Llegando dentro de pocos días a mis 90 años he estado haciendo inventarios sobre lo que he experimentado durante mi maravilloso viaje. Uno de ellos tiene que ver con lo que – en base a mi experiencia – considero como aspectos positivos y negativos del venezolano promedio. Reconozco que es muy difícil clasificar, como hacen los entomólogos con los insectos, a los miembros de una sociedad que se transforma constantemente. Mi ejercicio es empírico y subjetivo y apenas representa mi visión de la sociedad en cuyo seno ha transcurrido una buena parte de mi vida.
Los aspectos positivos
1. La cordialidad y generosidad del venezolano
Aunque esta característica se haya difuminado un tanto debido a los embates de la horrible realidad venezolana he vivido lo suficiente para haber disfrutado de esa hermosa cordialidad y sencillez del venezolano promedio, el que abre la puerta de su casa con una sonrisa. El venezolano suele reservar lo mejor que tiene para obsequiar a sus visitantes. En algunos otros países encontré costumbres diferentes, prefieren dar a los invitados lo más barato para disfrutar lo mejor después que el visitante se ha ido.
2. El sentido igualitario
Escribió el inolvidable Antonio Pasquali que cuando su padre llegó a Venezuela a hacerse cargo de una colonia agrícola, fue recibido por el entonces presidente de Venezuela, Rómulo Gallegos, en su austera oficina. Se maravillaba Antonio de la sencillez republicana de los funcionarios venezolanos de la época. Cuando mi cuñado que vivía en Argentina nos visitó lo llevé al Club Camurí, donde los ministros caminaban por la playa y conversaban con todos y donde jugaba dominó con el presidente Caldera. Ello admiró a mi cuñado, quien me dijo que eso no sucedería nunca en Argentina. Por supuesto, el sentido igualitario exagerado pasa de cualidad a abuso de confianza, como lo ilustra el uso de “mi amor” que la joven oficinista regala a todos quienes acuden a tramitar sus asuntos.
3. La alegría y el sentido del humor
Aun en sus momentos más sombríos el venezolano mantiene una alegría y un sentid del humor que los ayuda a seguir adelante. En Maracaibo esta alegría y sentido del humor son particularmente acentuados. Cuando llegué a Maracaibo por primera vez, en 1953, a hacer una pasantía en Shell, me llamó la atención el ingenio y la risa perenne del maracucho. En el pueblo donde crecí, Los Teques, más que habitantes teníamos personajes. EL zapatero era un analista político, uno de nuestros poeta era llamado el mejor torero del mundo (siempre llegaba en hombros de sus amigos a casa) y decía que su mejor poema era la Vuelta a la patria de Pérez Bonalde. El carro fúnebre que llevaba los fallecidos al cementerio al ritmo de una guaracha era llamado la muertorola.
4. Una clase media baja con deseos de superación
Durante la década de 1990 llevé a cabo una actividad comunitaria intensa, desde la ONG que fundé, llamada Pro Calidad de Vida. Teníamos tres programas principales: Liderazgo Comunitario, Educación en valores para los niños y Estrategias para el control de la Corrupción. Mi gran sorpresa fue constatar que el mayor apoyo para desarrollar estos programas nos llegó de los estratos inferiores de la clase media, esa interface entre la clase media y la clase trabajadora. En ese grupo encontramos un gran anhelo de superación, un nivel muy alto de buenas maneras y de nobleza de propósitos que realmente me conmovió. Sobre todo, porque contrastaba con la relativa indiferencia que sentí en los niveles más altos de la clase media profesional y adinerada.
Aspectos negativos
1. El venezolano prefiere el papel de héroe al papel de buen ciudadano
Comencé a sospechar cuando tenía unos 12 años de edad, en Los Teques. Una quebrada salió de cauce durante las lluvias e inundó todo un barrio. De inmediato, el pueblo acudió a tratar de salvar vidas y propiedades. Yo, contagiado de los hermosos gestos que veía a mí alrededor, me quité una bella chaqueta que me había regalado mi mamá y se la puse alrededor de los hombros a una anciana que parecía en shock. La prensa tequeña celebró la heroicidad con la cual el pueblo había enfrentado la tragedia, como verdaderos hijos de Bolívar. No tardé mucho en establecer que la inundación había sido generada por la gran cantidad de basura depositada en las áreas de desagüe, basura acumulada allí por la desidia e indiferencia de quienes luego actuarían heroicamente.
Durante mi vida en Venezuela vi, una y otra vez, como nuestra negligencia ciudadana, el no actuar de manera cotidiana como buen ciudadano, nos llevó a tragedias, durante las cuales actuamos heroicamente. Deslaves terribles, terremotos, lagos convertidos en cloacas por indiferencia, o explosiones de gasoductos donde mueren quienes han construido viviendas a su lado, en violación de toda sensatez y de regulaciones a las cuales nadie les presta atención y las autoridades no imponen.
Por años he luchado en contra de esta absurda dicotomía, lo mismo que luchó mi madre, quien al morir me encargó la continuación de una tarea que ha probado ser imposible.
En Venezuela es sabroso ser héroe y muy aburrido ser buen ciudadano. Y esta manera de ser nos ha llevado a la ruina que es Venezuela 2023.
2. Como quedo yo allí
En el mundo de la ética existe un gran dilema que ha creado campos en los cuales distinguidos filósofos y científicos sociales toman partido. Tiene que ver con lo que una persona debe considerar al tomar una decisión fundamental.
¿Decidirá lo que los principios le dictan, o decidirá basado en las consecuencias de la acción? Las dos grandes vertientes, de igual honestidad intelectual, están guiadas una por la ética de los principios y otra por la ética de la responsabilidad. Los primeros argumentan que uno debe tomar decisiones en base a principios éticos universales, no importa cuales sean los resultados de esa decisión. Los segundos dicen que es necesario tomar en cuenta las consecuencias de tomar la decisión y que ese análisis influiría decisivamente en la decisión.
Entre nosotros ese dilema es ignorado por una gran masa de compatriotas para la cual la decisión depende simplemente del como quedo yo allí. Olvídense de los principios, o de los efectos sobre la comunidad o sobre el país, lo importante es cuanto me toca a mí.
En la década de 1970 Alberto Quirós y yo fuimos a Churuguara a dar una charla sobre Petróleo y en la audiencia, en primera fila, se encontraba un borrachito. Cuando yo dije que el petróleo había generado millardos de dólares para el país, el borrachito se paró de inmediato y preguntó: “Cuanto me tocaaaa a miii?”. Me dejó sin palabras por algunos segundos, hasta que Quirós se paró y le dijo: “a usted le tocan 12.674 dólares”, lo cual hizo que el borrachito sonriera y se sentara, ya pensando en cómo iba a gastar su fortuna.
Ciertamente, como hemos visto arriba, los venezolanos no nacen con un cromosoma de mezquindad. El cuanto hay pá eso ha sido el producto de 80 años de prosperidad derivada de un recurso – el petróleo – que no ha sido causada por nuestros esfuerzos y que ha hecho creer a muchos que seríamos eternamente ricos y chéveres y que el venezolano era un ser especial.
Todavía hoy se aferran a los restos de riqueza que ya ha desaparecido y siguen reclamando “su porción” del tesoro, actitud que ha sido reforzada por el irresponsable populismo de cierto liderazgo político.
3. Narcisismo y sobrevaloración como pueblo
Buena parte de la sociedad venezolana ha estado construida alrededor de una peligrosa sobrevaloración, mediante la cual nos exaltamos mutuamente en la creencia que somos chéveres. No solo tenemos las mujeres más bellas del mundo, sino las montañas más altas, las playas más hermosas, el hielo más frío. Nos enorgullecemos de tener el relámpago del Catatumbo y los tepuyes (así lo dice Emilio Lovera), como si ellos no hubieran existido desde siempre, mucho antes de la muy reciente creación, en términos geológicos, de la nación llamada Venezuela. El amor por el terruño que es natural ha sido exaltado para dar paso a la adoración del mejor país del mundo. Para Chávez Venezuela era el ombligo del universo y la gente que lo escuchaba en la televisión de los domingos así lo creía. Y, hoy, el narco autobusero lo repite y alguna gente aún lo cree. Ya Cabrujas decía que algunos venezolanos creen que en el Tour Argent, restaurant de Paris, lo que se toma en las grandes ocasiones es el vino de piña de Carora.
Mientras no sepamos que somos miopes seguiremos dándonos un topetazo contra la pared de vidrio, tratando de salir por donde no hay salida.
4. La falta de confianza interpersonal
Las encuestas de Latinobarómetro y de Gallup, entre otras, hablan de la desconfianza como uno de los componentes más poderosos del fracaso de las sociedades latinoamericanas. Y Venezuela usualmente está en el tope de los países en los cuales la confianza en las instituciones se ha perdido. Según Latinobarómetro (2021) solo un 12% de los venezolanos confían en el gobierno, peor aún, solo un 8% dice tener confianza en los demás. El 87% de los encuestados dice que Venezuela es el país más corrupto del mundo pero un 50% dice estar dispuesto a sobornar para que le resuelvan su problema.
Paradójicamente un 65% de los venezolanos dice estar satisfecho con su vida, a pesar de que un 88% dice que sus ingresos no les alcanzan para vivir.
Estas profundas contradicciones revelan una sociedad de gente muy confundida, que vive al día, chapoteando en el pantano de la incertidumbre.
5. Las solidaridades automáticas, el amiguismo
Creo que esta tendencia a expresar nuestro apoyo incondicional a nuestros familiares, amigos y conocidos, nos ha hecho mucho daño, ha permitido el florecimiento de una sociedad de cómplices. Hoy día, los bolichicos son símbolo de un grupo de “jóvenes bien” quienes asaltaron a la nación impunemente, sin que sus padres le pusieran trabas, o peor aún, disfrutaran de sus desmanes. Cuando a un venezolano lo anda buscando la policía, ya sea por un asunto de unas gallinas o de fraude bancario, quien lo llama para decirle que se esconda es el ministro del sector, amigo de él. Se hace así por “solidaridad”.
6. Patrioterismo
Enlazado con el narcisismo colectivo encontramos una tendencia a pensar que debemos apoyar a Venezuela, con razón o sin ella. Como producto de nuestra idolatría por Bolívar hemos llegado a pensar que somos excepcionales como pueblo y, por lo tanto, siempre nos asiste la razón. La historia de Venezuela está saturada de ese sentimiento que va más allá del patriotismo para convertirse en acrítica adhesión a dogmas y mitos ultranacionalistas. Ello nos lleva a adoptar posiciones extremas en lo interno que nos han hecho daño como país, por ejemplo la adoración del estatismo.
En el plano internacional nos alineamos con los estados forajidos, llenos de machismo autoritario, y algunos de nuestros presidentes van a las Naciones Unidas a insultar los líderes de otros países en nombre de la “soberanía”. Ese machismo nos llevó en el siglo XIX a perder casi toda la Guajira por negarnos a aceptar que la mitad era colombiana, la queríamos todita. En este siglo, mientras mantenemos nuestros derechos a lo que es hoy la mitad del territorio de Guyana, nación independiente, destruimos nuestro propio territorio adyacente, como es el caso de la tragedia del arco minero. Al hacerlo, también destruimos nuestro caso sobre el Esequibo ante el mundo, al evidenciar que no sabemos cuidar lo que tenemos y, por lo tanto, no deberíamos estar pidiendo más.