Texto editado de la charla para la Asamblea Popular de Carabanchel en España que la Policía Municipal trató de interrumpir el pasado 8 de julio.
La delicada coyuntura del sistema Tierra se ha venido describiendo como una crisis o un conjunto de crisis: “Crisis ecológica”, “crisis climática”, “crisis de biodiversidad”. También nuestra situación ecosocial se ha descrito como una crisis. En los últimos meses ha surgido en el ecologismo español una polémica en la que se contrapone esa noción de crisis a la de “colapso”. Algunos de los implicados en la señalada polémica han sugerido que sería momento de saltar “de la verdad a la emoción”, de movilizar políticamente, reclutando afectos antes que examinando razones. A nadie se le escapa, no obstante, que es probable que la movilización política pueda alcanzarse por distintos medios. Puede que no todos los medios den lugar al mismo tipo de movilización, y creo que sobran motivos para insistir en las razones.1
Volveré pues sobre aquellas nociones –crisis, colapso–, después de dedicar unas líneas a intentar explicar y ayudar a comprender. Esbozaré una visión de conjunto de nuestra coyuntura ecológica –¿evitaremos la ambigüedad entre “ecológico” y “ecosocial” (Riechmann, 2023)?–, atendiendo a tres de sus elementos centrales: el síntoma climático de nuestra extralimitación ecológica, el de la sexta extinción masiva y, finalmente, la principal fuente material de cada uno de los síntomas, a saber, el potlatch fósil que toca hoy a su fin (Santiago Muíño, 2018: 64). Trataré de evitar esa habitual “visión en túnel de carbono” (Escrivá, 2021; 2023) que hace equivaler “crisis ecológica” a “cambio climático”.
1. Una visión de conjunto
Caos climático
Un par de hechos recientes invitan a empezar por el síntoma climático. Copernicus –el programa de la Agencia Espacial Europea para la observación de la Tierra– informaba de que junio de 2023 ha sido el mes más caluroso jamás registrado a nivel global (0,5°C por encima del promedio del periodo 1991-2020). También durante la primera semana de julio, mientras la Organización Meteorológica Mundial (OMM) hacía oficial que El Niño ha venido a sumarse a fuertes anomalías térmicas en el Atlántico y el Pacífico, se batió tres veces el récord de temperatura media en superficie: en otras palabras, el lunes fue declarado por la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos el día más caluroso de la historia del monitoreo climático, pero inmediatamente llegó el día siguiente y lo relegó a un segundo puesto en el que no pudo permanecer mucho tiempo. La OMM anunciaría después que la primera semana de julio ha sido la más calurosa jamás registrada.
Junio de 2023 ha sido el mes más caluroso jamás registrado a nivel global (0,5°C por encima del promedio del periodo 1991-2020)
Las consecuencias del cambio climático son conocidas: aumento en frecuencia e intensidad de grandes incendios, inundaciones, sequías, olas de calor, temporales masivos de nieve. Por desgracia, tendría que producirse un milagro para que ese aumento cesara en las próximas décadas.
El último informe del IPCC (AR6) es el documento de consenso y de referencia por lo que al cambio climático se refiere.2 La prensa se hizo un optimista eco de su contenido: una vez más, interpretó como una “rentable” oportunidad para la inversión (Planelles, 2022a) la llamada a una “reducción brutal” de emisiones que “debería haber comenzado ayer” (Planelles, 2022b) y celebró la demostración de la existencia de una ventana de oportunidad para mantenernos dentro de los límites de un calentamiento no catastrófico (Plumer & Fountain, 2021). El informe deja clara la forma de esa ventana: “reducciones de emisiones rápidas, profundas y, en la mayoría de los casos, inmediatas en todos los sectores” (IPCC, 2022: 24). Hay, de hecho, algo así como una foto de esa ventana en el informe (IPCC, 2023: SPM.5, p. 22; v. et. IPCC, 2022: TS.9, p. 69).
En efecto, lo que esta foto nos dice es que las emisiones deberían haber empezado a caer ayer. El problema estriba, claro, en que las emisiones, lejos de disminuir, aumentan año tras año, y todo indica que continuarán fuertemente acopladas al ritmo del PIB global (cf. D’Alessandro et al., 2020; Hickel & Kallis, 2019; Jackson & Victor, 2019; Nature, 2022; Parrique et al., 2019).
Las emisiones deberían haber empezado a caer ayer. El problema estriba en que las emisiones, lejos de disminuir, aumentan año tras año
De entre los escenarios considerados en el informe sobre la posible evolución de las emisiones, sólo en el más optimista cabría la posibilidad de mantener el calentamiento por debajo de 1,5℃ sobre la media preindustrial. En ese escenario las emisiones descienden en picado hasta alcanzar el cero a mediados de siglo. En el siguiente escenario más optimista, el cero se alcanza en el último cuarto de siglo, habilitando así la posibilidad de permanecer por debajo de un aumento de 2℃ sobre el nivel preindustrial.
Cada décima de calentamiento significa un aumento en la frecuencia e intensidad de eventos climáticos extremos, pero se traduce también en el incremento de la probabilidad de que nos precipitemos por la pendiente de peligrosos puntos de no retorno (Lenton et al., 2019; Harvey, 2021a). El objetivo de limitar el aumento de la temperatura media global a 1,5ºC ha sido en ocasiones discutido como arbitrario (Shaw, 2016; cf. Harvey, 2021b), pero existe evidencia que apunta a esa cifra como un punto por encima del cual resultaría imposible detener bucles de retroalimentación positiva que conducirían a un cambio climático desbocado (runaway climate change): bucles como el del deshielo, el de la pérdida de permafrost o el del sistema vegetación-suelo –existe asimismo evidencia de acuerdo con la cual esos bucles podrían haberse activado ya, o estar a punto de hacerlo– (González Reyes & Almazán, 2023: 34-36). Con la idea en mente de ese bucle del sistema vegetación-suelo, pasemos ya al segundo de los síntomas señalados.
Cada décima de calentamiento significa un aumento en la frecuencia e intensidad de eventos climáticos extremos, pero se traduce en el incremento de la probabilidad de que nos precipitemos por la pendiente de no retorno
Sexta extinción masiva
A lo largo de la historia de la vida en la Tierra han tenido lugar cinco extinciones masivas. Hoy nos encontramos inmersos en la sexta, y parece que está siendo, con mucho, la más rápida. Las conclusiones del Informe de Evaluación Global sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos del IPBES, análogo del informe del IPCC en el contexto de la biodiversidad, son bastante claras: “el ritmo mundial de extinción de especies es ya como mínimo entre decenas y cientos de veces superior a la media de los últimos diez millones de años, y se está acelerando”.3 El principal “impulsor directo” de esta aceleración debe buscarse en “los cambios en el uso de la tierra”, debidos en su mayor parte a la agroindustria (IPBES, 2019a: 12, 24, 28). Mark Rounsevell, responsable de la sección europea del informe, fue igualmente claro al hablar de las causas de esta destrucción: “El sistema alimentario es la raíz del problema” (Vidal, 2019).
La inmensa mayoría de la pérdida de vida salvaje se debe a la producción de alimentos, en concreto, a la creciente tendencia a quemar y arrasar con buldóceres millones de hectáreas de bosques y selvas tropicales para transformarlas en monocultivos destinados a cebar billones de animales criados industrialmente (Lymbery, 2017). Aunque existen otros importantes impulsores de la pérdida de biodiversidad, esta transformación de los principales reservorios terrestres de diversidad biológica en monocultivos a expensas de la ganadería industrial es el de más peso. La extensión de suelo necesaria para la producción de una cantidad dada de proteínas animales multiplica por diez la necesaria para la producción de su equivalente en proteínas vegetales, y la ganadería es el sector que realiza un mayor uso del suelo. En torno al 80% de las tierras agrícolas se destinan a él. Es este desproporcionado uso del suelo el que hace de la ganadería industrial el principal motor de la deforestación: la expansión agrícola inducida por la sed de grano de la ganadería industrial es responsable del 80% de la deforestación a nivel mundial.
En un país que produce más del triple de carne de la que consume e importa desde Brasil más de la mitad de la soja con la que ceba a su cabaña –y que asume el acuerdo UE-Mercosur como asunto prioritario de su presidencia del Consejo de la Unión Europea durante el segundo semestre de 2023 (EeA, 2023)– es interesante recordar que las bonitas declaraciones verdes de nuestros representantes discurren en paralelo a la discusión entre especialistas acerca del punto de no retorno a partir del cual la deforestación de la Amazonía se acelerará para dejar tras de sí algo parecido a la sabana africana, pero con mucha menos biodiversidad (Amigo, 2020).4
Si los bosques tropicales no estuvieran degradándose a un ritmo alarmante contribuirían a mitigar el cambio climático retirando carbono de la atmósfera
Es asimismo interesante hacer notar que si los bosques tropicales no estuvieran degradándose a un ritmo alarmante contribuirían a mitigar el cambio climático retirando carbono de la atmósfera (Popkin, 2019; Lewis et al., 2019). Sin embargo, dada aquella degradación, en lugar de absorber carbono, estos ecosistemas estarían comenzando a emitirlo (Baccini et al., 2017; v. et. Hubau et al., 2020; Resco de Dios, 2020).5
Ya en su informe especial sobre los riesgos e impactos previsibles de un aumento de la temperatura media global por encima de 1,5ºC, el IPCC reprochaba a los gobiernos su inacción ante la principal causa de la pérdida de biodiversidad: “Por lo pronto, disponemos de escasa evidencia de la implementación de políticas efectivas destinadas a lograr los requeridos cambios a gran escala de las opciones alimentarias, y las tendencias constatables apuntan a un aumento antes que a una disminución de la demanda de productos ganaderos a escala mundial” (IPCC, 2018: 327; v. et. Schulte et al., 2020).6
“2020 era el año en el que se iba a detener la pérdida de biodiversidad, según lo firmado diez años atrás por 195 Estados (…), estableciendo unos objetivos concretos para lograrlo: las conocidas como metas de Aichi. Por supuesto, estos objetivos no se han cumplido” (Martín Hurtado, 2020: 26).
En 2021, durante la COP26, 145 países se comprometieron a hacer efectivas políticas para revertir la deforestación hasta 2030. De momento, el compromiso no se ha traducido en ningún avance apreciable, sino más bien todo lo contrario: de acuerdo con datos recién presentados por el Instituto de Recursos Mundiales, la pérdida de bosque primario tropical fue en 2022 un diez por ciento mayor que en 2021 (Weisse, Goldman & Carter, 2023).
Ocaso del potlatch fósil
La elocuente noción de Gran Aceleración hace referencia a “la naturaleza integral e interrelacionada de los cambios posteriores a 1950 en las esferas socioeconómicas y biofísicas del sistema terrestre” (Steffen et al., 2015b: 2). Todos los índices que dan cuenta de las actividades humanas en el planeta se dispararon al unísono poco después de la Segunda Guerra Mundial. Una cosa como ésta no sucede porque sí: el crecimiento económico, la expansión industrial, la mundialización del comercio y el resto de los rasgos de la Gran Aceleración tuvieron lugar sobre la base de un drástico incremento en el consumo de energía de origen fósil. Nuestro consumo energético total es ocho veces superior al de la década previa a la Gran Aceleración, y se debe, en sus cuatro quintas partes, a combustibles fósiles –una proporción que no ha variado significativamente en las últimas cuatro décadas– (IEA, 2021a).
La extraordinaria expansión material que caracterizó a la segunda mitad del siglo XX debe, por tanto, describirse como un potlatch que toca hoy a su fin y para el cual no hay alternativas viables a la vista: ninguna fuente de energía que, de forma aislada o en coalición con otras, pueda sustituir a los combustibles fósiles con rendimientos asimilables (Turiel, 2020).
Las modernas “energías renovables” –fotovoltaica, eólica– son la principal fuente del optimismo relativo a las posibilidades de erigir un sistema energético alternativo al fósil con rendimientos equiparables. Sin embargo, se trata de un proyecto lastrado por una importante cantidad de problemas. Si bien no existe para el caso de la “transición energética” un consenso del tipo del que encarnan los informes del IPCC y el IPBES, la evidencia y la lógica indican que “la civilización de los combustibles fósiles” (Smil, 1999: 271) es inviable sin combustibles fósiles.
La civilización de los combustibles fósiles es inviable sin combustibles fósiles
Cuanto ofrecen las modernas “energías renovables” es electricidad, que representa sólo una quinta parte de nuestros consumos energéticos globales. Mientras tanto, amplios segmentos de la economía industrial –de la agroindustria, la construcción o la minería al transporte– dependen de procesos que es más que dudoso que puedan electrificarse. Además, la producción de electricidad en base a las señaladas “energías renovables” apenas logra alzarse por encima de la vigésima parte del total: una vigésima de una quinta parte de nuestro consumo energético, pues. El conjunto de las “energías renovables” –lo que incluye, claro, a la principal: la hidroeléctrica– viene por otra parte alcanzando a cubrir alrededor de la mitad del incremento neto de la demanda de electricidad (IEA, 2021b).7
Este brutal trecho entre el punto en el que nos encontramos –esencialmente estancados desde hace décadas– y el punto al que pretendemos llegar con la “transición a las energías verdes” es sólo uno de los problemas de ese proyecto de “transición”. La Agencia Internacional de la Energía estima que esa transición exigiría que, durante las dos próximas décadas, la extracción de tierras raras se multiplicara por siete, la de níquel por 19, la de cobalto por 21 y la de litio por 42 (IEA, 2021c: 9). Evidentemente, semejante expansión extractivista no resultaría en absoluto inocua: se prevé que los efectos sobre los ecosistemas de la minería destinada al sector renovable serán en los próximos años peores incluso que los del cambio climático (Sonter et al., 2020). No es sencillo “hacer sostenible lo que es insostenible” (Duch, 2023).
Sea como fuere, el mayor problema de ese proyecto estriba en que los recursos minerales que condicionan su viabilidad escasean ya y escasearán cada vez más, de forma que su obtención requerirá inversiones crecientes de energía destinadas a alimentar procesos extractivos cuyos impactos irán en aumento mientras se reduce progresivamente la calidad del recurso extraído (Almazán, 2021; Valero, Valero & Calvo, 2021). Las modernas “energías renovables”, en resumen, “tienen altos requerimientos de materiales, muchos de ellos escasos, disfrutan de una vida media de 15-30 años [y] dependen para su construcción de combustibles fósiles” (Almazán & Riechmann, 2023). No es muy probable, en fin, que la civilización de los combustibles fósiles sobreviva a los combustibles fósiles.
2. ¿Crisis o colapso?
La respuesta corta es que las palabras no importan. La larga es que las palabras vienen de la mano de prospectivas inciertas y difusas y programas de transición aún más inciertos y difusos. Hay, con todo, algunos puntos meridianamente claros. En primer lugar, el principio de precaución invita a cualquier cosa antes que a trazar programas con base en las prospectivas más optimistas.8 En segundo lugar, las prospectivas optimistas para la “transición energética” concebida en los términos convencionales son indisociables de programas netamente coloniales: Europa es, por lo que a las “materias primas críticas” para la “transición verde” se refiere, un erial. Así pues, ¿“transición verde” para cuántos, durante cuánto tiempo, a costa de cuántos?9 En tercer lugar, el incremento de la presencia mediática de la “sostenibilidad” no marca el contexto para moderar el mensaje ecologista como medio hipotético para ganar terreno político –¿cuánto terreno han ganado y cuánto nos han hecho perder los Verdes alemanes, un partido sin “apenas puntos de encuentro con lo que una vez fue” (Scheidler, 2023)?–, sino quizá más bien para explicitar por activa y por pasiva los límites, riesgos y contradicciones del proyecto y el discurso estándar de “transición verde”.
Europa es, por lo que a las “materias primas críticas” para la “transición verde” se refiere, un erial
El tiempo apremia –suele decir Jorge Riechmann que estamos “en tiempo de descuento”–, pero eso no quiere decir que no debamos dedicarlo a la reflexión y el debate estratégico; más bien al contrario. No obstante, en la izquierda, el debate y la reflexión no suelen desembocar en el acuerdo, de forma que la empatía sincera y la colaboración estrecha con quienes no piensan exactamente igual que nosotros resultarán indudablemente más provechosas que las habituales trincheras. Lo importante ahora es la organización y la movilización, y está claro que necesitamos en esos contextos más sinergias que enfrentamientos.
La respuesta a la disyuntiva entre crisis y colapso podría consistir, en fin, en la conjunción entre el incontrovertible diagnóstico de grave extralimitación ecológica y la urgente necesidad de decrecer –para evitar, con suerte, que sean las propias consecuencias de la extralimitación las que fuercen un decrecimiento traumático.
Notas:
1. Suelo pensar en Noam Chomsky al plantarme ante estos extremos. Su explícita filiación ilustrada, su propósito expreso de dejar a un lado las emociones en sus actividades políticas, su monótono alud de análisis “meramente” factuales: todo ello debemos ponerlo en paralelo a la pregunta acerca de si ha habido alguna otra figura que haya tenido un impacto mayor en la educación política del último par de generaciones. Si quisiéramos ponernos retóricos, podríamos oponer al racionalismo de su legado la ferviente afectividad de los nuevos engendros fascistoides.
2. Podemos dejar aquí a un lado el sesgo “conservador” de este consenso, la conocida tendencia del IPCC a errar por el lado optimista (cf., v. g., Brysse et al., 2013), explícitamente admitida por el propio IPCC (IPCC, 2019: 83).
3. No, la vida no es viable en Trántor: este “declive global sin precedentes” de la riqueza biológica del planeta supone una “amenaza directa para el bienestar humano en todas las regiones del mundo” (IPBES, 2019b).
4. Es probable que el impacto conjunto e independiente de diversos estresores haya sido considerablemente subestimando hasta hoy. Así pues, el colapso de ecosistemas –e incluso una cierta suerte de efecto dominó de colapsos ecosistémicos– podría ocurrir más rápido de lo que ha venido asumiéndose (Willcock et al., 2023; Dearing, Cooper & Willcock, 2023).
5. Además, la capacidad de los bosques tropicales para almacenar carbono decae con el aumento de la temperatura, y también su propia resiliencia (Sullivan et al., 2020).
6. Joseph Poore, uno de los principales especialistas en el área, apunta lo obvio: “una dieta vegana es probablemente la forma más sencilla de reducir el impacto humano en el planeta” (Carrington, 2018). De hecho, “no hay forma de concebir un mundo sostenible [si no es] en términos de agroecología, soberanía alimentaria y dietas básicamente vegetarianas” (Riechmann, 2012: 46; v. et. 2019; 2022a: cap. 7).
7. “Las variaciones en el uso de combustibles fósiles han estado ampliamente vinculadas a las variaciones en el PIB durante décadas, y la demanda mundial de combustibles fósiles ha permanecido alrededor del 80% de la demanda total durante décadas” (IEA, 2022: 43).
8. “Como ha observado en alguna ocasión Manuel Casal Lodeiro, la diferencia entre el escenario de ‘los catastrofistas tenían razón pero no actuamos drásticamente’ y el de ‘los catastrofistas no tenían razón pero nos adelantamos a hacer sociedades poscrecimiento/ posfósiles/ resilientes’ es tan brutal que debería llevar a la acción incluso a los más reacios a la radicalidad” (Riechmann, 2022b).
9. En el Norte, el decisivo rasero moral habremos de buscarlo en lo sucesivo en nuestras políticas y actitudes hacia los territorios del Sur y los migrantes. Por lo pronto, el nivel es peor que vergonzoso.
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