El film de Christopher Nolan Openheimer nos despierta para que no olvidemos que la angustia nuclear sólo estaba en impredecible reposo. Nunca desapareció. Ahora, el film nos hace volver brutalmente la mirada hacia ella con la ecorrosiva amenaza que causa la guerra, preatómica, de Ucrania. Además, cómo olvidar que el Pentágono domina desde una esquina, más fuerte y reaccionaria que las otras: la barbarie nuclear trumpista.
Siempre me interesó estudiar el período de la pre y la post, II Guerra mundial y sus efectos en USA, para evaluar la herencia del Macarthysta en nuestro territorio. Mas los gérmenes indeseables de la herencia que sembró en el período, y aún, están vigentes.
La película nos mete en los meandros del trabajo del científico, en su laboratorio secreto de los Alamos, en Estados Unidos, donde trabajó entre 1943 y 1945. Allí se matrimonia con su visión torturante del inventor que debe entregar una “bomba que explote”. Versus la sensación de culpa de saberse creador de una arma súper destructiva. Vive su ambivalencia ética, entre la presión de la guerra y su visión ideológica -por cierto escamoteada en la peli- y el terror del guante de hierro del general Lewis Strauss, bisagra, con el Pentágono, de la política de Harry Truman y el macartismo.
Recordemos, las bombas de hidrógeno las lanzó Estados Unidos a Hiroshima el 6 de agosto de 1945, y tres días después a Nagasaki. Para dejar el holocausto de 300.000 víctimas entre las dos ciudades. Un sobreviviente del holocausto -invitado a ver el film Openheinmer- expresó su sensación: “fue una luz tremenda. Como si saltaran cien mil relámpagos al mismo tiempo; explicó sentir objetos volar, grandes moles, sobre ellos, hasta que el silencio se apoderó de la ciudad. Estaba temblando realmente por la tristeza, la memoria y el sufrimiento. En la escena de la prueba de la bomba atómica empecé a sufrir, perdí el conocimiento, no pude continuar viendo la película”.
Albert Einstein le dijo a Openheimer, -hijo de familia judía y amigo de sindicalistas comunistas en USA- “Ahora es tu turno de lidiar con las consecuencias de tu logro”. Pasa de ser, “Rey de la Bomba H”, y a quien el presidente Truman llamó “imbécil”. Se convierte en sospechoso en 1954, al comparecer como espía y antinorteamericano, ante una comisión macartista.
El film de 3 horas deja dudas: ¿los científicos son responsables, ante su conciencia, como ante los humanos, por el uso político de sus inventos?