Alirio Pérez Lo Presti: El escritor bendito

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A veces tengo la sensación de que cada persona es una suerte de rompecabezas, cuyas piezas se encuentran desperdigadas por el mundo. En ese ir y venir entre espacios alcanzables, sueños imposibles y grandes recorridos a la redonda, la literatura se presenta como una posibilidad de ir recogiendo nuestros propios fragmentos, que son susceptibles de ser descubiertos cuando se da ese encuentro excepcional entre un lector y un escritor que comparten intereses y afinidades.

Escritores malditos, escritores benditos

Hay escritores que supuran a través de sus textos. Son tan ineludibles como el sol porque en el arte literario hay necesidad de mostrar el dolor e intentar recrearlo de manera directa. Solemos agradecer a aquellos que escriben textos elevados, en donde las tinieblas se pueden jactar de su propia belleza. Es fértil el campo de la literatura porque en cualquiera de sus espacios, que es el espacio de lo humano, se pueden construir propuestas y mostrar penas. Pero hay un área muy necesaria en donde el escritor brilla por elementos que nos dan alegría y nos permiten transitar senderos en donde el goce por la lectura es capaz de llegar a ser tan alto que bien vale la pena hacer las exploraciones necesarias para descubrir a estos maestros de la palabra escrita.

La belleza de las palabras

Puede ser a través de la exaltación del arrojo y la valentía, como lo puede ser a través de la expresión de manera pura y cristalina como los arroyos de la Cordillera de Los Andes. El asunto es que hay combinaciones de palabras que alcanzan su perfección por la belleza, tanto en el uso de vocablos como en la manera en que se van tejiendo las ideas. De ese grupo de escritores me he enriquecido y siento que conocerlos ha sido agua para mi molino personal con el que me suelo nutrir. De esa manera, leo, respiro, pienso en lo que leo y soy feliz mientras suspiro. La belleza de la palabra escrita es una especie de revelación que nos permite descifrar enigmas cotidianos y laberintos cundidos de pequeñas trampas. De esas y otras emboscadas podemos salir airosos si nos protegemos con las bellas letras. La palabra también permite la posibilidad de plantearse la perfección. De esas y otras hazañas va lo de la escritura, porque para los maestros del arte, la corrección de cada párrafo, de cada línea, de cada oración, de cada palabra, de cada posibilidad de musicalizar lo que se escribe, lleva implícito de manera inexorable el chance de lograr la perfección y bien es sabido que aquellos desafíos que se pueden materializar en algo tan puro como la idea de lo perfecto es uno de los atractivos que más seduce a quien escribe y por supuesto, a quien lee. Lectores y escritores danzan al compás de los gemelos siameses.

Palabras e historias que emocionan

En ese espectro de posibilidades que en ocasiones parecen infinitas, se escurre de manera sigilosa la peripecia de contar cuentos cuyo fin último es relatar la historia en sí, alejada de moralejas, ramalazos moralistas o enseñanzas que nadie está solicitando. Esa literatura, la de la historia que se cuenta como manera de entretenimiento, es parte de lo civilizatorio por cuanto representa el sentido más primigenio de lo gregario, que es la capacidad de contarse cosas que sean capaces de generar hilaridad y deseos de saber en qué termina la trama. Esa, que representa la función de entretener y distraer, es valiosa porque personifica la fascinación de lo humano por el relato en su sentido más puro. El relato como camino que nos lleva a las más disímiles exploraciones y literalmente nos transporta a aquello que hace de la palabra un tesoro incomparable que nos ha acompañado desde que andamos hermanados en manadas.

Tocar la puerta

Ese camino, el de leer y escribir, es en realidad una manera de practicar con soltura y ligereza el ensayo y el error como una instancia necesaria para la vida saludable. Con la palabra escrita, podemos escapar de tristezas y soledades y construir universos que se van configurando de manera paralela uno tras otro, sin posibilidades de que exista un final. Cuando vamos en busca de ese escrito que en algún sitio encontraremos, tocaremos una y muchas veces la puerta en un intento de anunciar nuestra curiosidad y necesidad de sorprendernos. La palabra escrita de manera artística y con pretensiones de alcanzar la belleza tiende a ser un gran aliciente que hace más ligeras las cargas de la condición humana y despeja los enmarañados caminos por los que vamos a transitar. Por eso es por lo que el ejercicio de tocar la puerta no desfallece en aquel espíritu que sabe que existe un escrito que será bien recibido por algún agradecido lector. De esa dupla surge el milagro que llamamos literatura, que, si lo miramos bien, es una de las muchas formas que hemos creado para generar ilusiones en relación con todo lo que signifique ser una persona. En todo lo que sea humano.

*Filósofo, psiquiatra y escritor venezolano.

 

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