Cuando se discute en relación con la grave situación económica de Venezuela, nos enfrentamos generalmente a dos visiones totalmente opuestas en relación a las causas de lo que nos ha ocurrido desde hace ya más de una década. Los fanáticos progubernamentales, impulsados por el discurso manipulador de la cúpula gubernamental y su pléyade de incondicionales, mercenarios y cómplices, inmediatamente ponen toda la responsabilidad de la crisis en las acciones del imperialismo gringo. Hablan de las sanciones, como si éstas hubieran comenzado hace 10 años, y cuando se les recuerda que la crisis se instauró mucho antes de las sanciones, inmediatamente pasan al discurso de que el sabotaje del gobierno gringo ha sido desde mucho antes, lo cual era verdad también el siglo pasado, y sacan a relucir la guerra contra nuestra moneda a través de una tristemente famosa página, que informa los cambios diarios de la relación dólar/bolívar.
Así como la oposición extremista no acepta que sus acciones desestabilizadoras violentas, golpistas y militares injerencistas con gobiernos extranjeros, han sido la causa de su fracaso y han hecho mucho daño a la nación venezolana, el gobierno no acepta que la causa fundamental de la crisis estriba en sus torpes políticas económicas, a las que se suman como aderezo las políticas electorales antidemocráticas. El ventajismo oficial, el peculado de uso y la represión sistemática de la oposición y de las protestas sociales, generan hechos cada vez más vergonzosos como el los líderes políticos y sociales asesinados en cautiverio, el emblemático caso de Rodney Álvarez, entre otros, y la reciente y apresurada condena a 16 años de cárcel de seis trabajadores, que ha llevado al gobierno al exabrupto de afirmar que estar desempleado elimina la condición de ser trabajador y que sólo los trabajadores pueden manifestar en demanda de sus condiciones laborales. Todo ello ha acabado con la democracia mínima que existía y ha sepultado las libertades y beneficios sociales y económicos del pasado, obtenidos luego de años de luchas y sufrimientos.
A pesar de haber salido de una hiperinflación de años, las cifras inflacionarias continúan muy elevadas (más de 500 por ciento anual) y acentúan de manera inmisericorde la ya grave miseria en que vive el 80 por ciento de los venezolanos. Tenemos uno de los salarios mínimos más bajos del mundo, 14 veces inferior del mínimo de subsistencia definido internacionalmente. Y pese a esta deplorable realidad, llevamos casi 18 meses sin que el gobierno se haya dignado a elevarlos. Contrariamente, ha asumido la política de la desaparición salarial mediante bonificaciones sin incidencias, aplicadas discrecionalmente por el Presidente como dádivas productos de sus buenos sentimientos. La devaluación monetaria sigue indetenible y el traslado mil millonario de divisas hacia los dueños del capital financiero no sólo no ha generado la inversión productiva necesaria, sino que ha expoliado las ya mermadas reservas internacionales existentes y reducido la capacidad del Estado para enfrentar la crisis.
Adicionalmente, y a la vista de todos, la corrupción en su máximo esplendor interfiere la efectividad de los programas sociales instrumentados como paliativos de la miseria existente. Funcionarios policiales y militares despojan impunemente a los ciudadanos comunes y a los productores de alimentos. Las alcaldías y el SENIAT hacen lo propio con las empresas productivas y comerciales, castigando impositivamente a quienes son imprescindibles para salir adelante. Los mismos consejos comunales, los jefes de calles y toda esa parafernalia que llaman el poder popular, se confabula contra sus propios objetivos en función del enriquecimiento delictivo de sus integrantes. Los grandes capitales, muchas veces productos del narcotráfico, el robo de la riqueza pública y el contrabando, no invierten en crear nueva riqueza sino sólo en empresas para lavar el dinero sucio obtenido. Todos esos centros comerciales lujosos, auto mercados gigantescos, bodegones y costosos restaurantes, al final nada significan más allá de generar unos pocos empleos mal remunerados.
Y, si somos realistas, no se ve una salida política clara ni inmediata al desbarajuste existente. Hay algunos avances, que se desarrollan en medio de la oscuridad suicida llevada adelante por el régimen y un sector tenebroso de la oposición. Ojalá y las opciones nuevas de Ecarri, las menos nuevas de Eduardo Fernández y la de Manuel Isidro Molina, puedan desarrollarse sin interferirse, hasta el momento en que deban acordarse en función del interés supremo de la nación venezolana.