Aun con mis pensamientos en Ucrania, acabo de darme cuenta, gracias a un artículo de Caroline Fourest en Franc-tireury a otro de Frédéric Haziza en La règle du jeu, de que tenemos un “caso Médine”.
Si no lo he entendido mal, este hombre es un rapero de cierto talento.
Salvo que…
1. Parte de su fama proviene de canciones y declaraciones en las que, sin orden ni concierto, ha manifestado su afinidad con Tariq Ramadan y Dieudonné. Ha tomado prestado de este último un infame gesto ofensivo. Ha llamado a “crucificar a los laicuchos” y a “poner fetuas sobre la cabeza de los idiotas”. Ha exhibido el sable de la yihad en sus camisetas; ha insultado a judíos y homosexuales.
Lo dejo aquí, que la lista parece ir para largo.
2. El hombre, como su maestro, Tariq Ramadan, como los Hermanos Musulmanes o como Mehdi Meklat, el columnista de Bondy Blog que hace unos cuantos años publicó tuits antisemitas y misóginos bajo un nombre falso, afirma haber cambiado. Y quizá sea verdad, pero es obvio que este cambio no le impidió, la semana pasada, lanzar un juego de palabras infame sobre la escritora Rachel Khan, rebautizada “resKHANpée”. Que, en francés, suena como “superviviente”, a pesar de que (como él bien sabía) es nieta de uno de los que sobrevivieron a la Shoah.
3. Tres de nuestros principales partidos de izquierda (EELV, La France insoumise y el Partido Comunista) han elegido, todos a una, y sin que nadie se lleve las manos a la cabeza por ello, hacer de este multirreincidente de la infamia una de sus estrellas de la nueva temporada. Unos, para un debate sobre “cultura” [sic] con la secretaria nacional del partido, la señora Tondelier, que considera “interesante” su “trayectoria profesional” [sic sic].
El otro, para un debate público, en sazón de sus “conferencias de verano”, con la señora Panot, líder de los agitadores melenchonistas de la Asamblea.
Y el tercero, colocándolo como uno de los cabezas de cartel de la fiesta de L’Humanité, que en el pasado ha contado con la presencia de figuras como Sidney Bechet, Jean Ferrat, Juliette Gréco, Joan Baez, Jerry Lee Lewis, Chuck Berry o Alain Bashung.
Este caso tan sorprendente puede interpretarse de varias maneras que no resultan excluyentes.
Es otra muestra de que en Francia tenemos a la izquierda más estúpida del mundo articulada en torno a estos tres partidos. Para ser admitido en el círculo de militantes en vías de desaparición, ya bastaba con gritar “¡la policía mata!” o “¡Macronasesino!”.
Bastaba con llamar a la “sublevación de la tierra” de las “ZAD” [las comunidades anarquistas de las “zonas a defender”] o de los “megaestanques”, convertidos en el nuevo Vietnam.
Hete aquí a un hombre que habla como Jean-Marie Le Pen en la época de Durafour (cuando Le Pen le hizo aquella réplica al entonces ministro de Asuntos Públicos, llamándolo “horno crematorio”). Sin embargo, él se proclama “antisistema”, dice participar en “luchas interseccionales” y afirma llevar por bandera los colores de la “religión de los oprimidos”.
¡Y listo! ¡El truco funciona! ¡Estos necios se tragan la ignominia y las excusas!
No obstante, podemos confiar en que estas personas son menos ingenuas de lo que parecen. Que entienden a la perfección el caldo de vileza del que este tipo de personajes sacará sus estribillos más tétricos, pero que su cinismo no tiene límites y que cualquier cosa les va bien cuando se trata de hacerse con un supuesto “voto de la periferia”.
¿Indigenistas? ¿Salafistas? ¿Rémoras de un yihadismo que predica el combate no contra sí mismo, sino contra el otro? ¿Un hombre que, en esta ocasión, aparece junto al imán de los Hermanos Musulmanes Hassan Iquioussen o con Kémi Séba, el siniestro fundador de una “Tribu Ka” que ya antaño disolvió Jacques Chirac?
Tanto monta la etiqueta mientras uno tenga la embriaguez de una Gran Noche en horas bajas y que crezcan un poco las filas de las falanges “insumisas”.
Y luego también se puede pensar que el mal viene de más lejos y ha extendido su ponzoña aún más de en lo que una vez llamé el “gran cadáver invertido”. Una izquierda que se está volviendo verdaderamente racista cuando, tras una lectura de un reduccionismo estúpido de Jacques Derrida o de Michel Foucault, mis maestros de los años 70, asigna a los “racializados” su origen.
Una izquierda que se está volviendo verdaderamente antisemita cuando, inspirándose en la retórica del francés Jules Guesde o del alemán Eugen Dühring, castiga al CRIF (Consejo Representante de las Instituciones Judías en Francia), demoniza a Israel e insinúa que los judíos, en su propio país, son una comunidad potencialmente criminal.
Es una izquierda que, en el caso, una vez más, de haber tres partidos que acaben perdiendo su honor si no renuncian de inmediato a abrirles sus puertas al autor de Jihad, ha roto sus lazos con la cuádruple tradición dreyfusiana, antifascista, anticolonialista y antitotalitaria que honraba al progresismo europeo.
Ya he escrito sobre este tema en otro lugar.
He descrito las aventuras y la dialéctica de estas conciencias que creyeron en el cielo, pero luego vieron que se les venía encima y fueron incapaces, como sí que lo fueron otros, de reconstruirse bajo un cielo vacío.
Volveré sobre este asunto.
Cuando esta guerra contra Ucrania haya terminado (y se haya ganado), tendremos que regresar a la mesa de trabajo y redescubrir la brújula, el rumbo y los caminos que ya nos señalaron nuestros ilustres pioneros.
De momento, hay que ir acostumbrándose. Entre una extrema derecha a la ofensiva y una extrema izquierda que hace todo lo posible por arrastrar a sus antiguos socios a su propio naufragio, los hombres y mujeres de buena voluntad están, hoy por hoy, solísimos.