Durante el fin de semana hemos visitado una vez más París.
La nación gala siempre nos ha tratado con deferencia. En tres ocasiones se nos invitó oficialmente. Mantenemos amplias afinidades con ese país, a excepción solamente de los quesos que no son – nunca lo fueron – deleite de nuestro paladar.
Charles De Gaulle lo enunció con tono mordaz: “¿Quién puede predecir la reacción de un pueblo que tiene 270 quesos, se atiborra de grasas y no duerme la siesta?”.
El día en la ciudad de Sena nos fue propicio, y durante unas horas, a pie, visitamos los amplios jardines, cada uno de los placenteros bosquecillos y los agradables senderos, para encontrarnos en cada recodo deidades de piedra que parecían hablar a la naturaleza.
Si esas estatuas pudieran dialogar – y alguna noche de plenilunio lo hacen – sabríamos la otra historia de Francia y, por ende, los melancólicos amores de la hermosa Adelaida, la hija predilecta de Luis XV, a la que nadie llamaba princesa, sino madame, con el significado de mujer que dirige un burdel.
Las amantes reales fueron muchas, pero no todas casquivanas como la favorita de Luis XIV, cuyo amor llevó al monarca a construir el palacete Gran Trianon, todo él revestido de porcelana de Delfi, y un poco apartado de los aposentos de Versalles, para que el rey pudiera liberar sus fogosas pasiones
Todo conocedor de la porcelana sabe de su fragilidad. En muy poco tiempo, las paredes del Trianon se fueron deteriorando con la misma rapidez que la favorita caía en desgracia.
Otras llegaron y partieron como las hojas del otoño por los aposentos del ya anciano monarca, cuyo cuerpo comenzaba a padecer los síntomas de la sífilis, pero el palacio fue revestido de mármol para mantenerlo erguido y hermoso por encima de la tumba del hombre que pudo haber sido muchas cosas, menos vulgar. Si no, que nos desmienta el busto de Bernini.
Versalles, piedra y esplendoroso jardín, es la esencia de la Francia eterna, y así lo vio el rey Luis Felipe cuando en 1846 lo convierte en memoria y custodia de la nación. Desde entonces, el lugar está en lista de las obras maestras del patrimonio mundial.
El andariego cronista de estas cortas líneas se estremece y se embelesa a la vez, y aun así, continuó por estos jardines que aún siguen guardando las intrigas, amoríos, y la lujuriosa esencia de su corte.
Lo expresó Schopenhauer: “La forma monárquica de gobierno es natural a los hombres como lo es a las abejas, a las hormigas, a las aves migratorias, a los elefantes, a los lobos y a otros animales, todos los cuales designan a uno de ellos para que dirija sus actividades.”
¿Entonces? Lo sabido:
La naturaleza es sabia. ¿Y lo seres humanos lo mismo?
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