Editar es, ante todo, decidir qué dejar fuera. No es fácil editar una entrevista de casi 100 minutos con Josep Borrell (La Pobla de Segur, 76 años), con incursiones en la guerra de Ucrania, en el golpe de Níger, en la ascensión imparable de China, en la ola populista y ultraderechista que azota medio mundo, con una parada incluso en la política española que deja un par de reflexiones jugosísimas para quien tenga la paciencia de llegar hasta el final de este texto. Borrell viene de Marsella y de Taüll, en el Pirineo de Lleida —con su pantocrátor y su elegante románico—, va camino de Santander, donde participará en un curso sobre la UE, y recibe a EL PAÍS en su casa, a un paso de El Escorial, con dos cafeteras listas para caldear la charla.
El jefe de la diplomacia europea sigue siendo combativo, articulado, lenguaraz: “Putin sacrifica a su pueblo y a su ejército para su supervivencia personal y política”; “Rusia ha fracasado en su invasión de Ucrania, pero va camino de la destrucción sistemática de ese país”; “Mariupol equivale a varios Gernika”. Y vuelve una y otra vez a Europa, esa idea en busca de una realidad, la vieja Europa con su máxima diversidad en el mínimo espacio, que decía Milan Kundera.
Pregunta. Un año y medio después del inicio de la guerra, la contraofensiva ucrania no parece estar teniendo éxito. ¿Vamos camino de la cronificación del conflicto?
Respuesta. La contraofensiva no ha roto el frente como el pasado otoño. Rusia ha construido unas defensas formidables, en algunos puntos de 30 kilómetros. Ucrania es ahora el país más minado del mundo, con cinco minas por metro cuadrado en el frente. En estas condiciones, la guerra es de tanteo y desgaste. Un ataque frontal sería suicida, más aún sin apoyo aéreo. Pero desde el punto de vista militar, Rusia ha fracasado. Putin quería una guerra relámpago, pero han pasado 18 meses y está a la defensiva. Su proyecto de conquista rápida ha sido un completo fiasco. Rusia ha pagado ya un precio enorme en términos materiales y humanos: ha perdido 2.000 tanques, más que los de todos los ejércitos de Europa juntos. Aunque eso no quiere decir que haya agotado sus capacidades, ahora Putin está sacrificando su ejército y su pueblo para su supervivencia personal.
P. Por el otro flanco, el objetivo estratégico de Ucrania es aislar Crimea. Pero sin aviones es imposible.
R. Varios países ya han acordado enviar aviones de combate. Pero hay que pilotarlos. Hace falta formar pilotos y eso tardará.
P. ¿Ha hecho lo suficiente Europa?
R. Hemos hecho lo que había que hacer, ayudar a Ucrania a defenderse sin ampliar el conflicto. Pero también creo que nuestra ayuda ha sido demasiado gradual. En varios casos, los tanques, los misiles Patriot, los aviones, hemos empezado diciendo “esto no, esto no lo haremos”, para acabar haciéndolo.
P. EE UU buscaba esa estrategia gradual para evitar un choque total con Rusia. A veces parece que Europa siga demasiado sus pasos.
R. Hemos de entender que esta es una guerra convencional de alta intensidad que mezcla las técnicas más modernas (sistemas electrónicos de reconocimiento, de comunicación, drones) con las escenas más clásicas de la guerra de trincheras. Vemos la I Guerra Mundial, la II y la guerra del futuro a la vez. Y con sistemáticos y terribles ataques contra la población civil. Hay que recordarlo a quienes dicen que esto es una pelea entre Rusia y la OTAN. Si es así, ¿a qué vienen estos bombardeos contra la población civil? Solo Mariupol es varias veces Gernika. Se han deportado miles de civiles ucranios, entre ellos niños. Estamos ante unos crímenes de guerra de proporciones históricas, que solo tienen parangón con los de la II Guerra Mundial.
P. ¿Qué papel juega el presidente ruso?
R. Putin se ha equivocado en casi todo. Creyó que la enorme dependencia europea —sobre todo alemana— de sus hidrocarburos nos iba a impedir plantarle cara. Y en un año y medio el consumo de gas ruso, con la excepción de Hungría, se ha reducido prácticamente a cero. Creyó que tenía todo bajo control y, de repente, una parte de su ejército o al menos una parte de sus tropasse levantan en armas contra sus propios compañeros y avanzan 400 kilómetros hacia Moscú. Eso pone de manifiesto las grietas del sistema político ruso. Putin ha demostrado no tener el monopolio del uso de la fuerza, que es lo que caracteriza a los regímenes fuertes. Un día dice que Prigozhin [el jefe de la compañía de mercenarios Wagner] es un traidor y al día siguiente lo recibe en San Petersburgo, porque necesita a Wagner para sus aventuras africanas. Me repito: Putin va a sacrificar a su pueblo y a su ejército para su supervivencia personal y política, y por eso es tan difícil negociar la paz. Y lo que hay que negociar es un nuevo sistema de seguridad colectiva que esta guerra ha hecho saltar en añicos.
P. Wagner es uno de los elementos más perturbadores de la guerra: los vecinos de Bielorrusia temen el desplazamiento de los mercenarios de Wagner a ese país. ¿Qué puede hacer Bruselas?
R. Poca cosa. Pero es un temor justificado. Su presencia puede generar un segundo frente por el norte, desde Bielorrusia. No creo que esté en sus planes atacar a un país de la OTAN, pero los últimos proyectiles que bombardearon los puertos de los que se exporta grano cayeron a varios metros de la frontera rumana.
P. ¿Qué efectos tiene el bloqueo del acuerdo del grano?
R. En los primeros momentos de la guerra, Putin tuvo cierto éxito al aglutinar al llamado sur global contra el “Occidente agresor”, pero ha ido perdiendo esa ventaja, en particular por su bloqueo de los alimentos que exportaba Ucrania. La reciente cumbre entre Rusia y la Unión Africana ha sido un gran fracaso diplomático. Cuando Putin anunció la donación de trigo, el presidente de Sudáfrica le dijo que no quería limosnas, sino que Rusia no dificulte el tráfico normal que permita a su gente comprar para comer. Putin no puede ir a Sudáfrica porque si va lo pueden detener: ¿Se imaginaba cuando lanzó la guerra que no podría salir de su país porque lo pueden detener por orden del Tribunal Penal Internacional?
P. ¿Hay una oportunidad para una salida negociada? Ucrania vio como un éxito la participación de China en las recientes negociaciones de paz de Arabia Saudí.
R. Y lo fue. Aunque China nunca explicitará que atenúa su apoyo a Rusia ni facilitará su clara derrota. Pekín no está nada cómoda con la situación actual. Y menos con las referencias al arma nuclear. China une su voz a los que quieren acabar la guerra, pero el problema no es solo cuándo acaba, sino cómo acaba.
P. Se acerca otro invierno con encarecimiento de los hidrocarburos, problemas con los cereales, el riesgo de otra oleada migratoria y la campaña electoral estadounidense: los nervios empiezan a aflorar. Cuando llegue el momento de negociar, ¿la UE y EE UU van a obligar a Ucrania a rebajar sus objetivos, como ha sugerido un alto cargo de la OTAN, que más tarde tuvo que rectificar?
R. Me temo que no somos quién para dictarles a los ucranios sus condiciones de su paz. Y no creo que dejar de ayudar a Ucrania militarmente condujera a una paz que no fuera la paz del vencido. Hacemos lo que podemos para impulsar negociaciones de paz, pero de una paz que reconozca que hay un agresor y un agredido, y que el agredido tiene que recuperar su integridad territorial y que el agresor tiene que pagar las consecuencias de su agresión. Europa pensaba que la guerra había desaparecido de su horizonte, que era algo que ocurría lejos y que hacían otros. Pero ahora una guerra está en nuestras fronteras y nos afecta: la Rusia de Putin es una amenaza a nuestra seguridad.
P. Algunas voces dicen que la UE ha quedado absorbida por la OTAN.
R. La UE no es una alianza militar. Y la OTAN aparece como el mejor seguro posible: lo demuestran Suecia y Finlandia, tradicionalmente neutrales, pidiendo la entrada. La UE ha estado unida; lo importante será mantener esa unidad después de la guerra.
P. ¿Es factible la entrada de Ucrania en la UE?
R. Sin la guerra, su candidatura habría tardado años. Incorporar a la UE a un país de la dimensión y de las condiciones socioeconómicas de Ucrania es un reto mayúsculo: si entrara mañana, sería el único país receptor neto de fondos. Todos los demás se convertirían en aportadores netos. Pero las guerras aceleran la historia. Y una consecuencia de este acelerón es que Ucrania de repente es candidata y esa candidatura va en serio. Se hará todo lo aprisa que se pueda. La guerra ha empujado a Ucrania definitivamente del lado del que Putin no quería que estuviera.
P. Ahora vemos cómo el enfrentamiento con Rusia se traslada a otro escenario. ¿Es el Sahel un nuevo frente de la misma guerra?
R. No creo que lo que ocurre estos días en Níger sea el resultado de una conspiración rusa. No vamos a echarles la culpa de todo a los rusos, aunque es evidente que se aprovechan de la situación. Lo de Níger es una asonada militar autóctona. Es una lástima: Níger era de los pocos ejemplos de transiciones democráticas en la región.
P. El sentimiento antifrancés y antioccidental crece en la región. ¿Debe Europa hacer autocrítica?
R. Siempre hay que hacer autocrítica. Hay una guerra de propaganda muy potente. ¿De dónde salen de repente tantas banderas rusas en las calles del Sahel? A la vez, los europeos debemos hacer una revisión a fondo de nuestra política africana y comprometernos más con su desarrollo. En el Sahel no se ganarán guerras asimétricas e irregulares si no se gana la batalla del desarrollo. Esos países no han generado una dinámica de crecimiento que mejore las condiciones de vida. Nadie vio venir lo de Níger. Hay que hacer partenariados de igual a igual.
P. ¿Ve riesgo de crisis migratoria?
R. El Sahel es el punto de origen y tránsito de buena parte de la migración irregular. Es un riesgo claro. También lo son la amenaza yihadista y la potencial desestabilización para los países vecinos. Y el aumento de la influencia rusa, porque los mercenarios de Wagner son la guardia pretoriana de los dictadores militares africanos.
P. Está ganando enteros la opción de una intervención militar.
R. Es la hora de la verdad para África: soluciones africanas a problemas africanos. Los países vecinos de África occidental quieren seguir dando una oportunidad a las negociaciones diplomáticas. Ojalá tengan éxito. Un conflicto entre Estados tendría graves consecuencias.
P. Si llegara ese momento, ¿cuál sería la respuesta europea?
R. Depende. Esa decisión les corresponde a los Estados miembros. Y me temo que esta vez será difícil la unanimidad.
P. China tiene una enorme presencia en África y en Latinoamérica. Es un actor importante en la guerra de Ucrania. Y está redefiniendo su relación con Europa. ¿Qué relación debe tener la UE con China?
R. Antes que nada, China no es Rusia. China es un verdadero actor geopolítico, mientras que Rusia es un enano económico, es como una gasolinera cuyo propietario tiene una bomba atómica. China es demasiado importante para ignorarla, pero también para intentar aislarla. Tenemos divergencias importantes, pero no es un desafío para nuestra seguridad como Rusia. Debemos encontrar las formas de un diálogo exigente, que nos permita cooperar en la resolución de los problemas comunes, como el cambio climático o el endeudamiento de los países pobres. No tenemos ningún interés en contribuir a una polarización del sistema internacional que derive en un mundo bipolar y provoque la emergencia de dos sistemas tecnológicos competitivos que obliguen a todo el mundo a escoger entre uno u otro. Es evidente que estamos más cerca de EE UU, pero esto no quiere decir que no tengamos nuestros propios intereses. Europa tiene que evitar las dependencias excesivas: de los hidrocarburos rusos, de la seguridad de EE UU, de la demanda de un gran mercado y de los minerales y tecnologías críticos para la transformación digital. Aprendamos la lección y evitemos dependencias que suponen serios riesgos.
P. Milei triunfa en Argentina. Trump es el mejor situado en la carrera republicana para la Casa Blanca en 2024. La ola populista no termina de ceder.
R. Las opiniones públicas perciben que las democracias basadas en la competición multipartidista no siempre aportan soluciones reales a las condiciones materiales de vida. Y los populistas ofrecen soluciones falsas, milagrosas, a problemas verdaderos. Ese es el reto de la democracia en todo el mundo: que la competición entre partidos, que es la esencia de la democracia, no debilite la capacidad de ofrecer soluciones.
P. En Europa, el centroderecha está intentando deglutir a la derecha extrema. Lo hemos visto con Manfred Weber en el Parlamento Europeo, acercándose a Giorgia Meloni y a otros ultras. O en España, con el PP pactando con Vox. ¿Es un riesgo esa normalización de la ultraderecha?
R. Hasta ahora, en Europa teníamos cordones sanitarios: en Francia, en Alemania, no se pacta con la extrema derecha. Ese cordón sanitario empieza a flaquear, como hemos visto en Finlandia y Suecia. El PPE está buscando su espacio político, su narrativa electoral. Todo el mundo está preparando las próximas elecciones europeas y vislumbrando qué clase de mayoría se va a configurar. Creo que Europa debe seguir confiando en sus valores y tiene que continuar integrándose. Me preocupan las tendencias disgregadoras, el reflujo nacionalista que está surgiendo. Ha habido una cierta banalización de las posiciones de la derecha. Nos hemos olvidado de que Meloni vino a España a hacer una enérgica campaña a favor de Vox.
P. ¿Cómo se lee el 23-J español en Bruselas en términos de ese vínculo derecha-extrema derecha?
R. Estas elecciones han sido un parteaguas en el ascenso aparentemente imparable de la derecha extrema y la tendencia a que las derechas clásicas y las derechas extremas gobiernen en coalición. España es un contraejemplo de las dinámicas de otros lugares. Como comisario europeo no participo en el debate político nacional, pero no soy insensible a la paradoja de que la formación del Gobierno de España dependa de alguien que dice y repite que la gobernabilidad de España le importa un carajo. Y que solo le importa la solución —a su manera, claro— del conflicto entre España y Cataluña, cuando en mi opinión existe un conflicto entre catalanes, porque Cataluña no es monolítica. Los resultados electorales lo han demostrado.
P. El bloque de derechas no suma. Pero trata de imponer un marco de chantajes, de cesiones inadmisibles, de máxima tensión, de ruido, de estado de excepción permanente.
R. Desde hace 20 años, desde que el PSOE perdió la mayoría absoluta en 1993, los gobiernos que lo han necesitado han tenido que ser investidos gracias a los partidos nacionalistas periféricos. El PP criticó la cesión del 15% del IRPF y a la siguiente legislatura tuvo que ceder el 30%. Una democracia parlamentaria exige pactos y los pactos requieren cesiones y compromisos. Pero el problema es ir creando estructuras a golpe de coyunturas. Y hemos ido creando estructuras de Estado para resolver coyunturas parlamentarias. Deberíamos concebir el Estado que queremos y cómo deben funcionar las instituciones antes de tener que ceder a la presión del momento. Y a veces haciendo de la necesidad virtud.
P. ¿Le ha faltado pedagogía al Gobierno de Pedro Sánchez, explicar esas cesiones y ponerlas en el contexto del modelo de Estado que quiere?
R. Sánchez ha tenido que hacer frente a situaciones muy difíciles. Y ha tenido resultados muy positivos, por ejemplo, en la desinflamación del conflicto en Cataluña. Recordemos que en 2017 hubo riesgos reales de fragmentación del Estado. Y comparémoslo con la situación actual, con el PSC ayer proscrito y hoy superando en votos a los tres partidos independentistas juntos. Bueno, le han quitado mi nombre a una calle de mi pueblo [risas], pero si eso fuera todo…
P. ¿No faltó entonces pedagogía a la coalición con la secuencia indultos-sedición-malversación? ¿No sería conveniente explicar bien los pactos de investidura cuando lleguen, si llegan?
R. El propio presidente del Gobierno se dio cuenta de que era necesario explicarse más y mejor: la política tiene una innegable dimensión pedagógica. Y eso fue lo que hizo inmediatamente después de convocar a elecciones. Sus explicaciones deben de haber surtido efecto, porque las encuestas eran mucho más negativas que los resultados electorales. España, como Europa, es plural y diversa, pero para mí existen como entidades políticas. Otros, en nombre de esa diversidad, niegan su existencia. Creo que España y Europa se enfrentan al mismo reto.
Claudi Pérez / Luis Doncel – El País de eEpaña