O no?
Ni qué decir de los llamados a seguir adelante, hasta “el final”, dejando en sesos de cada quien discernir qué es y dónde está “el final”. Poco importa, la frase es apocalíptica, enfebrecida, tiene ecos de banderas batientes sobre barricadas, de cabellos alborotados por los vientos de la Historia, de inspiración sobrenatural, de designio divino.
¡Cómo se echa de menos un liderazgo sosegado y eficaz! Como el de Patricio Aylwin y Ricardo Lagos en Chile, quienes sin grandes aspavientos y mucha inteligencia política y emocional, sin estar hablando permanentemente para las cámaras de la historia, sacaron democráticamente del poder a una fiera dictadura militar. Sin poses ni hipérboles…
(N.B. Si algún dirigente o precandidato de los tantos que hay no se siente representado por lo escrito, entonces no se dé por aludido).
@jeanmaninat